El malestar urbano en Valencia: a propósito de los «salvem»

Trabajar con conceptos que son la negación de otros muy conocidos es un recurso sencillo. El Estado del Malestar frente al Estado del Bienestar, Terra Crítica frente a Terra Mítica, etc. Otra cosa muy diferente es llenar los conceptos de significado útil para el análisis. En nuestro caso concreto, ¿qué hay que entender por malestar urbano y cómo se concreta esto en la ciudad de Valencia?

En cuanto a la definición, podemos convenir que hay malestar urbano cuando grupos sociales específicos hacen evidente su desacuerdo con situaciones o políticas urbanas concretas. Claro, que esta definición sólo sirve para el malestar urbano explícito y actual y no para aquellos que son implícitos o previsibles, malestares de los que también diremos algo.

Foto: Miguel Lorenzo

En nuestro caso concreto, hay una serie de manifestaciones explícitas de desacuerdo con situaciones y/o políticas urbanas y suele ser la prensa diaria la que da noticias y actúa de difusor. Antes de hacer una lista más o menos exhaustiva, hay dos cuestiones previas que considero de interés explicitar. En primer lugar, una parte nada menospreciable de los conflictos se ubican geográficamente en lugares que, anexionados a la fuerza a la ciudad de Valencia a finales del XIX, todavía “van a Valencia”. Es decir, en lugares que tienen una débil interiorización de su supuesta condición de ciudadanos de Valencia. La razón de este hecho es probablemente una combinación de la persistencia e inercia de una identidad propia y del abrumador olvido al que han estado sometidos desde el día siguiente a su forzada integración. Los poblados marítimos son, sin duda, el paradigma, pero también Benimàmet, Campanar, Benimaclet, Patraix, Russafa… Incluso la cuestión de la huerta, aunque no se trate de un núcleo urbano anexionado, también participa de las características de espacio “periférico” maltratado.

La segunda cuestión es, naturalmente, la de los “Salvem”. No sabría fijar cronológicamente el origen (quizá el primero fuera el del Botánico), pero es un hecho evidente que esta forma peculiar de contestación ciudadana ha proliferado desde mediados de los años noventa. Pero ¿qué son los “Salvem”? Pues, agrupaciones de intereses contrarios a la política urbana oficial que se forman para cada caso concreto y que tienen una cierta “imagen” de marca. Cuando hay un “Salvem” por el medio, ya se sabe a priori qué tipo de gente participa en él y cuáles son sus prácticas. Porque estas plataformas “salvíficas” tienen como uno de sus rasgos básicos la previsibilidad de su actuación por el sencillo hecho de que aplican la misma terapia independientemente de cuál sea la enfermedad. Y es por eso que problemas tan diferentes como la destrucción del Camí del Pouet y sus alquerías, el enojoso tema del solar de los jesuitas o la ZAL (Zona de Actividades Logísticas, aneja al puerto) han encontrado en sus respectivos “Salvem” respuestas muy parecidas.

«La aparición y proliferación de los “Salvem” es un hecho sociológico importante que, como mínimo, muestra dos evidencias: la ineficacia de los partidos políticos de la oposición y la ya larga y a veces irreversible crisis de las asociaciones de vecinos»

Acabo de decir que también es relativamente previsible la composición de los “Salvem”. En general es un melting pot bastante sencillo: la suma de un grupo de afectados y de una cuadrilla de gente procedente de la izquierda extraparlamentaria aliñada con un buen número de supuestos intelectuales críticos que tienen su sede en la universidad u otros organismos oficiales.

La aparición y proliferación de los “Salvem” (que tienen mucho eco gracias a algunos periódicos y a foros de debate organizados por partidos políticos que no saben qué decir) es un hecho sociológico importante que, como mínimo, muestra dos evidencias: la ineficacia de los partidos de la oposición (¿es éste un hecho “local” o “general”?) para canalizar y dirigir la contestación (ya tienen bastante con sus disputas endogámicas) y la ya larga y quizá irreversible crisis de las asociaciones de vecinos a las cuales, teóricamente, les tocaría encabezar este tipo de protestas. Por tanto, los “Salvem” son una consecuencia y no una causa.

