Entrevista a Luís Villar

Doctor en Biología e investigador en el Instituto Pirenaico de Ecología de Jaca

Luís Villar

Luis Villar Pérez (Alpuente, 1946) es valenciano de nacimiento y catalán de formación universitaria. Se licenció en 1969 y se doctoró en Biología en 1978 en la Universidad de Barcelona. Ahora, sin embargo, es aragonés por razones de trabajo, ya que lleva a cabo su actividad de investigación en el Instituto Pirenaico de Ecología (IPE, CSIC), en Jaca. Discípulo de Pedro Montserrat Recoder (Mataró, 1918), Luis Villar es uno de los mejores conocedores de la flora del Pirineo.

Pedro Montserrat, profesor de investigación jubilado –¡pero activo!– del CSIC, también en Jaca, inculcó a Luis Villar la pasión por los Pirineos y una manera de hacer que se escapa un poco de la que los botánicos floristas suelen practicar. Montserrat y Villar han considerado siempre el paisaje vegetal –desde el más natural hasta el más alterado– no solo por sus elementos de base, las plantas, sino también en relación con las actividades humanas que son mediatizadas por este paisaje y, al mismo tiempo, lo elaboran.

«El mundo vegetal que nos rodea es un recurso natural renovable que nos permite ahorrar energía, reducir la contaminación y ayudar a nuestra supervivencia»

Así, aparte de hacer numerosos trabajos sobre flora, vegetación y conservación de especies de los Pirineos, Luis Villar encabezó, en los años ochenta, un proyecto de investigación sobre los usos populares de las plantas en la provincia de Huesca que desembocó –artículos científicos aparte– en la edición de un libro con otros autores: Plantas medicinales del Pirineo aragonés y demás tierras oscenses (1987). Esta publicación y el trabajo que la hizo posible han sido la obra de base de los estudios etnobotánicos en tierras ibéricas en la época contemporánea, tras las huellas de Pius Font Quer, padre de la botánica catalana y en buena medida también de la ibérica.

Autor de más de 300 artículos y una quincena de libros, Luis Villar lo sabe todo del Pirineo, sobre todo del central y el occidental y de los aspectos botánicos –su fuerte vinculación con Aragón y con la ciencia de las plantas ha hecho posible, y lógico, que sea miembro de la Real Academia de Ciencias de Zaragoza–, pero de hecho domina toda la cordillera en aspectos muy diversos, como ecológicos, pastoriles, toponímicos, fitonímicos… Es por ello por lo que nos ha parecido interesante que una conversación con él se inscriba en el monográfico de la revista Mètode dedicado a esta disciplina que relaciona a las personas con las plantas. Cuando a veces pregunto a los estudiantes si no recuerdan haber jugado con plantas cuando eran niños, muchos me dicen –y casi siempre evocándolo con una sonrisa– que sí. Eso es una de las primeras muestras de esta relación entre personas y plantas que la etnobotánica estudia. ¿Tiene este recuerdo de su infancia?
Naturalmente. En Casinos, donde vivíamos, buscábamos en la rambla de Artaix los frutos del azufaifo (Ziziphus jujuba) y jugábamos con los huesos usándolos como proyectiles mediante un canuto de caña (Arundo donax) que fabricábamos. También recuerdo los tapices de pámpanos (Vitis vinifera) que se extendían por las calles durante las fiestas y procesiones, tan tiernos y tan verdes.

Luis Villar (izquierda) y su maestro, Pedro Montserrat (derecha), con la etnobotánica mexicana de origen catalán Montserrat Gispert y el entrevistador en un congreso en Albacete en 2010. / © Esperança Carrió

Pasemos al ámbito académico. Cuando estudió biología en la universidad, ¿encontró alguna referencia a este tema en alguna materia, hecha por algún profesor?
En 1969, los doctores Ramon Margalef y Oriol de Bolòs, ambos excelentes catedráticos, organizaron un pionero I Simposio de Conservación de la Biosfera. Allí se habló, entre otros temas, de la agricultura itinerante americana –que también se practicaba en el Pirineo: las artigas– y sobre todo se planteó uno de los paradigmas que se impuso veinte años más tarde: el hombre forma parte de la biosfera, aunque sea como animal dominante.

