La naturaleza del delincuente

El síndrome de desviación asocial

delincuente

Criminal Nature. Social Deviation Syndrome. The nature of an offender has again become the legitimate object of study in the criminological arena, given the advance in the study of the brain and behavioural genetics during this century. Moreover, studying a criminal’s career is a very useful tool of inquiry, as analysing an offender’s life can indicate the main risk factors that support violence and criminality, as well as some important interactions that increase deviant behaviour. This paper explores some of the risk factors that seem to explain an individual’s propensity to violence and crime, as well as the concept of general deviance syndrome, currently the closest we come to the idea of a “criminal personality”.

Muchas personas se sorprenden al saber que existe algo así como un «síndrome de desviación asocial», o si se prefiere, un tipo de temperamento o carácter que conlleva proclividad a la delincuencia y la criminalidad. ¿Cómo puede ser así cuando las presiones culturales son tan poderosas y el ambiente influye de una manera tan obvia para favorecer o incentivar la comisión de delitos en la sociedad? En este artículo se contesta brevemente a esta pregunta, al tiempo que intento arrojar luz sobre lo que significa hoy en día el concepto de «personalidad criminal».

«La naturaleza humana influye favoreciendo o dificultando que alguien desarrolle conductas antisociales. El ambiente compensa o agrava la predisposición o vulnerabilidad heredada»

Interacciones ambiente-naturaleza en la proclividad criminal

Para empezar por el segundo término de esta pregunta, lo cierto es que el ambiente influye siempre, pero lo hace en interacción con sujetos que acarrean una naturaleza biológica singular, como Steven Pinker ha vuelto a sistematizar en su obra La tabla rasa (2004, Paidós). Y esa naturaleza peculiar implica una carga heredable, desde luego. Los estudios comparativos de gemelos monozigóticos y dizigóticos pueden darnos información acerca de la proporción de variabilidad de un rasgo que puede atribuirse a los genes, la que debe asignarse al ambiente compartido y la que corresponde al ambiente no compartido. Se basa en el hecho de que los gemelos monozigóticos (MZ) comparten el 100% de los genes, mientras que los dizigóticos (DZ) sólo tienen en común el 50%. Si los gemelos MZ se asemejan en un rasgo de conducta o del carácter más que los DZ, entonces podemos inferir que esa mayor similitud se debe a factores de índole hereditaria. La heredabilidad es un concepto estadístico que se refiere al grado en que la herencia genética modula las diferencias individuales de un rasgo particular, y puede estimarse (de manera algo grosera) como el doble de la diferencia existente entre las correlaciones que muestran los MZ entre sí y los DZ entre sí, en cada atributo medido.

Ahora bien, en la medida en que el parecido (esto es, la magnitud de la correlación) de los pares de MZ no sea dos veces mayor que la correlación existente entre los pares DZ, entonces hay lugar para hablar de la influencia del ambiente. El ambiente compartido incluye las experiencias vividas en el seno materno y todas aquellas circunstancias que influyeron tanto sobre uno como sobre otro de manera equiparable (la misma casa, los mismos parientes, la misma dieta alimenticia, la misma escuela y barrio etc.). Se entiende que esa influencia favorece el parecido entre los gemelos. El ambiente no compartido se refiere a las experiencias vividas de forma única (por ejemplo, uno de los gemelos sufre un abuso sexual por parte de un familiar, y el otro no; uno padece una infección infantil severa y el otro no; uno llega al mundo con sufrimiento fetal y el otro no…), y sirven para hacer más diferentes a los gemelos.

«El ambiente influye siempre, pero lo hace en interacción con sujetos que acarrean una naturaleza biológica singular»

A partir de múltiples datos obtenidos mediante esa aproximación y usando diversos índices de delincuencia así como medidas de rasgos temperamentales vinculados a la conducta antisocial, puede afirmarse que la naturaleza humana influye favoreciendo o dificultando que alguien desarrolle conductas antisociales. El hecho, por ejemplo, de que el rasgo más importante para explicar la conducta violenta que tenemos hoy a nuestra disposición –la insensibilidad o frialdad emocional– tenga aproximadamente de un 50% a un 60% de heredabilidad indica que para algunas personas la comisión de delitos sea algo más «natural» que para otras.

