Entrevista a Miguel Tortajada
«Hasta hace pocos años el parto era un momento muy difícil para las mujeres»
Catedrático del Departamento de Obstetricia y Ginecología de la Facultad de Medicina de la Universitat de València
La mirada de los médicos merece una atención especial. Son capaces de transmitir con los ojos, como nadie, una mezcla de amabilidad, aplomo y seguridad que todos agradecemos. Los puntitos de luz de la mirada de Miguel Tortajada son un ejemplo. Eso, junto a una sonrisa complaciente, hacen que sea difícil olvidar este excepcional ginecólogo valenciano. Es catedrático del Departamento de Obstetricia y Ginecología de la Facultad de Medicina y ha sido el encargado de leer la lección magistral de apertura de curso de la Universitat de València. Escogió un tema muy curioso: el parto en la evolución humana. Pero sobre todo dejó patente que, con cuarenta años de experiencia, siente una gran satisfacción por dedicarse a lo que él denomina ayudar a nacer.
¿Qué ha significado para usted leer este año la lección magistral?
Ha sido un honor por partida doble, porque son pocas las personas que tienen la posibilidad de leer esta lección y porque hacía doce años que la Facultad de Medicina no la daba. Además, hay que sumar el agradecimiento a mis compañeros de la facultad que decidieron que fuera yo quien la pronunciara.
¿Por qué eligió el parto en la evolución humana?
Es complicado elegir el tema. Pensé que podría hablar, por ejemplo, del genoma humano, pero comienzas a entrar en aspectos técnicos y… pensé que la cuestión del parto en la evolución humana no está muy tocada. Algunas de las cosas que dije son opiniones personales y creí que quizá eso podría tener un interés general y, en cualquier caso, era una diversión intelectual [ríe]. Entonces, cuando le comenté al decano y a unas cuantas personas muy cercanas qué les parecía el tema [ríe]… no sabían cómo decirme en qué lío me podía meter. Yo confiaba en que era un tema original porque se sale de cualquier capítulo y que dependía de cómo yo lo pudiera construir. Por otro lado, no sabía cómo se hacía una lección magistral. Me fijé mucho en el discurso del padre Batllori cuando le hicieron doctor honoris causa y, sobre todo, en algunos detalles como la conclusión que utilizó y que hace referencia a cómo se despedían los valencianos en la edad media: “sempre al vostre servei” (“siempre a vuestro servicio”).
¿Qué incógnitas puso sobre la mesa para resolverlas con el desarrollo del discurso que había preparado?
Traté de contestar unas cuantas cuestiones. Por un lado, que el parto era diferente en especies anteriores al Homo sapiens. En este sentido hago una homologación teórica de lo que sería el parto del protohomínido y el chimpancé dentro de la evolución. Elegí el chimpancé porque no existe todavía un fósil del protohomínido, o en todo caso, no hay suficiente información. Como el chimpancé parece que se disgregó de nuestra rama hace cinco o seis millones de años, el protohomínido no debe de estar muy lejos. Por otro lado planteé cómo, cuándo y por qué se ha producido la evolución en el parto humano. Fundamentalmente hay dos cambios evolutivos que repercuten en los mecanismos del parto de las mujeres: la bipedestación, que produjo cambio en la pelvis; y la encefalización, o sea, el aumento del volumen craneal del feto.
También remarca que hasta no hace muchos años, era difícil afrontar las complicaciones del parto.
Sólo tenemos que coger la historia de España. Muchas reinas morían de parto. A Fernando VII se le mueren cuatro mujeres de parto, imaginemos entonces qué pasaría si descendemos en la escala social de la época. Había una gran mortalidad. Hasta hace pocos años el parto era un momento muy difícil para las mujeres. Yo creo que constituía uno de los factores que mantenía el crecimiento relativo de la población. La mujer embarazada era la estrella y todo giraba alrededor del momento del parto, no del embarazo, porque no teníamos grandes medios y diagnósticos. En esta línea, la medicina se centraba en la relación entre el enfermo y el médico. Era un vínculo de amistad, de cordialidad, de seguridad de los pacientes.
En su discurso dotó de un sentido mágico la especialidad de la obstetricia cuando la definió como “una pequeña parte de la medicina que desde hace un millón y medio de años ha ayudado al nacimiento de la humanidad”. Dentro de toda esta dimensión ¿cuándo se dio cuenta que ésta era su vocación profesional?
