La imagen de la naturaleza
El papel de la fotografía en la divulgación y la investigación medioambiental
La idea tan extendida de que una imagen vale más que mil palabras ha estado siempre muy presente en las relaciones entre el ser humano y la naturaleza. Ya en los inicios de la humanidad los habitantes de las cavernas sintieron la necesidad de plasmar en imágenes los animales que veían o que cazaban para explicar cómo eran a los otros miembros de su tribu. Pinturas rupestres y petroglifos son un fenómeno asombrosamente extendido por todo el planeta, ya sea en las cuevas de las tierras mediterráneas o en los confines de Sudamérica, en el Sahara o en la lejana Australia. Aquellas imágenes nos muestran escenas de la vida salvaje en la naturaleza, algo no muy diferente de lo que puede mostrar hoy en día un reportaje fotográfico de los que se publican en las revistas.
«Con el inicio de la investigación científica los ilustradores naturalistas se convirtieron en parte esencial en los trabajos de campo y en las expediciones que partían en busca de nuevas tierras, plantas y animales»
Con el inicio de la investigación científica los ilustradores naturalistas fueron una parte esencial en los trabajos de campo y en las expediciones que partían en busca de nuevas tierras, plantas y animales. Ellos acompañaban a los naturalistas inmortalizando en dibujos y pinturas las nuevas especies descubiertas. Pero no sería hasta 1816 cuando el francés Nicéphore Niepce consiguió realizar las primeras fotografías. Parece que el primero que utilizó este nuevo medio para plasmar elementos naturales fue el inglés William Henry Fox Talbot, que en 1839 hizo fotografías de flores, hojas y plumas de aves. A partir del siglo xix y a lo largo del xx la fotografía se popularizó y pasó a ser una herramienta imprescindible para la documentación científica.
Lamentablemente, hoy en día algunos de aquellos animales plasmados con tinte ocre en las paredes de las cuevas o dibujados en láminas en los tratados de historia natural ya no existen. Lo mismo sucede con algunas especies como el lobo marsupial o la cebra Quagga, que aún pudieron ser captados vivos por algunos de los primeros fotógrafos y ahora lo único que nos queda de ellos es algún espécimen disecado o unas pocas fotografías. Un legado valioso para que las nuevas generaciones se den cuenta de lo que se ha perdido. Los fotógrafos de la naturaleza actuales son los herederos de aquellos pioneros de la imagen y hoy en día también plasman para la posteridad unos paisajes y unas especies animales o vegetales que quizá no llegarán a ser vistos por la siguiente generación.
La fotografía y la investigación medioambiental
A lo largo de su historia, la fotografía, como registro de la realidad que es (¡o que debería ser!), ha sido bastante utilizada como documentación por los científicos. Sin ir más lejos, en los años ochenta, ornitólogos catalanes utilizaron series de fotografías de quebrantahuesos y de águila perdicera en vuelo para elaborar trabajos e ilustraciones sobre las progresivas fases de plumaje de estas rapaces, un proceso natural hasta entonces aún poco conocido. Las láminas obtenidas fueron publicadas en artículos científicos y utilizadas por los especialistas para calcular la edad aproximada de las aves observadas en la naturaleza.
«Los fotógrafos de la naturaleza plasman para la posteridad unos paisajes y unas especies animales o vegetales que quizá no llegarán a ser vistos por la siguiente generación»
Otras veces, la fotografía ha servido de prueba para certificar la observación de especies inusuales, o también ha permitido registrar comportamientos pocas veces observados, como por ejemplo la utilización de herramientas por parte de los chimpancés. El mismo trabajo de los fotógrafos, que a menudo pasamos infinidad de horas en un escondrijo fotografiando un animal, ha llevado al descubrimiento de algún hecho relevante. En expediciones a tierras remotas a menudo las plantas o animales fotografiados resultan ser desconocidos para la ciencia o se daban por desaparecidos hace décadas. En reportajes publicados en revistas, a menudo los fotógrafos también plasman el trabajo de estudio y los proyectos de protección que realizan los biólogos, mostrando así a la sociedad el esfuerzo y valía de sus trabajos. Personalmente, hace más de una década que fotografío las labores que se llevan a cabo en el proyecto de reintroducción del halcón en la ciudad de Barcelona, y las imágenes obtenidas han servido para divulgar el proyecto en multitud de lugares.
La fotografía en la divulgación y defensa de la naturaleza
En la sociedad actual el poder de influencia de la imagen es notable. Tan solo con el hecho de divulgar a través de libros, revistas o medios de comunicación sus reportajes sobre los ecosistemas naturales o las especies animales amenazadas, los fotógrafos profesionales muestran y denuncian a la sociedad la progresiva degradación del planeta y la belleza de lo que aún acoge. Eso representa un papel primordial a la hora de concienciar al público de su importancia.
Han sido muchos –y creo que serán aún más– los casos en que la fotografía ha ido más allá de la simple divulgación: de alguna manera, conocer algo nos lleva a sentir una admiración y profundo respeto por ello. Personalmente pasé de estudiar y fotografiar las rapaces y la fauna de los Pirineos a participar activamente en la creación de grupos de estudio y defensa de la naturaleza. Afortunadamente somos unos cuantos los fotógrafos que en nuestra relación con el medio natural hemos ido más allá de la actividad meramente fotográfica y nos hemos implicado en su defensa y protección.