El ambiente puede tener relevancia para compensar (o agravar) la predisposición o vulnerabilidad heredada. Todos los datos indican a su vez que el ambiente no compartido o único que ha vivido el individuo es el más determinante en este terreno; lo que a un sujeto le sucede en particular, el modo en que cada uno registra e interpreta un evento. Por poner un solo ejemplo, en la biografía de Alfredo Galán, el conocido «asesino de la baraja», sus experiencias de fracaso en la escuela y en las relaciones sociales (incluyendo las que mantuvo con las chicas) fueron nítidas en forjar una motivación orientada a buscar reconocimiento y notoriedad en la sociedad. Eso le ocurrió sólo a él; sus experiencias singulares, en interacción con una personalidad emocionalmente fría y desalmada, le llevaron a una cadena de asesinatos en la provincia de Madrid, durante el año 2003. Seis personas murieron antes de que se entregara, ante la estupefacción de la policía (la historia de Galán y de otros cinco asesinos en serie aparecen en mi estudio criminológico El rastro del asesino; Ariel, 2006).

«Al sujeto poco dotado de empatía le supone un desafío inalcanzable valorar como algo molesto o desagradable el sufrimiento del otro»

¿En qué consiste esa insensibilidad o frialdad emocional? Se trata del «núcleo duro» de la psicopatía (ver en este monográfico el artículo del profesor Moltó), pero es un ingrediente, aunque adopte graduaciones mucho más modestas y selectivas, en muchas agresiones y delitos. Consiste, en esencia, en la falta de empatía. En la ausencia de sintonía con el sufrimiento ajeno. Es decir, en la capacidad para cosificar a alguien y no sentir su sufrimiento, así como en la tendencia a ver el mundo desde un ángulo meramente egocéntrico y explotador. Las excusas, las «circunstancias atenuantes» que los psicópatas hallan en sus fechorías, el «olvido» de los males causados, la ausencia de remordimiento… Todo eso halla su origen en la incapacidad de dolerse del mal ajeno. Se trata, además, de un rasgo bien medido en la investigación actual, merced no sólo a tests psicométricos sino a pruebas de valoración externas al individuo y a estudios neurofisiológicos y de neuroimagen (que señalan a circuitos de la amígdala cerebral y a otras zonas del cerebro límbico como mediadores de esta pobre o nula respuesta de sintonía emotiva ante el dolor de los demás). Estudios donde se observa que al sujeto poco dotado de empatía le supone un desafío inalcanzable valorar como algo molesto o desagradable el sufrimiento en el otro. Sobre ese tipo de reacción se instauran los cimientos mayores de la sociabilidad, porque en base a ello se construyen proyectos compartidos mientras se van soldando las fracturas inevitables ante los inconvenientes. Sin ello, la crueldad y la depredación explotadora se tornan opciones mucho más «razonables».

El síndrome de desviación asocial

Ahora bien, la empatía no es sino una parte muy relevante de un conjunto de rasgos del carácter mucho más complejo. En el sustrato del temperamento –resultado de la interacción de la biología heredada con el ambiente– hemos de incluir también otros atributos como la impulsividad, el predominio de emociones negativas y el deseo de correr riesgos o temeridad y la búsqueda de sensaciones. Estas variables definirían una modalidad de reacción psicofisiológica habitual donde tomarían asiento atributos psicológicos como una autoestima lábil (en ocasiones pobre pero a menudo hipertrofiada), una visión narcisista del mundo y una percepción hostil de los acontecimientos, a partir de la cual la violencia sería una respuesta privilegiada ante las amenazas cotidianas con que los delincuentes violentos registran los acontecimientos ordinarios de la vida diaria (derivada en parte de esa autoestima sesgada).

En el ámbito de las capacidades o aptitudes cognitivas, en los delincuentes violentos reincidentes suele detectarse una deficiente inteligencia, lo que les dificultaría planear adecuadamente la conducta, anticipar las consecuencias perniciosas, negociar los conflictos mediante pactos, compromisos o demoras; desarrollar alternativas ante la agresión y tomar decisiones más adaptadas a los problemas. Se trataría, en resumen de un déficit generalizado en el rendimiento del cerebro «ejecutivo» o ponderador, lo que tendría profundos efectos en el ámbito del desarrollo de las competencias (éxito en la escuela o en el empleo) y en las relaciones sociales (rechazo de compañeros de edad con tendencias prosociales).

