Del gabinete a la sociedad

From the cabinet to society. Natural history collections are of sentimental and evocative value to scientists and teaching staff, amongst others. Nonetheless, their preservation is difficult and expensive. We need new approaches if we are to achieve this preservation. Historiographical uses seem to be a good criterion to follow.

La práctica cotidiana y la enseñanza de la historia natural han sido asociadas, desde siempre, al coleccionismo de ejemplares. Ya en la obra aristotélica encontramos referencias de cómo el gran filósofo se preocupaba para recoger muestras proporcionadas por cazadores y pescadores, o de cómo sus relaciones con la corte macedónica le permitían acceder a animales exóticos, procedentes de las campañas militares de Alejandro. Sabemos también de numerosos magnates y personas acomodadas que, en épocas y países bien diferentes, tuvieron gusto de formar colecciones de curiosidades naturales: y, por otra parte, estamos persuadidos de que el desarrollo de la cultura dieciochesca de los gabinetes, y de la novecentista de los museos, ha permitido consolidar en nuestros días la taxonomía como una de las ramas de la biología más dinámicas y reflexivas.

«Cal una consciència clara i general que les col·leccions són també un patrimoni cultural de primer ordre»

Nada más con esto, ya parece suficiente para justificar la necesidad de conservar las colecciones antiguas de contenido naturalista. Pero sería una apreciación superficial. Es relativamente sencillo reivindicar la preservación de un fondo como, por ejemplo, el del British Museum. Pero pensemos ahora en todo el montón de ejemplares que llenan espacios en nuestros centros docentes, públicos y privados. ¿Qué puede hacer, por ejemplo, el Instituto Lluís Vives de la ciudad de Valencia –el antiguo Instituto General y Técnico–, con los restos de su colección? En el primer tercio del siglo XX era probablemente la mejor de todos los institutos de España; tan sólo de vertebrados se custodiaban más de mil ejemplares, de los cuales cerca de 300 eran de aves y no menos de 125 de mamíferos. Buena parte de ellos se han perdido, y la fracción que nos queda necesita con urgencia un tratamiento de choque y una restauración para evitar que quede deshecha por los hongos y los insectos. ¿Qué beneficio, objetivamente, le reporta al instituto el mantenimiento de la colección? La simple preservación contra los factores de deterioro representa un gasto difícil de asumir. Por otra parte, las orientaciones docentes actuales hacen difícil, en la práctica, utilizar elementos como los descritos para la enseñanza. Y la presentación digna de los ejemplares, no precisamente pequeños, obliga a habilitar estancias que podrían ser aprovechadas para otros usos, relacionados con la mejora de la calidad docente.

Museo de Historia Natura del Instituto General y Técnico de Valencia

Las colecciones de geología del Museo de Historia Natura del Instituto General y Técnico de Valencia (hacia 1920).

Si hoy podemos ver y estudiar aún restos de la colección mencionada es por una coincidencia de factores, básicamente dos: el azar, que ha permitido que no todo fuera a la basura, y el romanticismo, que ha hecho que algunos equipos directivos y algunos profesores hayan tenido lástima y hayan procurado hacer lo que estuviera en su mano para evitar que se perdiera lo que estimaban un testimonio de la memoria histórica del centro. Pero sólo con esto no se puede impulsar ninguna iniciativa seria y con probabilidades de continuidad. Los sentimientos, en este caso, tan sólo aprovechan para las urgencias. Para lo que ha de venir después, se necesita una conciencia clara y general de que las colecciones son también un patrimonio cultural de primer orden.

«Las colecciones naturalistas nos informan de aspectos de la organización social de la práctica científica»

La percepción social del patrimonio, bien lo sabemos, muestra sesgos muy resistentes. No se duda de la necesidad, como mínimo, de preservar y, si es posible, restaurar cualquier obra pictórica, y más si cuenta con una cierta antigüedad. Como ejemplo, podríamos apelar una vez más al Instituto Lluís Vives, depositario de un patrimonio artístico nada despreciable; pero también podríamos tener en cuenta nuestra Universitat de València. ¿Qué miembro de su comunidad de profesores, alumnos y personal auxiliar no levantaría la voz si el rectorado de turno dispusiera la venta del cuadro de la Purísima niña que se encuentra en la capilla de la calle de la Nave? Sin embargo, ¿qué miembro de esta misma comunidad reivindica un espacio digno para las aves –afortunadamente inventariadas desde hace poco– que se amontonan en los pasillos de la Facultad de Biología? Podríamos sacar más ejemplos en paralelo, continuando con esta línea, si se quiere un punto demagógica. De todas formas, siempre se puede aducir que la percepción diferencial del patrimonio se deriva también del valor desigual de los elementos; la Purísima niña de Espinosa siempre estará “por encima” –artísticamente, se entiende– del Ángel Custodio de la Universidad de Moreno, como las aves naturalizadas de Josep Maria Benedito a finales del siglo XIX son piezas “objetivamente” superiores a las que ingresaron en los años sesenta. Y se puede replicar, lógicamente, invocando a la preservación integral del patrimonio como desideratum en estos casos…

Colimbo (Gavia immer)

Colimbo (Gavia immer). Albufera de Valencia, hacia 1890. Ave poco frecuente en la Albufera. Excelente na­tu­rali­za­ción hecha, probablemente, por Josep Maria Benedito. / Foto: J. C. Tormo.

