Jordi Agustí es un hominino muy prolífico. Ha producido un buen número de libros donde difunde a la ciudadanía la ciencia de la evolución. En Genes, cerebros y símbolos, con una prosa directa y ágil, muy pautada, que facilita la lectura, la pausa y la reanudación, presenta la información más reciente sobre las especies homininas, la biología de las poblaciones, la demografía… y no solo la paleontología y la anatomía. Conoceremos detalles sobre el crecimiento y características como el color de la piel –que son difíciles de encontrar en muchos manuales–, con una profusa descripción de los fósiles y la enumeración de las localidades en las que se han descubierto. Tiene un valor de manual, claro y constante, con citas y desarrollos sobre las obras clásicas. Así es, también, un tratado de historia de la ciencia evolucionista.
Es muy detallado en la exposición de las hipótesis que se plantean para explicar los diferentes fenómenos evolutivos. Argumenta del mismo modo que en la discusión de un artículo científico, sin dogmatismos. Se hace, pues, útil al lector como aprendizaje del proceso de argumentación en ciencia.
Jordi Agustí, un micropaleontólogo, escribe sobre la humanidad. La suya es una escuela con una comprensión transdisciplinaria de la ciencia, fruto de la interacción constante con arqueólogos y paleoantropólogos, como él mismo refiere. De hecho, hemos querido construir esta interacción en el Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social (IPHES), donde cohabitamos. En muchas campañas de campo hemos podido discutir estas cuestiones. De resultas, todos tenemos una visión holística, que transmitimos al público.
En esta obra actualiza puntos que requerían una puesta al día y una mirada diferente. De entrada, señala el debate de fondo, entre la necesidad de marcar fronteras entre los seres –de demarcar, como propuso Aristóteles–, o la percepción diaria de Heráclito, que ve el cambio. Si bien en el inicio de la ciencia Aristóteles aportó herramientas extraordinarias para comprender y sistematizar (de aquí el éxito de Linné), los últimos decenios nos han mostrado la necesidad de una comprensión compleja, incluso caótica, de la realidad de la que formamos parte.
«La nuestra, como la de todo ser vivo, es una historia fluida, de irse haciendo, con azares y con cambios dirigidos por el entorno»
La paleontología humana, y Agustí lo argumenta bien, ha bebido de ambas fuentes. Primero, hemos demarcado. Hemos querido conocer los estandartes de la humanidad: el cerebro, el lenguaje, el simbolismo, la tecnología… Hasta que los descubrimientos han matizado nuestra posición y hemos sido capaces de comprender el flujo evolutivo. La investigación nos ha conducido a prever el acceso a la tecnología de géneros anteriores a la humanidad, y a aceptar el descubrimiento de las herramientas de hace tres millones de años de Lomekwi como un indicio de la carencia de hitos claros y demarcados. La nuestra, como la de todo ser vivo, es una historia fluida, de irse haciendo. Con azares y con cambios dirigidos por el entorno. También con fenómenos que, según los genetistas, se sucedieron de forma rápida, como la adquisición del lenguaje. Ciencia de la complejidad.
También se ha querido separar Homo sapiens de las especies anteriores y nos hemos encontrado que el flujo evolutivo no nos permite mantener la idea de que solo nuestra especie es simbólica. Nuestro equipo en Atapuerca, de hecho, ha sido capaz de demostrar el simbolismo de la muerte ahora hace medio millón de años en la especie Homo heidelbergensis.
Agustí es atrevido y provocativo en una tesis que hemos discutido a menudo en la IPHES, la de la autoextinción de los neandertales. Tenemos que tomar esta idea como lo que es: el resultado de la aplicación de un modelo matemático. En mi opinión, sin embargo, tenemos un error de base: el canibalismo es transversal a toda la humanidad, no hay un ir y venir, especies que lo usan y otras que no o que lo introducen más tarde. No hay especies caníbales, hay culturas caníbales. En todas las especies humanas y en todos los tiempos y en todos los continentes. Este es un punto en el que nuestro equipo también ha aportado datos esenciales y es el único en el que Agustí y yo no estamos plenamente de acuerdo. Eso es ciencia.
Me satisface presentar un nuevo libro de socialización de la ciencia de Jordi Agustí, de conexión entre ciencia y sociedad que tanto nos place a los dos. ¡Más socialización necesitamos todavía! En la línea de trabajadores incansables de este mundo, como el propio Víctor Gómez Pin o Eudald Carbonell, que Agustí cita. Notaréis cierta envidia por mi parte. ¡Sí, pero sana!
La prosa amena y cargada de anécdotas de Jordi Agustí nos ayuda. Y, por cierto, ¡menos mal que el orangután que cita Diderot no habló!