En la historia reciente no deben haber coincidido, de forma tan acusada, la confianza absoluta en la ciencia, y en los científicos y en sus posibilidades y, al mismo tiempo, una crítica feroz hacia esta por sus grandes limitaciones o por los intereses ocultos que pueda tener. La pandemia de la COVID-19 ha generado este hecho, que probablemente se produjo en otras épocas, pero que resulta más difícil de comprender en pleno siglo xxi. Desde enero de 2020, por una parte, hemos observado la fe en que la ciencia permitiría acabar con la amenaza del SARS-CoV-2 o, como mínimo, con sus efectos más graves. Incluso, en ciertos momentos, se le exigían soluciones y despertaba sorpresa que aún no se hubiesen hallado. Por otra, hemos visto la negación de la propia existencia del virus o la difusión de graves efectos secundarios nunca demostrados de las vacunas, junto a las dudas sobre la honestidad de los científicos.
La obra de la bióloga Cristina Junyent empieza precisamente recordando que los resultados positivos de la primera vacuna contra la COVID-19 fueron la primera buena noticia «después de meses de confinamiento». Con la pandemia, mucha gente ha aprendido cosas que no sabía y palabras que no había escuchado nunca y eso ha sido, al menos, un efecto secundario positivo en un período tan trágico. Pero, además, ¿qué ha aprendido la gente sobre cómo se hace la ciencia? ¿Y cómo han tenido tanto predicamento las teorías más peregrinas y los rumores más absurdos?
El objetivo de este libro, dice la autora, es proporcionar pensamiento crítico informado y destensar, y puede que mejorar, el debate social. Y para hacerlo, la primera parte, «Personajes y vínculos», está dedicada a explicar cómo funciona la ciencia, sus luces y sus sombras, sus grandezas y sus miserias. Trata muchos temas que van desde una pregunta tan genérica como «qué es eso que llamamos ciencia» a aspectos muy concretos y prácticos, como la revisión de artículos científicos o los conflictos de interés. Se trata de textos breves dedicados a cada tema y por eso el lector no se perderá en explicaciones largas y pesadas. Quizás en algunos pasajes, como la descripción del tejido científico, la exhaustividad de la exposición de los diversos agentes pueda aburrir un poco, pero tiene el valor de intentar no olvidar a nadie.
A quienes viven inmersos en el mundo de la ciencia, esta parte probablemente les dirá pocas cosas nuevas, si bien siempre hay algún dato o alguna anécdota que no conocíamos o un argumento que no se nos había ocurrido. Pero es muy importante para el público general, que quizás no entendió que no apareciese enseguida un remedio contra el virus o, por el contrario, que se sorprendió de que surgieran tan rápido diversas vacunas, cosa que le generaba cierta desconfianza –dejemos de lado a quienes han difundido mentiras, de forma voluntaria o involuntaria–. Comprender la ciencia no es solo saber definir un anticuerpo o entender la diferencia entre bacteria y virus. Comprender la ciencia es conocer, por lo menos de manera básica, cómo se hace, cómo no debe hacerse, quién la hace, por qué se hace. Sin olvidar las cosas que chirrían, pero también sin críticas exageradas.
Un ejemplo: según explica Junyent, la que fue candidata a la vicepresidencia de Estados Unidos, Sarah Palin, consideraba absurdo invertir en investigación sobre el pez cebra o el gusano Caenorhabditis elegans. A menudo, cuesta explicar el valor de estas investigaciones a quienes siempre preguntan para qué sirve determinado estudio –y después se quejan de que la ciencia es demasiado utilitarista– o si conllevará aplicaciones inmediatas. Por eso es necesario explicar qué se desprende de ellas. O bien, explicar que sin muchos años de investigación básica no habrían surgido tan de prisa las vacunas basadas en el ARNm.
La segunda parte lleva como título genérico «Luz en la oscuridad» y entra más en el debate social. Habla de pseudociencias y analiza cómo es posible que todavía tengan notoriedad. Y expone grandes retos, como el cambio climático o incluso la probablemente inevitable próxima pandemia. Pero, cuando hace eso, Junyent no solo habla de ciencia, porque esta no es una actividad aislada, sino que se genera en una sociedad determinada y con unos condicionantes. Por tanto, debe prestar atención a aspectos como los desequilibrios sociales y las discriminaciones. Así, nos habla de tecnofobia, pero también de tecnolatría –siempre de forma breve.
El subtítulo del libro es «Ciencia y ciudadanía después del coronavirus». Muestra así la voluntad de no hablar solo de ciencia, sino también de aquellos a quien se debe y que deben intervenir en el debate. Y que deben hacerlo con unos criterios mínimos, como los que este libro intenta proporcionar. Su publicación coincide con un nuevo currículum en que las únicas dos horas de ciencia obligatorias para todos los que hacen bachillerato han quedado borradas, sin que los que han levantado una voz indignada contra la supuesta eliminación de la Filosofía hayan dicho nada –en los bachilleratos ya no habrá ninguna asignatura de ciencias común, pero sí Filosofía e Historia de la Filosofía para todo el mundo–. Con estos planteamientos, ¿cómo podemos esperar que la ciudadanía logre unos mínimos conocimientos y criterios científicos? Libros como este pueden ayudar a disminuir el desequilibrio, a pesar de que tienen que luchar contra la preeminencia de las visiones limitadas, cortoplacistas, sensacionalistas, frívolas o interesadas.