Los procesos de desertificación en un contexto de cambio global
Aproximadamente el 40% de la superficie de la Tierra está amenazada por el riesgo de desertificación, un territorio donde vive el 37% de la población mundial
Desertification processes in the context of global change. Desertification, the degradation of the soils in arid, semiarid and sub-humid zones, threatens 40% of the Earth’s surface, which is inhabited by 37% of the world’s population. The effects of desertification are varied, and include not only a decrease in the food production capacity of the soils, but also the alteration of the hydrological cycle, a drastic reduction in biodiversity, and their interaction with climatic change. In this article the author discusses these effects, and the efforts of the international community to fight against desertification.
Aproximadamente el 40% de la superficie de la Tierra está amenazada por el riesgo de desertificación. En esta superficie, que corresponde a las zonas terrestres con déficits hídricos inherentes más o menos acusados, vive el 37% de la población mundial. La desertificación no sólo amenaza el potencial del suelo de producir alimentos y biomasa, sino que, en las zonas afectadas, se alteran los ciclos hidrológicos, se reduce drásticamente la biodiversidad y se producen procesos de retroalimentación que afectan a importantes parámetros climáticos.
En un contexto de cambio global, las consecuencias de los procesos de desertificación se exportan a otras zonas no directamente afectadas y producen multitud de consecuencias transectoriales. Entre otros aspectos, cabe señalar los impactos en los movimientos de migración de la fauna, los cambios en los flujos de energía atmosféricos, los efectos en la dinámica erosión/sedimentación, los cambios en los ciclos biogeoquímicos y las migraciones humanas provocadas por el empobrecimiento de los recursos de la tierra.
«Aproximadamente el 40% de la superficie de la Tierra está amenazada por el riesgo de desertificación, un territorio donde vive el 37% de la población mundial»
La desertificación, por tanto, amenaza a todo el potencial biosférico de las zonas afectadas y tiene efectos transfronterizos y multisectoriales que inciden directamente en el cambio global.
En este artículo describiremos los antecedentes inmediatos de esta problemática, así como los esfuerzos de la comunidad internacional para mitigar el proceso y, finalmente, comentaremos sus interacciones con la pérdida de biodiversidad y el cambio climático.
Antecedentes
El concepto y la problemática de la desertificación no son nuevos. El abuso de las tierras y los consiguientes procesos de degradación en zonas frágiles del planeta están ligados a los inicios de las grandes civilizaciones. Los registros históricos del Oriente Próximo, de la antigua Grecia o del Imperio Romano nos muestran testimonios de gran valor histórico-ambiental en los que se pormenorizaron impactos y procesos que conllevaron al colapso de zonas agroforestales. Esta situación ha sido considerada por diversos autores como la causa del brusco declive de algunas culturas.
Sin embargo, el vocablo “desertificación” no aparece en la literatura científica hasta 1949, cuando fue utilizado por Aubreville al referirse a procesos de degradación del suelo y vegetación en ambientes tropicales húmedos. A partir de entonces, y con intervalos y altibajos en la atención académica, fue evolucionando lejos de la percepción pública.
La problemática de la desertificación sólo saltaría a un primer plano como consecuencia de los intensos períodos de sequía que afectaron a la zona del Sahel en la década de los 60 y principios del 70. Durante ese período, economías y sistemas productivos de supervivencia, basados fundamentalmente en el uso del suelo y del agua, sufrieron el impacto de una sobrepresión que los situó al borde de su disfuncionalidad. Como consecuencia, se estima que se vieron afectados unos quinientos millones de hectáreas, y que se produjo la muerte de unos 10 millones de cabezas de ganado y de entre cien y doscientas mil personas.
La sensibilización mundial ante esta situación movilizó a Naciones Unidas, que convocó en 1977 una Conferencia sobre Desertificación que se celebró en Nairobi ese mismo año y en la que, por primera vez, un problema medioambiental alcanzó la consideración de globalidad.
