«Las mujeres de la Luna», de Daniel Roberto Altschuler y Fernando J. Ballesteros
Luchando contra la discriminación desde la Luna
Si hacemos una encuesta y preguntamos el nombre de un científico famoso, seguramente Albert Einstein será el elegido. Si especificamos que queremos el de una científica, Marie Curie será la escogida. Pero si pedimos nombres de más mujeres dedicadas a la ciencia, la gente no sabrá qué decir. Las mujeres que han estudiado la naturaleza parece que no existen. ¿Es así o simplemente han quedado escondidas por numerosos prejuicios y en la práctica son anónimas?
En cambio, si investigamos un poco la historia de la ciencia, veremos claro que la mujer, a pesar de los prejuicios, ha destacado en muchas ramas del conocimiento. En astronomía, por ejemplo, Annie Jump Cannon puso orden en el caos estelar, Henrietta Swan Leavitt descubrió las estrellas cefeidas que permiten calcular las distancias en las galaxias, Jocelyn Bell Burnell observó por primera vez los púlsares y Vera Rubin postuló la existencia de la materia oscura.
Frecuentemente, las mujeres se han dedicado a la ciencia, incluso con la desaprobación de los científicos de su entorno o de los maridos. Y era así, tradicionalmente, porque el objetivo vital de una mujer era ser una buena esposa, ama de casa y madre.
Precisamente, un ejemplo evidente de esta clara discriminación del rol femenino es la nomenclatura de los accidentes lunares. Desde la invención del telescopio, los cráteres han recibido nombres de filósofos y científicos. Sin embargo, de las 1.586 personas homenajeadas con un nombre de cráter, solo 28 corresponden a mujeres. Esta desproporción refleja la condición histórica de la mujer en la ciencia. Sin embargo, habría que hacerse también la pregunta: ¿quiénes son estas mujeres que, contra tantas adversidades, merecieron un cráter en la Luna?
El libro Las mujeres de la Luna trata de responder esta pregunta. Los autores, los astrónomos Daniel Altschuler y Fernando Ballesteros, hacen un recorrido exhaustivo por la vida de estas mujeres. Unas son verdaderas gigantas intelectuales que triunfaron a pesar de los obstáculos, otras destacaron menos, pero todas contribuyeron de alguna forma al progreso de la ciencia.
Entre las más famosas aparecen Marie Sklodowska, más conocida como Madame Curie, merecedora de dos premios Nobel, y Lise Meitner, pionera de la física nuclear alemana y pacifista. Caroline Herschel, hermana del descubridor de Urano, empieza a ser valorada. Menos conocidas son la divulgadora Mary Somerville o las mecenas Anne Sheepshanks y Catherine Wolfe Bruce. No podía faltar tampoco el grupo de mujeres calculistas del Observatorio de Harvard, que con su trabajo paciente hicieron descubrimientos espectaculares. El libro recuerda también las valientes astronautas que murieron en el espacio y finaliza con Valentina Tereshkova, la primera mujer que salió de la Tierra.
Todas ellas demostraron un intenso y fecundo amor a la ciencia, una firme actitud que las enfrentó a los tabúes de su tiempo, a la discriminación por razones de sexo y por eso merecen aún más nuestro reconocimiento. Fueron mujeres fuertes, modernas y conscientes de su lucha contra la desigualdad. Por eso Mary Somerville escrivió en 1873: «La edad no ha hecho menguar mi entusiasmo por la emancipación de mi género del irracional prejuicio en contra de una educación literaria y científica para las mujeres.»