¿Cuándo se empezó a dar cuenta de la importancia de estudiar también este aspecto, a caballo entre la botánica, la etnología y la antropología cultural?
Cuando, a partir de 1970, preparaba mi tesis doctoral por los valles del Pirineo Occidental. A menudo hablaba con los pastores, escuchándolos en su habla, la fabla altoaragonesa, y pude calibrar su conocimiento del entorno y cómo conocían muchas plantas curativas, tóxicas, alimenticias, etc.

«De una u otra manera necesitamos las montañas. Estas son verdaderas reservas de biodiversidad, agua, productos alimenticios de calidad y plantas medicinales»

¿Qué papel representó su maestro, Pedro Montserrat, en su visión de la investigación?
Un papel muy importante. Desde el principio, él tenía dos especialidades: la botánica y la praticultura. Él fue cofundador de la Sociedad Española para el Estudio de los Pastos, ahora hace 52 años, y en sus reuniones anuales convivíamos los biólogos con agrónomos, veterinarios, forestales y ganaderos. Siempre destacó la estrecha relación entre las plantas y los herbívoros. En 1964 definió los agrobiosistemas y más tarde valoró los paisajes modificados por el hombre pero equilibrados, especialmente visibles en los Pirineos y en las montañas Cantábricas.

Luis Villar con Joan Vallès, autor de la entrevista, y la botánica Teresa Garnatje en Panticosa el año 2010, después de una recolección de plantas. / © Joan Vallès Xirau

¿Cómo se le ocurrió el proyecto que antes mencionábamos como primer logro en la etnobotánica ibérica actual?
En primer lugar leyendo el libro Plantas medicinales de Font Quer, que, viniendo del mundo rural como yo venía, me pareció encantador, tanto por el contenido de conocimientos de cultura profunda etnobotánica como por la sencillez magistral con la que estaba escrito. Acabada mi tesis en 1978, nos vino a ver José María Palacín, farmacéutico de Huesca que estudiaba para su tesina las plantas curativas del Pirineo Aragonés y quería determinarlas con precisión. También teníamos relación con Ramiro Puig –ingeniero de montes y valenciano de origen– que entonces era diputado en la Diputación oscense y se interesó por el posible cultivo de las plantas medicinales de la provincia en campos abandonados. Es así como formamos el equipo con tres colegas más: los biólogos Daniel Gómez y Gabriel Montserrat, y Constancio Calvo, diplomado en Medicina Natural. Planteado el estudio, la Diputación lo aceptó en 1981 y, además, una vez acabado en 1984, se interesó por el libro, publicado con su colaboración en 1987.

¿Era usted consciente de que estaban abriendo la puerta a una nueva línea de investigación?
Es cierto que los resultados eran interesantes e incluso más o menos nuevos, pero pasados algunos años, al asistir a algún congreso y al ver la aceptación que tuvo nuestro libro, nos dimos cuenta de que habíamos sido unos de los primeros de la época que podríamos decir posfontqueriana.

¿Se podría hacer actualmente?
Sí, efectivamente, ya lo hacen equipos mixtos, formados, además de por farmacéuticos, por biólogos, agrónomos, antropólogos y etnólogos. Ahora interesan todas las plantas útiles, no solo las curativas –eso quiere decir la etnobotánica– y también los animales –la etnozoología–, que, con lo anterior, conforma la etnobiología. Sin embargo la dificultad actual es la de encontrar buenos informantes, una vez que aquellas «enciclopedias vivientes» que acabo de mencionar han muerto y en muchos casos no han transmitido sus conocimientos. La despoblación rural y la llegada de la televisión lo han cortado casi todo.

«Estudiando los nombres de las plantas y de los topónimos relacionados podemos seguir el rastro del conocimiento antiguo y la utilidad o significación que las especies han tenido en el espacio y el tiempo»

Este último aspecto que evoca es el que me preocupaba y de aquí venía la pregunta anterior. ¿Cómo ve el mundo rural, sobre todo en áreas de montaña como esas en las que trabaja, en el momento presente? ¿Hacia dónde cree que irá?
El empobrecimiento demográfico ha llevado a un empobrecimiento cultural. Del predominio de las actividades agrícolas, pecuarias y forestales se ha pasado a las actividades terciarias, como el turismo, los deportes, etc. La sociedad ha cambiado bastante, es mucho más abierta. El nivel económico ha aumentado, se han declarado muchos espacios naturales protegidos… Caminamos hacia una cierta uniformización cultural y nuestros paisajes tradicionales han perdido algunas de sus funciones.

