Botánica para después de una guerra
El viaje de Joan Salvador y Antoine de Jussieu por España y Portugal
Una familia de boticarios ilustrados
A la congestionada y rústica Barcelona de principios del siglo xvii, cargado de ilusiones, llegó el joven Joan Salvador i Boscà (1598-1681) procedente de su Calella natal. Con solo 18 años, fue admitido en el Colegio de Boticarios y, a los 28, en 1626, se casó con la hija de su patrón, el acomodado boticario Gabriel Pedrol. Había tenido suerte. Con gran entusiasmo, más allá de obligaciones oficinales, exploró campos diversos de la historia natural e inició un herbario y una colección de objetos naturales curiosos (De Bolòs, 1946). Pocos meses antes de morir, recibió en su casa al botánico provenzal Joseph Pitton de Tournefort (1656-1708), entonces un joven de 24 años que hacía su primer viaje exploratorio por la península Ibérica. El linaje Salvador había emprendido su trayectoria naturalista (Font i Sagué, 1908).
Su hijo, Jaume Salvador i Pedrol (1649-1740), continuó la tarea de boticario. Heredó tienda y colecciones. Y, también, el espíritu curioso y la manía coleccionista. Recibió estudios como es debido, no como el autodidacta de su padre. De hecho, se formó en Montpellier, que entonces era el gran centro médico, farmacéutico y naturalístico del Mediterráneo occidental. Su prestigio cruzó fronteras y fue por eso que Tournefort recaló en casa de los Salvador en 1681, cuando aún vivía el viejo Joan Salvador. Llegó, por cierto, desplumado por los angelets de la Albera1 y después tuvo que esconder el dinero dentro del pan negro que comía porque había rateros por todas partes. Los tiempos no eran nada propicios para los viajeros, y más si se metían por vericuetos fragosos y poco frecuentados, tal como hacían aquellos naturalistas temerarios. Aun así, Tournefort llegó en sus expediciones hasta Valencia, acompañado de Jaume Salvador. Agradecido, mantuvo una buena amistad con él durante toda la vida, acogió más tarde a su hijo Joan en París, y le envió muchos pliegos de plantas recolectadas durante su famoso viaje al Mediterráneo oriental (1700-1702), pliegos que fueron incorporados a las colecciones de los Salvador, ya muy considerables. En 1723, Jaume Salvador, junto a sus hijos, creó en Sant Joan Despí el primer jardín botánico de Cataluña (De Bolòs, 1959).
«Joan Salvador i Riera fue un boticario y un naturalista destacado. Elevó el tono científico de la familia hasta niveles que su abuela Joan, muerto poco antes de que él naciese, no habría podido imaginar»
Una tercera generación de boticarios quedó apuntalada en 1683 con el nacimiento del pequeño Joan y, en 1690, con el nacimiento de Josep, ambos hijos de Jaume. Josep Salvador i Riera (1690-1761) fue un boticario discreto y un naturalista mediocre, pero gestionó bien los asuntos familiares y se ocupó de ordenar las colecciones y la biblioteca, a las que dotó de muebles hechos expresamente (aún se conservan en el Instituto Botánico de Barcelona). Joan Salvador i Riera (1683-1726), por el contrario, fue un boticario y un naturalista destacado. Elevó el tono científico de la familia hasta niveles que su abuelo Joan, muerto poco antes de que él naciese, no habría podido ni imaginar. Fue el naturalista más completo de la familia, a pesar de su muerte prematura. Estudió en Francia e Italia, con maestros de primer nivel. Hizo viajes de herborización por Italia, Francia, Portugal, España, las Baleares y, naturalmente y sobre todo, por Cataluña. Parece que llegó a redactar un Botanomasticum Catalonicum, el cual, si lamentablemente no se hubiese perdido, habría sido el primer catálogo florístico de Cataluña (Camarasa, 1989).
El linaje continuó por la vía de Josep Salvador i Riera. Ni su hijo, Jaume Salvador i Salvador (1740-1805), ni su nieto, Joaquim Salvador i Burgès (1766-c.1857), siguieron el camino de la familia. De todas formas, tanto ellos como la viuda de Jaume Salvador i Salvador, Francesca Burgès (muerta en 1830), mantuvieron las colecciones. De hecho, este gabinete de curiosidades (además de elementos naturales constaba de monedas y piezas arqueológicas) fue durante el siglo xviii y parte del xix el único museo de la ciudad de Barcelona. Estaba en la calle de la Fusteria, haciendo chaflán con el Carrer Ample, al lado de donde actualmente está la central de correos (Camarasa, 1988).