Foto: Miguel Lorenzo

Como habrá podido adivinar sin demasiados esfuerzos el lector, yo no soy, precisamente, un incondicional de los “Salvem”. Y no lo soy porque, aunque reconozco lo que de bueno y razonable tienen algunas de sus actuaciones o proposiciones, me parecen formas de organización asamblearia, donde no tienen lugar los discordantes y que menosprecian la cultura del pacto y el consenso, haciendo que los conflictos se enquisten. Claro, que nuestros gobernantes dan toda clase de facilidades con una práctica de la democracia muy sui generis. Para ser más explícito, creo que desde la vuelta de la democracia a los ayuntamientos en 1979, nunca habíamos conseguido cuotas tan bajas de información y participación ciudadana. No se discuten con los vecinos los presupuestos de inversión como se hacía en los años ochenta, ni hay ningún tema que merezca ningún tipo de referéndum, por muy indicativo y no decisorio que sea, el uso de las telecomunicaciones para dar noticia de las órdenes del día de los plenos y comisiones de gobierno y de su resultado no es, simplemente, costumbre. Podía continuar pero es bastante evidente que la práctica habitual de una filosofía zarista y prepotente hace que los ciudadanos (o algunos) se sientan como un cero a la izquierda y eso incentiva la ausencia de ganas de “pactar” nada.

 

La incuria y la marginación llenan muchos barrios antiguos de la ciudad, abandonados a su suerte por la administración. En las fotografías, diferentes aspectos de los barrios de Russafa, del Carme y del Cabanyal. / Mètode

Otra razón por la que tengo una indisimulada prevención contra los “Salvem” es porque son un caldo de cultivo muy bueno para el desarrollo del paradigma “antiurbano”. La melancolía de tiempos pasados que nunca fueron mejores, el anacronismo y el carácter a veces objetivamente reaccionario (de parálisis), son rasgos que están presentes bajo el envoltorio de una ciudad más habitable. El mismo término de “Salvem” ya es sintomático de querer salvar (¿qué?, ¿de quién?, ¿por qué?) algo que se pierde. Lástima que no haya, y es paradójico, un “salvem la ciudad de los coches”. A éste yo sí que me apuntaría.

Toda la crítica de los “Salvem” que acabo de hacer no quiere decir que no comparta algunos de sus planteamientos. Pero estas nuevas formas de participación ciudadana son proclives a la santa excomunión si no comulgas con la totalidad de su evangelio. A un buen amigo mío le dijeron “traidor” por intentar poner algunos gramos de tranquilidad y crítica constructiva. Yo no puedo tener ninguna esperanza con lo que he dicho.

Me gustaría tener espacio para ir analizando, uno por uno, todos los “Salvem” y razonar en qué cosas estoy de acuerdo y en cuáles no. Sólo a título orientativo: lo del Camí del Pouet se podría haber evitado si se hubiera estado más atento; el tema del Botánico ha sido positivo para la ciudad, pero hay que decir –y saber– que la licencia era anterior a 1979, que toda la izquierda aprobó un convenio que reducía mucho la edificabilidad y que lo único que se podía haber hecho en su momento (momento de poco dinero y muchas necesidades) era lo mismo que en El Saler: recuperar el derecho de propiedad indemnizando; con relación a la ZAL, creo que ésta es necesaria; en el caso de la huerta hace ya tiempo que propuse hacer un parque natural con los espacios de huerta con más futuro (el profesor Joan Mateu los ha estudiado bien), no limitados, claro, a la ciudad de Valencia y que este parque se financiara con el dinero de los que, por razones justificadas, utilizan espacios de huerta. Porque sin dinero no hay protección activa posible y de la huerta no se puede vivir sin muchas reconversiones. Tengo respeto por los paisajistas y reconozco los valores antropológicos de este espacio, pero hay que ser prácticos. Y el texto de la Iniciativa Popular era muy burocrático, no son necesarios dos años de moratoria (en seis meses habría de sobra) y no se puede aplicar la moratoria a la ZAL. Nos queda, si no me he olvidado de ninguno, el “Salvem” de El Cabanyal. Me parece demencial que la plataforma haya olvidado la Malva-rosa (que se manifestaron y con razón) y Natzaret, y que no tenga una alternativa global para el “Balcón al mar”. Es bastante evidente que la prolongación del Paseo al Mar no es necesaria ni estratégica, pero también es cierto que la revitalización de los Poblados Marítimos exige crear nuevas centralidades. Y la prolongación es una alternativa que si se exigiera que fuera para peatones (con un paso restringido a residentes, vehículos de suministro y toda clase de servicios públicos) tendría muchos menos efectos negativos y algunos positivos. Hasta pienso que se podría extender la restricción a todo el ámbito declarado Bien de Interés Colectivo (BIC) por la Conselleria de Cultura. Las otras alternativas no las he visto formalizadas y no es suficiente con favorecer que los vecinos rehabiliten sus casas.