En esta conferencia, en la que participaron más de 90 países, se elaboró y aprobó un Plan de Acción para Combatir la Desertificación (PACD) con unos planteamientos y objetivos muy amplios y ambiciosos. Sin embargo, la valoración de los resultados del PACD que se fueron realizando años después, no aportaba indicios para el optimismo. La extensión y la intensidad de los procesos de desertificación no sólo no se reducían, sino que continuaban extendiéndose.
Esta situación contribuyó, en parte, a que durante la década de los 80 la temática perdiera fuerza e interés para los organismos internacionales, las agencias de ayuda al desarrollo y los países potencialmente donantes. A esto habría que añadir la situación de confusión conceptual en los ámbitos académicos y científicos, dado que cada disciplina aportaba sus propias definiciones lo que, evidentemente, no ayudó a establecer unas bases sólidas para una discusión adecuada del problema.
En 1990-91, el Programa Medioambiental de las Naciones Unidas (UNEP) retomó el tema convocando a grupos de análisis y revisión para lograr una mejor aproximación al problema. El resultado fue adecuar el marco conceptual con una nueva definición más explícita y la identificación más adecuada de relaciones de causalidad y de las directrices básicas para abordar soluciones.
En la Conferencia de Río 92 se modificó esta nueva definición de 1991 con el fin de incluir, junto con las causas humanas, la vulnerabilidad natural de las zonas afectadas. Con ello la definición añadió el aspecto de “las variaciones climáticas” como una de las causas fundamentales en el origen del proceso.
El convenio de Naciones Unidas de lucha contra la desertificación
La temática de la desertificación fue ampliamente debatida en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo (UNCED, Río de Janeiro 1992), aunque su consideración no llegó al énfasis y la atención otorgados a los problemas de pérdida de biodiversidad o a la amenaza de cambio climático.
En cualquier caso, en 1993, en la sesión número 47 de la Asamblea General de Naciones Unidas, se adoptó la resolución 47/188 en la que se exponía el compromiso de Naciones Unidas de constituir un “comité intergubernamental para la elaboración de un convenio internacional para combatir la desertificación en aquellos países afectados por graves problemas de sequía y/o desertificación, particularmente en África”.
La primera reunión del comité intergubernamental creado al efecto se celebró en Nairobi ese mismo año. La primera parte de esta conferencia se dedicó sobre todo a exponer la situación de los países afectados por los procesos de desertificación, lo que permitió conocer la dimensión del problema en términos globales, así como su variabilidad y complejidad. En la segunda parte de la reunión se elaboró un plan de trabajo preliminar para el desarrollo del Convenio, y se acordó priorizar las acciones en los países africanos, sin detrimento de que fueran también consideradas propuestas de acciones dirigidas a otros países y regiones afectados por los procesos de desertificación.
De esta forma comenzó un proceso que terminó en París, en 1994, con la redacción y presentación oficial del “Convenio de Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación” (a partir de ahora CLD). El CLD se puso en marcha oficialmente el 26 de diciembre de 1996, al ser ratificado por 70 países, entre ellos España.
El Convenio, con sus 40 artículos y cuatro anexos regionales, se orienta fundamentalmente al objetivo global de “combatir la desertificación y mitigar los efectos de la sequía” y establece estrategias novedosas en la legislación internacional sobre el medio ambiente.
El anexo IV establece el plan general de actuación para la cuenca mediterránea. Un aspecto muy importante contenido en este anexo es el compromiso de los países afectados por los procesos de desertificación a desarrollar su propio plan nacional de lucha contra la desertificación. Responsabilidad que, en nuestro país, corresponde inicialmente a la Dirección General de Conservación de la Naturaleza, del Ministerio de Medio Ambiente.