La bizantinidad de estos argumentos no siempre llega a quebrarse. Por eso hemos de superar la inherencia y buscar el aspecto trascendente de las colecciones de historia natural. Las consideraciones sobre su relevancia social quedan claras en otro artículo de este monográfico. Aquí nos centraremos en los aspectos más estrictamente relacionados con la práctica científica. Primariamente, las colecciones son aún una referencia insoslayable en los estudios de normalización de nomenclatura, de clasificación y de biogeografía de los seres vivos. Un conjunto de fondos ordenados y aceptablemente preservados es el mejor recurso para el especialista en estas cuestiones; únicamente se pueden llevar a cabo con rigor las propuestas de revisión de nomenclatura si se tienen cerca numerosos ejemplares, sólo así se puede revisar de arriba abajo todo un taxón, o elaborar un estudio de los cambios en la distribución geográfica. Secundariamente, las colecciones son una fuente con posibilidades enormes para el historiador de la ciencia. Nos centramos ahora en esta cuestión

El uso de la colección naturalista como fuente historiográfica alcanza diversos niveles. En primer lugar, ilustra el estado de desarrollo de la historia natural en unas épocas y unos lugares determinados. Así, el desarrollo original o la recepción subsidiaria de las novedades nomenclaturales y sistemáticas, así como la resistencia, la indiferencia o el desconocimiento al respecto, se ven documentados en ejemplares, etiquetas, inventarios o catálogos. A veces, esta información solamente complementa aquello que se refleja en las publicaciones de los naturalistas implicados; esto, en cualquier caso, ya sería considerable, porque refuerza las posibilidades de la crítica histórica. Pero a menudo, y especialmente en los ámbitos locales, los naturalistas no legaron obra impresa, por lo que el historiador ha de alejarse de las obsesiones papirofílicas y adentrarse en el análisis de una fuente, la colección, no conservada en soporte papel. También esta fuente nos lleva a hacer valoraciones importantes de la historia del conocimiento de las producciones naturales de los territorios. Las disciplinas naturalistas son ciencias directamente vinculadas a espacios geográficos concretos. Muchas veces, las publicaciones de sus practicantes únicamente reflejan el estudio parcial de los espacios mencionados, y no se encuentra constancia que los autores hubieran estudiado también otros puntos de los territorios. La colección puede dar información sobre la materia. Así, si nos fijamos en las publicaciones de investigación original, los estudios sobre peces continentales impresos durante la segunda y tercera década del siglo XX en el Laboratorio de Hidrobiología del Instituto General y Técnico de Valencia, parecen limitados a la Albufera, el estanque de Cullera, los marjales de Almenara y la Albufereta de Anna. Un estudio de los restos de la colección y de su inventario de la época nos muestra que también se estudió el río Clariano, en su paso por Ontinyent, el río de Alcoy en Gandía, diferentes tramos del Turia…

Las colecciones naturalistas nos informan de aspectos de la organización social de la práctica científica. Podemos encontrar, en la colección del Instituto, numerosos donativos de naturalistas valencianos, muchos de ellos aficionados, y casi todos socios de la sección de Valencia de la Real Sociedad Española de Historia Natural, cuya sede se encontraba precisamente en el Instituto. Si comparamos esta colección con los fondos contemporáneos de otros centros docentes, como los colegios religiosos de la provincia de Valencia, encontramos indicios evidentes de un flujo de intercambio de ejemplares. Como muestra, resulta llamativa la presencia en el Instituto de una vértebra de cetáceo encontrada en la playa de Gandía, fruto de un intercambio con las Escuelas Pías de la capital de la Safor, donde, lamentablemente, no se puede encontrar lo que vino del Instituto, porque su colección fue destruida durante la Guerra Civil. La colección del Instituto también nos habla de la dependencia de las casas comerciales suministradoras, muchas radicadas en el extranjero, y la disminución de esta dependencia cuando se pudo articular en Valencia una mínima estructura colectiva para la práctica naturalista.

Podríamos describir más aspectos de la utilización historiográfica de las colecciones naturalistas. Aspectos como la enseñanza de la historia natural –nos sorprende, así, el entusiasmo de los alumnos por el incremento de los fondos, con sus donativos de ejemplares–, la divulgación de los conocimientos o de las estrategias de legitimación de las tareas científicas nos darían para muchas más reflexiones. Todo lo que se ha expuesto, en cualquier caso, parece suficiente para mostrar que, por encima de modas contingentes y faramallas ridículas, la preservación de las colecciones de contenido naturalista alcanza una relevancia científica y social de primer orden. Una relevancia sometida no tanto al sentimentalismo como a sus utilidades, las cuales son, paradójicamente, la vía más potente, si están bien construidas, para combatir la oposición que llega de las políticas científicas y culturales más groseramente utilitaristas.

© Mètode 2000 - 25. Disponible solo en versión digital. Colecciones de la memoria - Primavera 2000
Profesor titular de Historia de la Ciencia. Univer­sidad Cardenal Herrera-CEU (Valencia), CEU Universities.