La vena naturalista de los Salvador se extinguió definitivamente cuando Josep Salvador i Soler (1804-1855), bisnieto de Josep Salvador i Riera, perdió la vida ahogado en el Garona, cerca de Agen. Sus descendientes no mostraron ningún especial interés por la botánica o por la ciencia en general. Por fortuna, las colecciones y la biblioteca se salvaron al ser depositadas por Silví Salvador, hijo de Josep Salvador i Soler, en la propiedad de la Bleda, una masía que la familia tenía en San Martín Sarroca, cerca de Vilafranca del Penedés. En 1937, en plena guerra civil española, Pius Font i Quer tuvo noticia de ello y pudo negociar la transferencia de este valioso patrimonio al Instituto Botánico de Barcelona.2
Las bambalinas de un viaje
En 1689 Jaume Salvador i Pedrol se convirtió en miembro del Consell de Cent barcelonés. Era un ciudadano relevante, con botica, museo y propiedades urbanas (cuando menos, una finca de dos hectáreas en el Clot de la Mel3). En la rebotica se reunía una celebrada tertulia científica, que a partir de 1705, por mor de la guerra de Sucesión, acogía a boticarios, cirujanos y médicos de los ejércitos austracistas presentes en Barcelona (Camarasa, 2011).
La guerra sorprendió a Joan Salvador i Riera en Francia, donde había ido a estudiar, con solo diecisiete años. Allí se quedó hasta 1706; a la vista del cariz que tomaba el conflicto, optó por desaparecer de los dominios borbónicos y marcharse a Italia. Pero en seguida volvió a Barcelona, así que se incorporó a aquel ambiente medio bélico y medio erudito de la trastienda de su padre a los veintitrés años. Debía ser excitante para un joven como él. Sin duda tendría el corazón dividido entre las efusiones austracistas de los catalanes y las numerosas amistades francesas heredadas por tradición familiar y por sus estancias en Montpellier y en París. Años más tarde, tras su muerte prematura, su hermano Josep mantuvo relaciones con altas autoridades borbónicas, entre ellas el duque Luis Enrique de Borbón, hermanastro de Felipe V. No creo que los Salvador fuesen botiflers, pero sí que eran afrancesados.4
Durante la guerra, los Salvador tan solo pudieron mantener contacto con científicos de los países de la Gran Alianza, es decir los austracistas. Pero a partir de 1714 les fue posible reanudar las relaciones con los científicos franceses. Más que eso: en 1715 Joan Salvador fue nombrado miembro correspondiente de la Académie des Sciences de París. Por eso, no es de extrañar que en 1716 acogiesen con entusiasmo a Antoine de Jussieu (1686-1758), a quien Joan Salvador había conocido en Montpellier. Jussieu llegó a Barcelona, acompañado de su joven hermano Bernard y del dibujante Philippe Simonneau, para completar las exploraciones ibéricas que años antes había hecho Tournefort. Era una decisión de la Académie des Sciences corroborada por el regente Felipe de Orleáns. Francia vivía la euforia de la victoria borbónica de 1714 y España les debía parecer el patio de casa. Jussieu pidió a Joan Salvador que le acompañase. ¿Cómo se iba a negar? Tenía que hacerlo y, además, seguro que se moría de ganas. Ya en 1711, en plena guerra, había estado herborizando en Mallorca y Menorca. Ahora tenía la oportunidad de recorrer España y Portugal. La guerra se había acabado, Barcelona era una prisión y él tenía 33 años. Así pues, ¡adelante con la expedición!
