«El país de los sueños perdidos», de José Manuel Sánchez Ron
Los sueños perdidos de la ciencia española
Físico teórico, catedrático emérito de Historia de la Ciencia en la Universidad Autónoma de Madrid, Premio Nacional de Ensayo y miembro de la Real Academia Española. José Manuel Sánchez Ron, que ha acreditado a través de más de cuarenta libros su sabiduría en lo tocante al mundo de la ciencia universal y española, nos ofrece ahora una obra verdaderamente importante para conocer la relación de nuestro país con la ciencia a lo largo del tiempo, tema nunca antes abordado con tanta ambición.
Dividido en diecinueve capítulos y apoyado en la referencia bibliográfica de cerca de mil obras, el autor explica en el prólogo de su título que «la investigación científica en España […] todavía está sumida en demasiadas trabas y desatenciones» y que «la historia de la ciencia en España se ajusta bastante bien a su historia sociopolítica, en la que abundaron acontecimientos de los que lo menos que puede decirse es que “perturbaban la normalidad…”».
Es difícil resumir la riqueza de información y de matices que impregna el extenso libro, tan riguroso como ameno, en el que se integran con naturalidad la erudición científica e histórica con lo que pudiéramos llamar el «discurso dramático», tanto del escenario social y temporal, como de los personajes que en él se van sucediendo y los temas en que intervienen.
A partir de las Etimologías de san Isidoro (siglo V o VI) como «recopilación de saberes antiguos» y «puente entre los conocimientos de la Antigüedad y la Edad Media», Sánchez Ron nos va presentando el panorama de los conocimientos en el «país de las tres culturas» marcando el mundo musulmán como transmisor de los saberes helenísticos y las relaciones entre los musulmanes de Oriente y de Occidente, en que proliferaron los conocimientos en materia de medicina, astronomía y botánica, con la invención de instrumentos como el astrolabio, relojes y clepsidras. Alfonso X el Sabio es otro referente destacable, no solo por la presencia en su reino de judíos y árabes cultos, sino por ciertas publicaciones en materia de astronomía que influyeron en Copérnico y permanecieron vigentes hasta el siglo XVIII. En el campo de la medicina destacaban los judíos, y se recuerda al médico y astrónomo Maimónides, junto con otros como el musulmán Averroes, antes de que los Reyes Católicos determinasen un triste final.
Tras el nacimiento de las primeras universidades, el interés por la cosmografía, la cartografía, y la botánica, tan apropiados a los intereses colonizadores, encuentran en Felipe II, a pesar de la religión, un notable impulsor, así como la creación de instituciones de estudio y enseñanza que van consolidando nuestra cultura, aunque «España no contribuyó a la renovación de la física ni de la matemática».
La Ilustración española merece del autor un análisis detenido. Acosada por la censura eclesiástica, «no resiste comparación con Inglaterra, Escocia, Francia u Holanda, salvo en las ciencias naturales», aunque hay nombres destacados –Jorge Juan, Antonio de Ulloa, José Celestino Mutis, los hermanos Elhuyar, Pablo de Olavide, Félix de Azara…– y se recuerdan instituciones como la Sociedad Bascongada de Amigos del País, germen de otras similares interesadas en ciencias experimentales, o la creación del Real Jardín Botánico de Madrid, dentro de una tradición milenaria.
Sánchez Ron profundiza en el tema americano en un capítulo específico, tratando de minerales y de la minería, el llamado «imperio de la plata» con el «cerro de Potosí» y la revolución de los precios en el comercio mundial. Nos hablará también del complejo transporte del azogue –mercurio–, adecuado para separar la plata por medio de la amalgama; del platino «del que España no supo sacar rendimiento»; del descubrimiento del vanadio; y recordará las Historias naturales, con descripciones de especies animales y vegetales y de los usos y costumbres de los nativos que nos dejaron el militar Gonzalo Fernández de Oviedo, el franciscano Bernardino de Sahagún y el jesuita José de Acosta, y de las numerosas expediciones científicas que se llevaron a cabo: la exploración «pionera» de Francisco Hernández (1517…), la Real Expedición Botánica a Perú y Chile (1777), la expedición botánica de Nueva Granada de Celestino Mutis (1783…), entre otras.
En el siglo XIX, España está marcada por una continua crisis que repercute en la ciencia y la tecnología: desde la Guerra de la Independencia a las sucesivas guerras carlistas, pasando por la reacción absolutista de 1823 y la Primera República, pero también se crean centros como la Institución Libre de Enseñanza –ILE– (fundada por Francisco Giner de los Ríos en 1876) o la Estación Zoológica de Biología y Botánica Experimentales de Santander (en cuya creación en 1886 participó Augusto González de Linares).
La física y la química, las ciencias naturales y las matemáticas del XIX merecen en el libro, en cada caso, un estudio especial. La química orgánica y la física –el electromagnetismo– destacan en el papel de la «institucionalización» científica, aunque la ciencia no repercutiría en la realidad, pues España fracasaría en la revolución industrial, pese a nombres de tanta envergadura como el físico Blas Cabrera, el entomólogo Ignacio Bolívar, el matemático José Echegaray o el histólogo y anatomopatólogo Santiago Ramón y Cajal, cuyas tareas analiza el autor con la destreza y el rigor propios de todo el libro.
La República de 1931 trajo muchas iniciativas sociales, pero menos aportaciones científicas por falta de tiempo, pues los esfuerzos educativos se iniciaron en el nivel primario antes que en el superior, y el alzamiento franquista estallaría muy pronto. Conoceremos las vicisitudes del momento: el traslado del Gobierno y las instituciones estatales a Valencia y luego a Barcelona, y casos peculiares del exilio de numerosos científicos.
Luego el autor afrontará la actuación en la materia del régimen franquista: abolición de la JAE, aparición de nuevos líderes en materia científica, como José María Albareda –bajo el influjo de José María Escrivá de Balaguer y el Opus Dei– o de José Antonio Suanzes; fundación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y del Instituto Nacional de Técnica Aeronáutica (INTA); cómo se desarrolló el aislamiento de la España franquista, excluida de la ONU y al fin apoyada por los Estados Unidos por razones políticas y de interés espacial, hasta llegar a la Junta de Energía Nuclear y a la instalación de centrales nucleares.
La ciencia española en los años de democracia es el último capítulo del libro y en él, aparte de señalar que la democracia se ha interesado crecientemente por la ciencia, la innovación científica y la investigación –aunque la Constitución de 1978 hizo «escasas y superficiales» referencias a ello–, apunta dos aspectos sustantivos: la Ley de Reforma Universitaria de 1983 –que considera la universidad como la mejor institución para asumir el reto del desarrollo científico-técnico– y la Ley de la Ciencia de 1986, que pretende modernizar el sistema científico español, estableciendo o agrupando organismos públicos como el CSIC, el INTA…, y transformando la Junta de Energía Nuclear en un Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas.
En fin, un libro que marca un hito indispensable, de obligado conocimiento, en la perspectiva histórica de las ciencias en España, y que, por tratarse de una escrupulosa reconstrucción de la memoria, sin duda ayudará mucho a la recuperación de esos sueños perdidos…