¿Y esta pérdida, la ve irreversible?
En algunos aspectos sí, pero no querría ser pesimista. Precisamente la declaración de espacios protegidos y la valoración creciente de la agronomía «ecológica» pueden mantener las actividades primarias conjuntamente con el turismo. De una u otra manera necesitamos las montañas. Son verdaderas reservas de biodiversidad, agua, productos alimenticios de calidad, plantas medicinales, etc.

El entrevistado, dando explicaciones en el campo en un curso de botánica pirenaica en 2004. / © Joan Vallès Xirau

¿Qué papel puede o debería hacer la etnobotánica en la conservación de la flora y del paisaje vegetal, incluyendo el cultural?
Buscando un equilibrio etnoecológico entre las actividades tradicionales, donde todo se aprovechaba con regulaciones complicadas –muchos usos y pocos abusos– y la situación actual, donde el entorno es más bien decorativo; donde la globalización infravalora los recursos naturales biológicos y la energía que antes aportaban a las poblaciones humanas hasta el punto de ser imprescindibles.

Y en la conservación de los conocimientos tradicionales, de la cultura popular, ¿qué papel representaría?
Recopilar, escribir o difundir los conocimientos populares a través de las plantas es importantísimo. Si ahora son pocos los ganaderos y agricultores alrededor de los espacios protegidos, la etnobotánica tiene que ayudar a una mejor integración en la naturaleza y sus elementos: las plantas individuales y los huertos o cultivos, las comunidades, bosques y pastos. Idealmente, estos conocimientos se tendrían que enseñar en las escuelas rurales.

De hecho –y quizá esta pregunta debería haber ido antes de la anterior– ¿tiene sentido querer conservar lo que nuestros abuelos y bisabuelos sabían y hacían? ¿Sirve para algo, la etnobotánica, más allá de para guardar recuerdos?
Sirve y tiene que servir. Tal como decía recientemente el profesor Eduardo Rapoport, especialista argentino en plantas comestibles y malas hierbas, no es de sabios menospreciar el mundo vegetal que nos rodea. Al fin y al cabo es un recurso natural renovable que nos permite ahorrar energía y reducir la contaminación; además, a largo plazo puede ayudar a nuestra supervivencia.

Entrevistado y entrevistador tenemos en común una pasión por la interfaz entre la lengua y las plantas, entre la lingüística y la botánica. ¿Podría sintetizar algunas de sus ideas y descubrimientos en este campo?
Estudiando los nombres de las plantas y los topónimos relacionados podemos seguir el rastro de los conocimientos botánicos antiguos y sobre todo de la utilidad o significación que tanto las especies como las comunidades han tenido en el espacio y en el tiempo; en otras palabras, son un libro abierto a la naturaleza y a la cultura de los hombres que la habitan.

¿Nos puede dar algún ejemplo interesante o simplemente curioso?
Gustosamente. Al estudiar las poblaciones de sabina turífera (Juni­perus thurifera) descubiertas por Pere Aymerich en 2006 en L’Alt Pallars (Lérida), encontré en los mapas topográficos un topónimo alusivo: Turó de la Savina Rodona. Eso quiere decir que si los botánicos hubiéramos seguido de cerca los topónimos de origen vegetal, este hallazgo de un nuevo árbol para la flora de Cataluña habría llegado mucho más temprano. Asimismo, de Montserrat de Alcalá (Valencia) se ha descrito hace poco una nueva especie, la altramucera valenciana (Lupinus mariae-josephi)[Anuario Mètode, 2007], tan rara que durante un tiempo se consideraba extinta. Ahora bien, investigando los topónimos formados a partir de su nombre popular, los tramussars, se han descubierto tres poblaciones más (Llombay, Gandía y Játiva).

Luis Villar y el botánico Josep Vigo en 2010, en pleno trabajo de campo en el valle de Arán. / © Joan Vallès Xirau

La etnobotánica no ha estado ni está bien vista por algunos miembros del mundo académico, que piensan que no es una disciplina científica y que rechazan estos temas como objeto de becas o de proyectos de investigación subvencionados. ¿Qué diría a estos científicos?
Para mí, el estudio y la interpretación de las relaciones hombre-naturaleza a través de las plantas siempre es una aproximación científica y eso está muy patente en otras latitudes desde hace años. En el caso concreto de España puedo decir, por ejemplo, que los que consideraban las ideas del Dr. Montserrat, mi maestro, demasiado generalistas, más tarde han acabado reconociendo su buen enfoque y premiándolo repetidamente.