El viaje de España y Portugal
«El día 7 de octubre, miércoles, partimos de Barcelona yendo con una calesa, dos mulas de silla y un mozo de pie […] y llegamos a Martorell habiendo recorrido cuatro leguas, que con la calesa se necesitan cerca de cinco horas». Así relata Salvador en su dietario el inicio de aquel viaje, que acabaría el 30 de mayo de 1717, ocho meses después. Este dietario, escrito en un catalán funcional y directo, sin ninguna preocupación literaria, llevaba un título que lo resumía todo: Relación del viaje de España y Portugal hecho por orden de Su Majestad Cristianísima Luis XV y de monseñor el Duque de Orleáns, regente de Francia, desde el mes de octubre de 1716 hasta el mes de mayo de 1717 inclusive, teniendo por compañeros a monsieur Antoine de Jussieu, Doctor en Medicina de la Facultad de París, demostrador de plantas del Jardín Real de París, de la Academia de Ciencias, etc., monsieur Philippe Simoneau, grabador de la Academia, Joan Salvador, boticario de Barcelona, y Bernat de Jussieu, hermano de monsieur le Docteur, estudiante de Medicina, habiendo hecho diferentes observaciones botánicas, médicas y otras por la historia natural, con algunas de geometría, etc. En el siglo xviii, y más tras la guerra, viajar por tierra era una aventura. El dietario de Salvador deja valiosísima constancia de ello. Salvador anotó minuciosamente itinerario e incidencias. Una cosa no dice: fue Salvador quien financió el viaje. La grandeur francesa lo convocó y lo proclamó, la laboriosidad catalana asumió anónimamente el coste. Ya sabemos de qué va esto…
El dietario a penas contiene observaciones científicas, porque esta era la tarea de Jussieu.5Pero es fácil imaginar que las conversaciones de los expedicionarios giraban primordialmente sobre estos temas de su común interés. Después del viaje, la correspondencia entre Salvador y Jussieu lo pone de manifiesto. Por ejemplo, el dietario despacha el paso por Elche (10 de noviembre de 1716) de forma bastante lacónica («Después se ve Elche, entre un bosque de palmeras que en otra parte no las había visto en más abundancia, ni en San Remo, junto a Génova»), pero en una carta posterior Jussieu escribe a Salvador: «Comme nous n’avons pas pu voir les fleurs du palmier dattier, examinez les a votre loisir et faites nous une description de toutes les parties de la fleur et de ce que vous observerez dans la fructification», lo cual significa que visitaron los huertos de palmeras y trataron de encontrar alguna en flor. Esta petición de Jussieu estaba sin duda relacionada con la controversia sobre la sexualidad vegetal que enfrentaba en aquella época a Sébastien Vaillant (1669-1722), conservador del Jardin des Plantes de París, defensor de la sexualidad en los vegetales, y a Jussieu, que en principio se oponía. Sin embargo, como no estaba bastante seguro, pedía información de primera mano a Joan Salvador, que conocía las palmeras datileras porque tenía algunas en el jardín botánico familiar de San Juan Despí (Layssus y Layssus, 1970; Camarasa, 1995).
Salvador se fija en detalles sorprendentes o en cosas curiosas, que consigna en el dietario. Por ejemplo, constata que «En todo el reino de Valencia los techos son de yeso, como en Cataluña.» (10 de noviembre de 1716). También se fija (16 de noviembre de 1716) en la riqueza minera de Mazarrón, con precisiones que ponen de manifiesto su formación farmacéutica: «Fuimos a ver, fuera de la villa, el lugar del que sacan el almagre, tierra muy abundante, viéndose los campos todos rojos […]. Fuimos a la cueva del alumbre de pluma, que ellos llaman alumbre “de pelo” […]. Se encuentra en abundancia del dicho alumbre mezclado con vitriolo, y por las paredes hay otro más menudo. Antes de entrar en la cueva hay una piedra como una mina de hierro, y otra que parece una especie de manganeso, y otra que parece piedra calamita.»6 Por cierto que de los pescadores de la marina de Mazarrón dice que «todos van armados por causa del peligro de moros, así como los de la villa por causa de que los moros vienen muy a menudo a desembarcar allí».
Por otra parte, el espectro de la guerra reciente acompañó siempre a los viajeros. En Manresa, en el Perelló (El Baix Ebre), en Alicante o en Lérida la desolación era palpable. «Se ven todavía muchas casas derruidas por causa de los asedios», dice de Alicante el 7 de noviembre. De Lérida, el 26 de mayo de 1717 dice: «La ciudad, muy derruida». De Manresa, apenas empezado el viaje, el 10 de octubre, explica que «por causa de la quema de 1713, estaba muy derruida, habiendo un miserable hostal, obligados a dormir en el suelo con un poco de paja». Son interesantes los comentarios referidos a Gibraltar, apenas acabada de ocupar por los británicos (1704), con la participación de un batallón de catalanes austracistas. Escribe Salvador (11 de diciembre): «Los ingleses tienen muy fortificado Gibraltar, y pasan de trescientos cañones los que allí tienen […]. El gobernador nos prometió dejarnos subir a la montaña, [pero] después nos dijo que no quería que subiésemos porque se veían todas las fortificaciones […]. En Gibraltar había muchos judíos de Berbería.»
