Hildegard von Bingen (1098-1179), mística, ciencia y medicina en la Edad Media
Hildegard von Bingen supo asumir el papel de visionaria para ganarse la tolerancia de una sociedad en la que las mujeres estaban condenadas al analfabetismo y la humillación, y consiguió así escribir sobre ciencias de la naturaleza y sobre medicina, arte que probablemente también practicó. Su obra representa una síntesis original de ideas procedentes de la tradición oriental, helénica y judeocristiana.
Nació en Bermersheim (Alemania) el año 1098 en el seno de una familia de la nobleza, y, como era la menor de diez hijos, se vio destinada irremisiblemente a la vida monástica. Desde la infancia, Hildegard padeció episodios de inspiración mística que la cegaban y visiones místicas que la Iglesia más tarde atribuyó a la inspiración divina. Preocupados por su frágil temperamento, sus padres la depositaron en el convento benedictino de Disibodenberg, donde se sometió a la disciplina ascética del monasterio y aprendió latín, griego, liturgia, música, oración y ciencias de la naturaleza. En 1136, a pesar de su juventud, Hildegard fue nombrada abadesa y debió asumir la dirección del convento.
A partir de una profunda crisis mística que experimentó a los 42 años, comprendió que debía escribir sus experiencias íntimas y su visión del mundo, que plasmó en nueve libros: el Liber scivias (1141-1151) es una descripción, iluminada con magníficas ilustraciones, de sus visiones del cosmos y una reflexión sobre la posición que la humanidad ocupa en su seno; el Liber vitae meritorum (1158-1163) es una reflexión ética sobre los efectos cósmicos de la virtud y el pecado; y el Liber divinorum operum (1163-1170) está dedicado a la teología natural. Además de estas obras, hay que añadir una infinidad de cartas, poemas, hermenéutica y otros trabajos científicos, teológicos y filosóficos.
Mención aparte merece su obra médica, que incluye el Liber simplicis medicinae (1150-1160), un importante compendio médico que trata de las plantas, animales, minerales, metales, y otros elementos de la naturaleza, contemplados desde la perspectiva de su acción curativa. También el Líber compositae medicinae, que trata sobre las enfermedades, sus causas y síntomas –considerando principalmente las relaciones con las fuerzas cósmicas, es decir, los elementos, los astros, los vientos– contempladas desde una fisiología alegórica del cuerpo humano como microcosmos. Las fuentes de su conocimiento fueron probablemente las tradiciones populares, el humoralismo galénico que formaba parte de la herencia de los benedictinos, los referentes bíblicos, junto a analogías microcósmicas de fuerte contenido místico.
En sus obras de terapéutica, Hildegard hacía referencias frecuentes a las virtudes curativas de las piedras preciosas. En este sentido, se avanzó a la tradición paracelsista en el uso terapéutico de medicamentos químicos: consideraba, por ejemplo, que el zafiro era beneficioso para las enfermedades de los ojos y también lo creía dotado de propiedades antiafrodisíacas, y utilizaba la amatista para curar las erupciones cutáneas.
Su obra es una mezcla inseparable de elementos naturalistas y místicos. Tuvo una notable influencia en su tiempo que perduró hasta el Renacimiento. Su Liber scivias se imprimió por primera vez en París en 1513 y su Liber simplicis medicinae alcanzó dos ediciones, en 1533 y en 1544. Su influencia intelectual se deja ver en la filosofía oculta de Agrippa von Nettesheim (1531) y en las representaciones alegóricas de la antropología microcósmica de Robert Fludd (1617).
Además de las obras mencionadas, Hildegard también compuso música gregoriana, escribió casi ochenta canciones y una ópera intitulada Ordo virtutum, una pieza musical que va más allá del lenguaje de la música medieval.
«Su obra médica es un importante compendio que trata de plantas, animales, minerales, y otros elementos de la naturaleza, contemplados desde la perspectiva de su acción curativa»
Sus relaciones con la curia romana fueron problemáticas. Ya en su tiempo, un concilio de teólogos del Vaticano dio crédito a sus visiones, interpretadas como predicciones del futuro. Sin embargo su relación con la Iglesia no siempre fue cordial, porque Hildegard no escondió su opinión crítica con la degradación de las costumbres y con la falta de compasión con los pobres, además de discrepar sobre aspectos fundamentales de la doctrina, como es el caso de la culpabilidad de Eva, sobre la que recaía todo el peso del pecado original y a quien Hildegard consideraba, por el contrario, una víctima engañada por el demonio, envidioso de su capacidad de procrear. Su conflicto con la jerarquía de la Iglesia alcanzó la cima cuando Hildegard y las monjas del convento de Rupertsburg dieron sepultura en el cementerio del convento a un joven revolucionario, que había estado excomulgado por el arzobispo. La abadesa se negó a desenterrarlo e incluso hizo desaparecer cualquier rastro del entierro, para que nadie pudiese buscarlo. Este problema le significó a Hildegard la prohibición de hacer música, por lo que protestó ante el arzobispo con una carta en la que se lamentaba de la pérdida que la sanción representaba para toda la comarca del Rin, amonestando por ello a la autoridad eclesiástica.
La Iglesia decidió perdonarla y pocos años después esta polifacética y mística mujer murió habiendo superado los noventa años de vida. Cuenta la tradición que a la hora de la muerte aparecieron dos arcos muy brillantes y de diferentes colores en el cielo. Sin embargo, las diversas tentativas de canonización nunca acabaron con éxito.