Un paso hacia delante, un paso hacia atrás

Nubes y contaminación atmosférica sobre Barcelona

Hace unos años, en 2017, valoré utilizar la canción «Despacito», de Luis Fonsi, como una metáfora de la acción climática: todo iba demasiado lento. Pensaba que con el apoyo melódico y la estela de un éxito internacional la cosa se entendería mejor, pero nunca me atreví a mezclar las cumbres internacionales sobre el calentamiento global y aquel éxito radiofónico, que todavía resuena por los altavoces de 2023. Año y pico después de que se publicara la canción, y sin necesitar el anzuelo de aquel estribillo conocido por todo el mundo, una adolescente sueca fue capaz de movilizar a casi tanta gente en la calle como lo había hecho «Despacito» en las discotecas y las verbenas del verano precedente. A Greta Thunberg le bastó una pancarta y mucha honestidad para llegar a millones de personas y hacer que se movieran con la rapidez que les faltaba a sus gobiernos y a las empresas que se disfrazaban de verde.

Ahora, siete años después, he tenido la tentación de usar otro hit musical para explicar lo inexplicable. De hecho, estoy seguro de que no soy el primero en establecer un paralelismo entre la política ambiental, en este caso la de la Unión Europea, y la canción «María» de Ricky Martin. Quizás a ustedes no les suena la tonadilla, pero ya verán como recuerdan la letra: «Uno, dos, tres / Un pasito pa’lante María / Uno, dos, tres / Un pasito pa’trás». A mis trece años, yo no era capaz de entenderla, y me parecía de una banalidad inaceptable. Eso sí, nunca he podido sacármela de la cabeza y, periódicamente ha vuelto a mí, con su aliento de una vigencia inexplicable, insoportable.

La gracia de la letra –ahora lo entiendo– es ofrecer la sensación de movimiento a pesar de que acabas en mismo lugar donde empezaste. Es plasmar la atracción y a la vez el rechazo por algo peligroso pero que, aun así, no puedes evitar desear, como la relajación de las normas anticontaminación. Esto es lo que acaban de acordar los ministros de Industria y Comercio de la Unión Europea hace solo unas semanas: posponer dos años la entrada en vigor de la norma Euro 7, que regula el nivel de emisiones de los turismos y vehículos pesados, y que es lógicamente más estricta que la normativa actual.

La misma Europa que se enorgullece de sus compromisos climáticos, que tiene la intención de aprobar y desarrollar una ley pionera sobre restauración de la naturaleza, la misma que al fin quiere limitar y penalizar el greenwashing, el ecopostureo. La que da tres pasos hacia delante y de repente, ¡ay!, retrocede. Quizás lo hace con ritmo y una sonrisa, pero el retroceso es innegable e inadmisible.

«Cada año mueren más de 400.000 personas en Europa a causa de la contaminación atmosférica causada principalmente por los coches, motos, furgonetas y camiones en las calles y carreteras»

La Euro 7 no es la mejor norma posible sobre contaminación de los vehículos, pero era un paso adelante en la lucha por la salud y el bienestar de las personas. Las limitaciones legales a las emisiones de partículas de los coches, como la Euro 7 o las Zonas de Bajas Emisiones (ZBE) no vienen impulsadas por una cuestión climática y de mitigación del calentamiento global (a pesar de que la norma pospuesta también representaba una mejora al respecto), sino principalmente por el efecto que esta polución tiene sobre nuestros cuerpos. Según datos de la Agencia Europea del Medio Ambiente, cada año mueren centenares de miles de europeos (más de 400.000) a causa de la contaminación atmosférica causada principalmente por los coches, motos, furgonetas y camiones en las calles y carreteras. En España las muertes atribuibles a esta contaminación ascienden a 30.000 personas. No estamos hablando, pues, de horizontes espaciales o temporales lejanos y apenas perceptibles, sino de nuestra salud, de nuestras visitas a los centros de atención primaria y a los hospitales, de nuestra calidad de vida. De poder o no hacer deporte, pasear o respirar con libertad en nuestra ciudad.

Los ministros de Industria y Comercio, liderados por una España que se autoproclama líder en tecnologías limpias y adalid de la transición ecológica, ha cedido frente al lobby automovilístico y ha pospuesto una norma que –la evidencia científica lo certifica de sobra– salva vidas. La industria lo ha celebrado, y con razón: es un éxito después de años desinformando y presionando a los gobiernos. Dicen que esto de adaptar los motores es demasiado caro, si total todos los coches a la venta tendrán que ser eléctricos para 2035. Pero, ojo, que ya empiezan a murmurar sobre esta fecha: que si quizás es demasiado pronto, que «el público» no está preparado, que falta infraestructura… Ganar tiempo, para estas empresas, solo tiene un objetivo: ganar más dinero.

Un diccionario de futuro se hace en común y no lo tienen que escribir aquellos que buscan únicamente su propio beneficio, quienes trataron de engañarnos con maniobras perversas como el Dieselgate: ¿cuántas muertes causó esa manipulación del software de millones de vehículos? Un diccionario de futuro tampoco se escribe a base de retroceder páginas y enmendar entradas. No tiene ningún sentido borrar tres palabras para definir otras tres. Tres pasos adelante, y si quieres descansas y coges aire, pero hacia atrás nunca.

Ahora, después de la capitulación de los veintisiete ministros, la pelota está en la azotea de la Comisión Europea (donde mucha gente se muestra preocupada por el nombramiento del nuevo comisario de Acción por el Clima, Wopke Hoekstra, extrabajador de Shell y la consultora McKinsey & Company) y el Parlamento Europeo. Esperamos que dejen de tararear, de una vez por todas, la canción de Ricky Martin, que es del 1995 y ya tendría que haber pasado de moda. Comparte año, por cierto, con la primera cumbre internacional de la Conferencia de las Partes de la Convención de la ONU sobre Cambio Climático, celebrada en Berlín. Me gustaría pensar que es una coincidencia.

© Mètode 2023
Doctor en Biodiversidad, escritor y divulgador científico (Valencia).