La cara amable eran las buenas fondas de ciudad, las hosterías de conventos o monasterios y algunas casas de amigos o conocidos aocomodados que los acogía generosamente
La cara amable eran las buenas fondas de ciudad, las hosterías de conventos o monasterios y algunas casas de amigos o conocidos acomodados que los acogían generosamente. Y, sobre todo, el gozo de recolectar plantas nuevas, de descubrir paisajes y de visitar ciudades desconocidas. En el dietario, menudean comentarios sobre monumentos, costumbres o curiosidades. Explica (4 de noviembre) cómo hacen tortas en Onteniente o que en Granada (26 de noviembre), en la mayoría de columnas de la catedral hay unos rótulos que dicen: «Nadie hable con mugeres, ni se pasee, ni esté en corrillos. Pena de excomunión y de dos ducados para obras pías». También escribe en el dietario: «Las calles están muy sucias; el pan, bueno y barato […]. Los abogados, médicos, eclesiásticos y otros van a caballo, con mulas con las gualdrapas, y muchos con gafas en la nariz, para ir con mayor gravedad.» Encontró magnífica Lisboa y banal Valladolid (5 de mayo de 1717): «…se ve mucha gente de “golilla” […]. Lo demás, no hay cosa particular.» A Madrid le dedicaron solo un día, como a Segovia o a otras ciudades entonces menores.
Tres siglos de silencio
Joan Salvador no publicó su cuaderno de viaje. Sabemos que lo pasó a limpio, es decir que hizo una versión depurada y ya está. Seguramente no tuvo nunca ninguna otra intención que conservar un recuerdo de su viaje o fijar lugares y fechas pensando en las etiquetas definitivas de sus pliegues de herbario. Sin embargo, los escritos de esta índole, con el paso del tiempo, han acabado teniendo tanto interés como los de carácter científico, si no más. En efecto, muchos botánicos han completado sobradamente la tarea exploratoria de Clusius, de Tournefort, de Jussieu o de Willkomm7, pero el apunte notarial del estado del país y del paisaje a principios del siglo xviii no se puede desprender de ninguno de sus estudios (Colmeiro, 1858). Por eso el cuaderno de viaje de Joan Salvador, como el Calaix de sastre del barón de Maldà u otras obras comparables, es hoy en día tan valioso documentalmente hablando.
Este dietario permaneció inédito, en la Biblioteca Salvador del Instituto Botánico de Barcelona, hasta 1972, año en el que me ocupé de publicarlo. Trabajé a partir de tres manuscritos diferentes, todos fragmentarios: el cuaderno de viaje, la versión definitiva hecha por el propio Joan Salvador y una copia de esta versión definitiva, de autor desconocido, posiblemente Pierre André Pourret (1754-1818), botánico francés biógrafo de la familia (Pourret, 1844). Entre los tres fragmentos, fue posible reconstruir el texto íntegro, por fortuna. Posteriormente a la publicación, estos originales manuscritos desaparecieron de la Biblioteca Salvador, misteriosamente. Si todavía existen, espero que sean reencontrados algún día.
