Ciencias sociales

Si no le gusta esta explicación, tengo otras

El debate entre las ciencias sociales y las ciencias experimentales no es nuevo, pero durante el pasado 2020 se manifestó de formas muy crudas y prácticas, desbordando el entorno académico, que es su hábitat natural, y entrando en las sobremesas de todo el mundo. Los expertos en economía, sociología y politología chocaron con los expertos en epidemiología y virología a propósito de la gestión de la pandemia de COVID-19, y también tuvieron que explicar por qué erraron tanto las previsiones en las elecciones que llevaron a Donald Trump a ser el segundo candidato presidencial más votado de la historia de los Estados Unidos. Los científicos experimentales dicen que las ciencias sociales no tienen capacidad predictiva, y su capacidad explicativa es limitada porque siempre hay más de una forma de explicar algo cuando ya ha pasado. Los científicos sociales defienden sus métodos de trabajo y la validez de sus conclusiones.

El origen de la disputa tiene que ver con la forma de escribir de los unos y de los otros. La revolución posmoderna que siguió a la contracultura de los sesenta normalizó una forma de explicar la realidad alejada del realismo que había sido la norma hasta entonces. Pasamos en poco tiempo de Combate en la noche a Rayuela, de la disciplina al sálvese quien pueda. El sociólogo Stanislav Andreski identificó inmediatamente esta tendencia de sus colegas, y en 1972 publicó Social sciences as sorcery (“Las ciencias sociales como brujería”).

Una generación más tarde, los físicos Alan Sokal y Jean Bricmont reabrieron el debate con un libro que denunciaba el estilo confuso de los principales referentes posmodernos de la sociología y la psicología. Sokal también publicó un artículo sin pies ni cabeza, escrito juntando frases automáticamente, en una revista de referencia de ciencias sociales, y pasó el filtro editorial sin que nadie encontrara nada extraño.

Parece que en algunas disciplinas académicas se valora que los escritos no se entiendan, o que las explicaciones estén basadas en teorías no demostrables. A menudo se tienen en cuenta estas explicaciones para tomar decisiones políticas, con resultados poco brillantes.

Una posible salida a la tensión entre ciencias sociales y experimentales sería la propuesta que Hans Rosling desarrolla en Factfulness. Parece una solución obvia, pero está muy lejos de ser aceptada generalmente. La clave de todo es obtener datos, tanto si es para parar la expansión de una enfermedad infecciosa como si es para modificar métodos educativos o para incentivar un sistema de transporte por encima de otro. No quiere decir que los resultados sean infalibles (y Rosling da ejemplos de lo contrario), pero, cuando menos, siempre es posible recular para ver dónde se ha producido un error. Ahora bien, en cualquier caso, es imprescindible que el estilo de escritura del razonamiento sea entendedor. Para hacer la ciencia del siglo XXI hacen falta las herramientas narrativas del Joyce de Dublineses, no las del de Ulises.

Referencias
Andreski, S. (1972). Social sciences as sorcery. Andre Deutsch Ltd.
Rosling, H. (2018). Factfulness. La Campana.
Sokal, A., & Bricmont, J. (1999). Imposturas intelectuales. Paidós.

© Mètode 2021 - 108. Ciencia ciudadana - Volumen 1 (2021)
Biólogo y escritor (Barcelona).