Sea como sea, ¿cómo ve la investigación en etnobotánica en los territorios iberobaleares o, si lo prefiere, en la Europa mediterránea ahora mismo?
Quizá habría que esperar más tesis doctorales sobre este tema, ahora que hay tantos jóvenes licenciados, pero los grupos que trabajan, como el vuestro en la Facultad de Farmacia de Barcelona, los de Madrid, Albacete, Alicante, etc., hacen avanzar la etnobotánica, publican los resultados no solamente en casa, sino también en las revistas internacionales de primer orden, y además la presencia de los investigadores españoles en los congresos internacionales es importante. Hay que seguir en esta línea. Como ya he dicho, soy optimista, pienso que si globalmente nuestra sociedad acepta los principios ecológicos y hace esfuerzos por conservar la biodiversidad, también acabará revitalizando los estudios etnobotánicos, actualmente más reconocidos en América que en Europa.

¿Ve posibilidades de futuro en la investigación en esta materia? ¿Se puede continuar practicando, dados los cambios demográficos, sociales y culturales que se han sucedido en los últimos años y que aún se suceden?
Sí, sí, sin ninguna duda. No tiene sentido ecológico concentrar la población en las ciudades (más del 50 por ciento de la humanidad ya vive en ellas desde 2008) y vaciar la mitad del territorio. Venimos de un paisaje humanizado y el abandono brusco y desordenado puede llegar a plantear muchos problemas. Hay que repetir que para la conservación de la naturaleza y la salud de los ecosistemas, aquí en la vieja Europa necesitamos del hombre rural con su cultura. La Unión Europea, en varias ocasiones y sobre todo con la Red Natura 2000, ha contribuido al estudio y conservación de su patrimonio natural, en el caso de la península Ibérica extraordinariamente rico. Creo que ahora también tiene que ocuparse del patrimonio cultural. La etnobotánica demuestra cada día la estrecha relación entre nuestra naturaleza y nuestra cultura, más allá de las diferentes lenguas.

«Si nuestra sociedad acepta los principios ecológicos y se esfuerza por conservar la biodiversidad, también acabará revitalizando los estudios etnobotánicos»

Ligado con la pregunta anterior, ¿cómo ve la vida rural en el Pirineo y en otros territorios de nuestra geografía en los próximos años? ¿Lo que, haciendo etnobotánica, hemos aprendido de las generaciones anteriores, puede ayudar a desarrollar condiciones para que esta vida sea mejor? Ya hemos dicho que durante la segunda mitad del siglo pasado los cambios han sido numerosos y profundos.
Cuando se vive en el Pirineo más de cuarenta años como yo he vivido, uno se da cuenta de que el ámbito pirenaico es mucho más amplio que la cordillera propiamente dicha. Los ganaderos trashumantes se desplazan cada otoño a las depresiones vecinas y vuelven en la primavera siguiente. Las montañas aportan agua, energía, etc., a las ciudades circundantes y las poblaciones urbanas encuentran en ellas un espacio de ocio importante durante las cuatro estaciones del año. Las distancias se acortan y las relaciones y las posibilidades aumentan. Ahora se habla de los «servicios ecosistémicos» que se ofrecen al conjunto de la sociedad, y eso quizá traduce una visión economicista. En mi opinión, muchas personas vienen al Pirineo para encontrar allí sus raíces o para acercarse a una naturaleza de la que piensan que se han alejado demasiado. Evidentemente, admirar su complejidad geológica, gozar de los paisajes, respirar su aire puro, subir cimas y recorrer sus espacios protegidos también cuenta. Pocos lugares tan adecuados para conocer de cerca y comprender las leyes de la naturaleza como las montañas. Y no cabe duda de que los postulados y métodos de la etnobotánica nos ayudan en esta comprensión. Además, siendo el Pirineo la única montaña alpina de la península, lo que se haga aquí podría servir de modelo para muchas otras cordilleras.

© Mètode 2012 - 72. Botánica estimada - Invierno 2011/12

Catedrático de Botánica. Laboratorio de Botánica. Facultad de Farmacia de la Universidad de Barcelona.