Infografía sobre los distintos movimientos del «salvem» que han surgido en Valencia y alrededores. Hagan clic en la imagen para verla con más detalle.

Bien, decíamos que, además de los malestares explícitos y actuales que hemos tratado de plantear de forma muy resumida, había otros que son implícitos y/o previsibles. En el primer bloque habría que incluir el angustioso problema del ruido, la caótica y contradictoria política de transporte (¿Por qué no se reserva para los peatones todo el centro histórico?, ¿túneles o tranvías?, ¿para cuándo una política de restricción del uso del vehículo privado?) y el fuerte desinterés ciudadano provocado por la ausencia vergonzosa de información y participación. Y en relación con el segundo bloque, la pobreza está muy presente en la ciudad (gorrillas, emigrantes, sans culotte), la prostitución no se arregla montando carpas ni permitiendo patrullas “civiles”, la droga no se resuelve levantando muros y los nuevos PAI (Plan de Actuación Integral) de urbanización y creación de barrios provocarán que los peores barrios de la ciudad vayan despoblándose y, por el conocido proceso de filtrado, vayan siendo ocupados por grupos marginales. Problemas a la vista.

«Los ciudadanos somos clientes y copropietarios de la ciudad y no súbditos ni pagadores pasivos de impuestos»

Para finalizar este breve comentario sobre el malestar urbano en la ciudad de Valencia, quisiera subrayar que, además de poco inteligente, la política del avestruz es peligrosa. Hay que hacer explícitos y poner sobre la mesa los malestares implícitos y previsibles. Y por último, y esto está dedicado ex aequo a los “Salvem” y a la voracidad inmobiliaria, resulta poco comprensible que un entorno natural tan bueno como el nuestro, que debería ser activo, se haya convertido en una fuente de conflicto y parálisis. Hay caminos ya ensayados más civilizados y creativos (la experiencia alemana es bastante enriquecedora), pero hay que sentarse y hablar con intención de llegar a acuerdos que beneficien a la ciudad. No es de recibo que los representantes legítimos confundan la legitimidad democrática con una patente de corso y “olviden” ejercer una labor mediadora entre los diferentes intereses en juego.

Foto: Miguel Lorenzo

Que hay malestar urbano en Valencia es una evidencia como lo es que no todos los malestares se explicitan y que nos podemos avanzar a la aparición de más de un problema previsible. Pero eso pide –y perdonad la insistencia– una cultura del diálogo y otro talante de todos los agentes implicados. Su ausencia crispa y esteriliza los problemas en lugar de resolverlos. Unos partidos políticos profundamente renovados, que abran las puertas y no tengan miedo de los independientes y simpatizantes serían mejores instrumentos. Lo dejaré aquí porque me he metido, sin querer, en el resbaladizo y bastante utópico tema de lo que deberían ser los partidos políticos del siglo XXI. Y eso pide –o puede pedir– otro número monográfico de esta revista.

No quisiera finalizar estas líneas sin dejar abierta una pequeña ventana a la esperanza. Ningún gobierno es eterno y éste y los que le sucederán aprenderán, con mucha pedagogía y esfuerzo, que los ciudadanos somos clientes y copropietarios de la ciudad y no súbditos ni pagadores pasivos de impuestos. Algún día.

 

© Mètode 2001 - 31. ¿Existe la ciudad soñada? - Disponible solo en versión digital. Otoño 2001

Profesor titular de Economía Aplicada, Universitat de Valè­cia.