Eso de la vocación es una cosa relativa. Yo vengo de una familia en la que mi padre era médico, en fin, hay un cierto mimetismo en las familias en el sentido que cuando el padre es abogado o notario, los hijos también lo quieren ser. Tenía diecinueve años cuando escogí la especialidad. La gente brillante iba a medicina interna, eran los intelectuales. Después había una segunda tanda que eran los cirujanos y los últimos de la cuadrilla eran los de mi especialidad [ríe]. Bromas aparte, a los diecinueve años no tienes las ideas completamente claras, pero es cuando comienzas a tomar decisiones importantes. Además, creo que es muy importante la figura del profesor, porque da una visión al alumno de lo que puede ser en el futuro. Yo me encontré con el catedrático Francisco Bonilla, que era un hombre carismático, y creo que pudo influir en mi orientación hacia la obstetricia.
Usted estudió en la misma Facultad de Medicina de la que ahora es catedrático. ¿Ha cambiado mucho la carrera desde sus tiempos de estudiante?
Comencé la carrera en el año 1951 y la acabé en 1956. El funcionamiento de la facultad ha cambiado mucho desde entonces. La medicina tenía unas limitaciones, era muy pragmática, las grandes figuras eran personas que operaban muy bien y que tenían unas visiones clínicas enormes… La medicina actual es una medicina en equipo, de grupos especializados, cosa que antes no existía. El cambio ha sido enorme. En aquel tiempo ya había antibióticos, eso había sido una convulsión, pero a todos los niveles no se puede ni comparar con la actualidad. Respecto al profesorado, era escaso, por tanto, las prácticas del alumnado eran muy modestas y con dotaciones muy reducidas. Estaban los catedráticos, los profesores auxiliares y los médicos internos. Por tanto, una cátedra constaba de 5 o 6 personas. Los profesores auxiliares eran renovables y, a los ocho años, lo dejaban o habían accedido a una cátedra. Era gente muy joven y con entusiasmo.
En el año 1956 acaba sus estudios en la Universitat de València ¿qué camino sigue a partir de entonces?
Estuve primero en Barcelona en la maternidad que dirigía Dexeus, que entonces era modélica. Allí, durante tres años, aprendí los fundamentos de la obstetricia. Después volví a Valencia y muy pronto me conecté de nuevo con la Facultad de Medicina a través del profesor Bonilla. Él mismo me trajo al hospital Clínico y en el año 1963 me encargó que dirigiera la maternidad. Después viajé a Italia, porque tenía interés en constatar determinadas técnicas quirúrgicas, y ya a principio de los años 70 se hizo una reestructuración en la Facultad y me encargué del Departamento de Ginecología.
Señala en su discurso que el feto debe recorrer durante el parto una distancia de 13 centímetros que representa el trayecto más importante y comprometido que hemos de realizar en nuestra vida. ¿Qué ha aprendido usted del hecho de ayudar a nacer a las personas?
Yo he tenido la suerte de ser actor y espectador de un momento de cambio trascendental. Comencé la especialidad cuando prácticamente en obstetricia sólo ayudábamos a nacer, nada más. Teníamos poco que ver con el feto. Se decía mucho aquello de “¿salvamos al feto o a la madre?”. Era una obstetricia muy mecanicista. En el año 1961 se entró por primera vez dentro del útero de una mujer embarazada cuando ya hacía casi veinte años que habían lanzado una bomba atómica. El útero de una mujer embarazada era un tabú. Para no decir mentiras, en el año 1957, un inglés hizo una aproximación, pero se ve que le llovieron las críticas y lo dejó estar. Son unos australianos los que por primera vez y de una manera ordenada sacan líquido amniótico y lo estudian. Y dos años después hacen una transfusión. Nosotros la hacemos en el año 1967.
Entonces, ¿qué papel ha representado la investigación en su trayectoria profesional?
Soy un privilegiado y lo digo desde la más absoluta humildad. Lo soy porque siempre he tenido la fortuna de acercarme a personalidades apasionantes. Me aproximé al profesor Bonilla, después tuve la fortuna de trabajar con dos personas que creo que no han tenido el reconocimiento popular que se merecen, uno de ellos don Jerónimo Forteza, fundador del Instituto de Investigaciones Citológicas. Yo viví todos los inicios del Instituto. El laboratorio Forteza estaba en la calle Jorge Juan número 14, era un piso. Y allí comenzamos a hacer cosas que no se hacían en ningún lugar de España. Por ejemplo, la primera vez que se hacen cromosomas en España es allí, en casa de Forteza. Estoy hablando de principios de los años 60. Había dificultades porque no teníamos codiceína –que paraliza la división de los cromosomas para poder hacer las fotografías– y la trajo de Suiza un camionero a través de un amigo mío que era comerciante de naranjas. Venía gente de toda España a aprender las técnicas de Forteza. El otro colaborador de él era Báguena, que fue rector de nuestra Universidad. En definitiva, yo, en el aspecto de la investigación, siempre me he acercado a gente buenísima no sé por qué…
Parece que el señor Forteza fue una figura a la que usted tiene mucho aprecio.