Una ‘persea’ en el Convento de San Francisco de Valencia Una de las observaciones etnobotánicas más curiosas del dietario de viaje de Joan Salvador hace referencia a una Persea que existía en los jardines del convento de San Francisco de Valencia. Escribió Salvador: «Fuimos a Sant Francesc y entramos en la celda del provincial para coger ramas de Persea, las cuales no dieron liberalmente. Y un religioso joven nos dijo que el fruto de la dicha persea es muy caliente, que se sirven de él los que son difíciles en el acto venéreo, porque una vez dijo uno en confesión que había tenido actos con una mujer en una noche catorce veces, y la causa era haber comido de los frutos, tanto dactiliformes como piriformes, del “aguacate”, que él denominaba así la persea.» Joan Salvador debió encontrar inverosímil este relato, quizá una broma del joven religioso (el mundo de las encuestas etnológicas está repleto de tomaduras de pelo de este tipo, que el encuestador tiene que saber detectar) y por eso eliminó este párrafo de la versión definitiva del dietario. Pero figura en el cuaderno de campo (domingo 25 de octubre de 1716), así que esta es la explicación recogida sobre las propiedades del árbol cuyas hojas estaban al alcance desde la celda del provincial… La víspera, en el barrio de Jesús, que entonces era un arrabal de la ciudad, ya habían buscado otra Persea, detectada por el botánico flamenco Carolus Clusius en su viaje por España y Portugal de 1564 y mencionada en su obra Rariorum aliquot stirpium per Hispanias observatarum historia (1576). Escribe Salvador en su cuaderno: «Fuimos a Jesús, donde habían hecho cortar el árbol persea que Clusius vio, el cual llaman alvocat.» De acuerdo con esta anotación, introduje este nombre catalán para el aguacate en la Gran Enciclopèdia Catalana, cuyas entradas de botánica estaba redactando al mismo tiempo que trascribía el dietario de viaje de Salvador y Jussieu. R. F. |
Tomàs Vicent Tosca i Mascó El convento de San Francisco de Valencia, según el maravilloso plano en perspectiva caballera (Valentia Edetanorum) alzado en 1704 por Tomás Vicent Tosca (1651-1723). Cuando Joan Salvador y Antoine de Jussieu visitaron Valencia en 1716, el convento debía tener este mismo aspecto y era en estos jardines donde prosperaba la Persea a la que se refirió Salvador. |
1. Los angelets, que hoy llamaríamos maquis o guerrilleros, habían sido resistentes a la dominación francesa del Rosellón y la Cerdaña a partir de 1660, después del Tratado de los Pirineos, pero en 1681, cuando Tournefort atravesó los Pirineos, ya habían degenerado en partidas de bandoleros. (Volver al texto)
2. En mayo de 2013, posteriormente a la redacción de este artículo, el Ayuntamiento de Barcelona ha localizado y adquirido libros, documentos y objetos del Gabinete Salvador que no fueron recuperados en 1937 y cuya existencia era desconocida. Estos valiosos materiales, cuando sean catalogados y estudiados, aportarán sin duda nuevas luces a la actividad científica y social de la familia Salvador. (Volver al texto)
3. Pagaba un censo anual de 8 libras, 15 sueldos y 6 dineros. Con la desamortización de 1835, Joaquim Salvador y su hijo Josep Salvador i Soler redimieron los censos y parcelaron la finca. Se edificaron 18 casitas adosadas que aún hoy (2013) configuran el tramo más entrañable del calle del Clot. (Volver al texto)
4. Una anotación de Joan Salvador a su dietario de viaje inspira dudas al respecto. Refiriéndose a la villa de Saix, escribe: «Esta villa, cuyos habitantes siempre han sido buenos realistas, oponiéndose y defendiéndose del sitio de las tropas imperiales e inglesas…» (5 de noviembre de 1716). «Buenos realistas» parece traslucir coincidencia de posiciones. O, quizá, simple cautela, dados los tiempos que corrían… (Volver al texto)
5. Una tarea que hizo a medias, porque el informe completo del viaje, repetidamente reclamado por la Académie des Sciences, no llegó nunca a ver la luz a causa de las penalidades económicas de Jussieu y del absorbente ejercicio de la medicina al que se tuvo que consagrar. Sin embargo, entre la documentación recientemente recuperada por el Ayuntamiento de Barcelona (véase nota 2) existe una relación hecha por Joan Salvador de las plantas recolectadas durante el viaje. (Volver al texto)
6. La piedra calamita es la denominación antigua de la magnetita; el alumbre es un sulfato doble de potasio y de aluminio hidratado, mientras que el alumbre de pluma incorpora también sulfato de hierro; el vitriol, en el contexto del yacimiento descrito, era justamente sulfato de hierro; y el almangre (‘almagre’ o ‘almagra’) es un óxido de hierro de color rojo, empleado para pintar. (Volver al texto)
7. El geógrafo y botánico alemán Heinrich Moritz Willkomm (1821-1895), asistido por el botánico danés Johan Martin Christian Lange (1818-1898) publicó entre 1861 y 1880, en Stuttgart, su Prodromus Florae Hispanicae, la primera flora completa y moderna de la península Ibérica. (Volver al texto)
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Colmeiro, M., 1858. La botánica y los botánicos de la penínula hispano-lusitana. Impremta de M. Rivadeneyra. Madrid.
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