En algunos casos, el trabajo del fotógrafo ha sido determinante para la preservación de un paraje natural en concreto. En los 140 años de historia de la fotografía abundan los ejemplos: el más conocido es el de las fotografías que realizó el norteamericano William Henry Jackson (1843-1942) durante una expedición geológica al Gran Cañón del Colorado y a Yellowstone. Aquellas imágenes fueron decisivas para que los miembros del Congreso de los Estados Unidos decidiesen declarar, en 1872, lo que sería el primer Parque Nacional del mundo. Reconociendo la valiosa aportación de los fotógrafos, las normas del National Park Service de EE UU dicen que la fotografía debe ser facilitada y potenciada en estos espacios naturales protegidos. Un poco al contrario de lo que pasa en países como el nuestro, donde, a menudo, los guardas y administradores de los parques miran al fotógrafo como un intruso molesto.
En los EE UU hay una larga tradición de fotógrafos vinculados al conservacionismo. Un autor tan conocido como Ansel Adams aprovechaba su fama para escribir a los administradores e, incluso, al presidente del país quejándose de los atentados al medio ambiente que descubría llevando a cabo su trabajo. En los años sesenta del siglo xx, el fotógrafo Eliot Porter publicó el emocionante libro The place no one knew («El lugar que nadie conocerá»). Mostraba las imágenes que hizo en el Glen Canyon de Colorado, un lugar único del desierto de Utah, justo antes de que en 1963 fuera totalmente anegado por las aguas de un embalse. Aquel libro quedó como el último homenaje a un lugar aniquilado por el hombre que las generaciones posteriores ya no conocerían. El impacto del libro aún perdura hoy en día: hace unos años se reeditó y ahora el Glen Canyon Institute intenta que se destruya la presa para poder recuperar en parte aquel magnífico paisaje.
Un hecho similar al del Parque Nacional de Yellowstone se produjo en los años cincuenta en Doñana y en los ochenta en Monfragüe, espacios naturales de nuestro país donde la tarea divulgadora fue decisiva para dar a conocer en el extranjero sus excepcionales valores y parar así la progresiva destrucción de estos ecosistemas por parte de la administración del Estado. Así lo entendieron los científicos J. A. Valverde, en el caso de Doñana, y Jesús Garzón, el de Monfragüe, que se aliaron con los fotógrafos y les facilitaron el trabajo sabiendo el efecto beneficioso que eso tendría (y tuvo) para protegerlos. Hoy ambos espacios gozan de protección bajo la figura de Parque Nacional.
«Detrás de cada fotografía de vida salvaje hay muchas horas de estudio y conocimiento, de trabajo, de esfuerzo, de frío o de calor, de cansancio y dinero invertidos»
Otro lugar donde existe una larga tradición de fotógrafos conservacionistas es la isla de Tasmania. En los años ochenta y noventa, los fotógrafos Olegas Truchanas y Peter Dombovskis colaboraron activamente en la lucha por conservar parajes de esta isla australiana que la explotación hidroeléctrica quería destruir. Ambos acabaron muriendo en diferentes accidentes en la naturaleza mientras se dedicaban a fotografiar espacios salvajes.
Por lo que respecta a especies animales en concreto, podemos poner como ejemplo la monografía que el fotógrafo sueco Bent Berg publicó en 1933 sobre el rinoceronte indio que fue responsable en parte de la definitiva protección de la especie. Y no se puede menospreciar la influencia que ha tenido la divulgación de magníficas imágenes de osos y de lobos en revistas, libros, carteles o calendarios para la redención de estas dos especies tradicionalmente vilipendiadas por el hombre.
Un ejemplo curioso de divulgación de las especies más amenazadas del mundo es la publicidad que la empresa de fotografía Canon publica desde hace casi treinta años en la edición americana de la revista National Geographic. Cada anuncio muestra una especie animal amenazada con una fotografía y un comentario sobre su situación actual con la finalidad de darla a conocer a un público lo más amplio posible. Esta serie ha acabado siendo un clásico y aún se publica hoy en día.
Son muchos los fotógrafos que a veces cedemos de manera gratuita nuestro trabajo a ONG medioambientales para colaborar en numerosos proyectos de conservación y estudio de la naturaleza. ¡Cuántas campañas de defensa de parajes o especies se han ilustrado gracias al trabajo desinteresado de los fotógrafos! En 1997 Fernando Bandín y yo mismo dirigimos un proyecto de la entidad SEO-BirdLife: consistía en la publicación de un libro sobre la historia de la fotografía de naturaleza (Fotógrafos de la naturaleza) cuyos beneficios se destinaron a adquirir terrenos para la conservación en el Delta del Ebro. La mayoría de fotógrafos de todo el mundo que participaron cedieron sus imágenes de manera gratuita.
La International League of Conservation Photographers, creada en 2005, es el intento más reciente de combinar fotografía con protección. Y nace de la idea de que, a menos que las personas tengan una relación sensorial con lo que se pretende salvar, es difícil que desarrollen una conexión emocional. Para muchas personas la única experiencia con los animales salvajes se limita a la que hayan podido tener en un parque zoológico. Unas imágenes impactantes de las especies o hábitats amenazados pueden ser muy persuasivas y la idea de la ILCP es favorecer que las campañas de conservación estén ilustradas con buenas y convincentes imágenes.
Detrás de cada fotografía de vida salvaje hay muchas horas de estudio y conocimiento, de trabajo, de esfuerzo, de frío o de calor, de cansancio y dinero invertidos. ¿Cómo se puede valorar lo que vale una fotografía de un quebrantahuesos comiendo un hueso bajo una nevada invernal o de un paisaje remoto de difícil de acceso? Su valor es incalculable, igual que lo ha sido y será la aportación de los fotógrafos de naturaleza a la defensa y estudio del medio ambiente.