Es que Forteza era genial…¡con una cazuela y cualquier cosa era capaz de hacer el aparato que pudiera necesitar! Y es que tenía unas habilidades excepcionales, ¡era un fenómeno, un fenómeno! Lo de los cromosomas no había manera de que lo sacáramos, era muy difícil y pensamos que quizá sólo lo podríamos llevar adelante –según Forteza, que tenía una visión tremenda– en mujeres que padecían una enfermedad cancerígena que les dejaba el vientre lleno de líquido. Al final lo conseguimos.
Entonces, ¿se puede decir que aquel laboratorio de la calle Jorge Juan era pionero en algunas investigaciones ginecológicas?
Hay que tener en cuenta que en el año 1962, en el congreso español, cuando pregunté sobre qué tema podría tratar el próximo congreso, Paco Bonilla me dijo: “Cromosomas”. Se recibió de una manera tan fría que una persona dijo: “es imposible hacer un congreso sobre cromosomas en España” y Paco Bonilla contestó: “en el año 1964 traeremos una ponencia sobre cromosomas”. Y así fue. Abordó los cromosomas en el cáncer. Algunos de los trabajos sobre la materia se publicaron en revistas de prestigio internacional.
«La medicina se centraba mucho en la relación entre el enfermo y el médico. Era un vínculo de amistad, de cordialidad, de seguridad de los pacientes»
¿Qué grado de importancia tenían los descubrimientos sobre cromosomas en los años 60?
Podemos decir que estábamos en la edad de piedra. Nosotros lo único que sabíamos por otros trabajos es que el cáncer es una enfermedad que provoca una anarquía en el funcionamiento de nuestros órganos y en esta anarquía había unos cromosomas completamente atípicos. Y eso choca con los grandes avances que se han hecho desde entonces, cosa que ha permitido que ahora podamos hablar del proyecto del genoma humano y de la ética en ginecología.
Posiblemente hace treinta años era impensable que en el momento actual se tuviera tanta información sobre el genoma humano.
El genoma humano aparece publicado a principios del 2001 y este proyecto se pensaba que estaría terminado en el año 2004, y claro, ¡los avances vertiginosos son tremendos! En aquellos tiempos teníamos una visión tan diferente… Era como si vieras Valencia desde la Luna y sólo pudieras decir: “mira, allá hay un punto”. Claro, a medida que te aproximas como un zoom, ves que hay calles y casas. Te lo digo porque en aquellos años sólo podíamos saber cómo eran los cromosomas y que había una cierta anarquía en su configuración.
Después del enorme salto que se ha hecho en pocas décadas en el estudio de los cromosomas, háganos una valoración desde el punto de vista ético de lo que significa el proyecto del genoma humano.
Yo me voy a permitir hacer una historia clínica de lo que puede ser en el año 2020. Pongamos el caso de una chica que viene a la consulta y dice que su madre ha tenido un cáncer de mama y uno de ovario y que tiene una parienta que tuvo la menopausia muy pronto. Entonces me puede decir que ha pensado que le saquen unos ovocitos, los congelen, porque no tiene familia y un día le puede apetecer tenerla, y que le opere para quitarle los ovarios, no sea que después ella tenga el mismo problema. Bien, es una cosa que no sabemos adónde iremos. De otro lado, una posibilidad es que en nuestro carné de identidad se podría detallar una parte del genoma. ¡Ah! Eso puede ser un problema, porque una persona puede buscar un trabajo, que se sepa que posiblemente pueda tener una diabetes de mayor y que los responsables de la empresa decidan que esta persona no les interesa. Es un reto para el futuro y en cuanto a la especialidad en ginecología tenemos grandes dudas de cómo funcionará. Pongamos por caso que convenga trasladar genes mutados, que después podían crear problemas, en la vida intrauterina. Entramos en un mundo conflictivo, ya se sabe que en los principios de la ética el feto no tiene autonomía, pero, por otro lado, el médico debe aplicar el principio de beneficencia. O sea, que es un campo apasionante y donde queda camino por recorrer.