«El sujeto que fracasa a la hora de integrarse en la sociedad va mostrando una secuencia de comportamientos que se desarrollan durante el transcurso de la vida»

Esta realidad en el equipamiento psicológico del carácter del individuo le hace particularmente vulnerable a presentar diferentes tipos de desviación, que podríamos agrupar en cuatro grandes modalidades de conductas asociales: la violencia interpersonal (agresiones físicas, vandalismo, incendios), los delitos contra la propiedad, el desafío a la autoridad (acoso y rebeldía en la escuela, en el empleo y en el hogar) y conductas de riesgo elevado (conducción temeraria, abuso de drogas y alcohol, prostitución, etc.). Nada menos que 21 estudios en diferentes países del mundo occidental han demostrado que detrás de estas actividades se halla un síndrome general: el sujeto que fracasa a la hora de integrarse en la sociedad va mostrando una secuencia de comportamientos que se desarrollan durante el transcurso de la vida. Esta secuencia muestra variaciones de acuerdo con el contexto específico en el que el patrón asocial desviado toma cuerpo y en función de la edad y recursos del individuo. Por ejemplo, en la actualidad sabemos que la aparición temprana (en la infancia) de este síndrome en los chicos evoluciona de modo más intenso y perdurable que la aparición tardía (al final de la adolescencia). En otras palabras: no todos los delincuentes violentos exhiben todas las conductas incluidas en el síndrome general de la desviación asocial, pero cuanto más joven sea el individuo al presentar conductas desviadas más probabilidades habrá que muestren una variedad más amplia del síndrome y que mantengan las conductas antisociales con mayor persistencia y gravedad.

Territorios del «cerebro moral» donde se han detectado anomalías de funcionamiento en psicópatas: particularmente en regiones PFCvm, aPFC, mOFC y amígdalas en estudios fMRi y PET. / Sacado de Moll et al., 2005

En la actualidad tenemos múltiples maneras fiables de medir la desviación asocial. En el plano de la biología, los indicadores neurocognitivos muestran dificultades primarias en la socialización: la capacidad de generar una consciencia donde se inscriban «las normas básicas del clan» constituye el sustrato esencial de esa carencia. A esa falla endógena en la cristalización de los escrúpulos de consciencia se le añaden estilos de pensamiento y déficits cognitivos asociados que dificultan el progreso en el aprendizaje de valores que están culturalmente prescritos para la integración feliz en el grupo social (los que suelen obedecer la ley). Aunque la medición en este último ámbito es más imprecisa, la investigación acumula muchos resultados concluyentes. El contexto facilita o dificulta el proceso de desviación asocial. Este proceso tiene características comportamentales muy semejantes en toda la sociedad occidental (y sin duda en otras culturas, al menos en el sentido de los actos más primitivos de agresión y traición). El que todos hayamos quebrantado la ley en un momento u otro de modo selectivo (eludir impuestos, evitar pagar alguna factura) no niega esa realidad, al igual que el hecho de que de vez en cuando tengamos fiebre no niega que existan anomalías bien definidas que generan agrupaciones de síntomas –entre ellas la fiebre–, y que son reconocidas como entidades diagnósticas diferenciadas.

La expresión «personalidad antisocial» o «criminal» renace ahora bajo los nuevos estudios neurocognitivos de la criminología biosocial. No tiene ya ese sentido lombrosiano de «criminal nato», pero afirma la idea de que hay personas que actúan de un modo peculiar (ventajista, frío, predador y cruel) frente a los demás. Aquellos que empiezan pronto a rebelarse frente a las normas y deberes de la sociedad para apuntarse sistemáticamente a opciones ventajistas suelen mostrar el síndrome de la desviación asocial de un modo pleno e intenso en su currículum ulterior. Otros exhiben conductas dañinas más selectivas y por menor tiempo: el hecho de que el abuso del alcohol y las drogas, la irresponsabilidad en el trabajo, el itinerario delincuente y el fracaso en las relaciones sociales positivas concurran con tanta frecuencia es una prueba de todo ello. No todos los seres humanos están igualmente capacitados para actuar como predadores ante sus conespecíficos. Afortunadamente.

Antonio Barroso

Antonio Barroso, 2006. Serie «Agressivitat». Fotografía digital manipulada

Antonio Barroso, 2006. Serie «Agressivitat». Fotografía digital manipulada

Antonio Barroso, 2006. Serie «Agressivitat». Fotografía digital manipulada

Le Blanc, M. y C. Bouthillier, 2003. «A developmental test of the general deviance syndrome with adjudicated girls and boys using hierarchical confirmatory factor analysis», Criminal Behaviour and Mental Health, núm. 13, pp. 80-105.
Garrido, V., 2005. Què és la psicologia criminològica?. Biblioteca Nova. Madrid.
——2006, El rastro del asesino, Ariel.
Moll, J., et al., 2005. «The moral basis of human cognition». Nature Reviews Neuroscience, pp. 799-809
Pinker, S., 2004. La tabla rasa. Paidós. Barcelona.
Sanmartin, J. [ed.], 2004. El laberint de la violència. Ariel. Barcelona.

© Mètode 2006 - 50. Una historia de violencia - Disponible solo en versión digital. Verano 2006
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Departamento de Teoría de la Educación, Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación, Universitat de València.