Definiciones del Convenio
a) Por “desertificación” se entiende la degradación de las tierras de zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas como resultado de diversos factores tales como las variaciones climáticas y las actividades humanas;
b) por “lucha contra la desertificación” se entiende las actividades que forman parte de un aprovechamiento integrado de la tierra de las zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas para el desarrollo sostenible y que tienen por objeto:
I) la prevención o la reducción de la degradación de las tierras,
II) la rehabilitación de tierras parcialmente degradadas, y
III) la recuperación de tierras desertificadas;
c) por “sequía” se entiende el fenómeno que se produce naturalmente cuando las lluvias han sido considerablemente inferiores a los niveles normales registrados, causando un agudo desequilibrio hídrico que perjudica los sistemas de producción de recursos de tierras;
d) por “mitigación de los efectos de la sequía” se entiende las actividades relativas al pronóstico de la sequía y encaminadas a reducir la vulnerabilidad de la sociedad y de los sistemas naturales a la sequía en cuanto se relaciona con la lucha contra la desertificación;
e) por “tierra” se entiende el sistema bioproductivo terrestre que comprende el suelo, la vegetación, otros componentes de la biota y los procesos ecológicos e hidrológicos que se desarrollan dentro del sistema
f) por “degradación de las tierras” se entiende la reducción o la pérdida de la productividad biológica o económica y la complejidad de las tierras agrícolas de secano, las tierras de cultivo de regadío o las dehesas, los pastizales, los bosques y las tierras arboladas, ocasionada, en zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas, por los sistemas de utilización de la tierra o por un proceso o una combinación de procesos, incluidos los resultantes de actividades humanas y pautas de poblamiento, tales como:
I) la erosión del suelo causada por el viento o el agua,
II) el deterioro de las propiedades físicas, químicas y biológicas o de las propiedades económicas del suelo,
III) la pérdida duradera de vegetación natural;
g) por “zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas” se entiende aquellas zonas en las que la proporción entre la precipitación anual y la evapotranspiración potencial está comprendida entre 0,05 a 0,65, excluidas las regiones polares y subpolares.
Resumen del Convenio
El texto del Convenio incluye cuarenta artículos distribuidos en seis secciones:
– Introducción y definiciones (artículos 1-3).
– Obligaciones generales de los países afectados, de los países desarrollados no afectados, prioridad para África y relación con otros convenios (artículos 4-8).
– Programas de acción, cooperación científica y técnica y medidas de apoyo, incluyendo recursos y mecanismos financieros (artículos 9-21).
– Instituciones para el desarrollo del Convenio (artículos 22-25).
– Procedimientos, arreglo de controversias, rango jurídico de los anexos, enmiendas al Convenio y derecho de voto (artículos 26-32).
– Disposiciones finales, firma, ratificación, entrada en vigor y denuncia (artículos 33-40).
Hay cuatro anexos de aplicación regional, de diferente extensión y complejidad: África, Asia, Latinoamérica, y el Mediterráneo norte; a los que recientemente se añadió un quinto anexo para los países del centro y este de Europa.
El Convenio otorga especial atención a África, y contiene una resolución de acciones urgentes para este continente, acordada en junio de 1994.
Entre las medidas propuestas por el Convenio, se encuentran las siguientes:
– Los países deben diseminar la información recogida en el Convenio y promover el conocimiento público de las acciones que en él se proponen.
– Los gobiernos de los países afectados deben redactar sus programas de acción nacional para combatir la desertificación.
Los países desarrollados deben apoyar la preparación de los programas de acción nacional y ayudar a ejecutar las medidas específicas identificadas en los programas nacionales.
La secretaría del Convenio es una entidad independiente con sede en Bonn (Alemania) encargada, entre otras tareas, de la organización de reuniones internacionales, de la recopilación y diseminación de información, y de facilitar acciones urgentes para África.
La Conferencia de las Partes (COP) es el máximo órgano decisorio del Convenio. La COP ha establecido también un Comité de Ciencia y Tecnología compuesto por representantes gubernamentales competentes en los distintos campos relevantes para la desertificación. La COP cuenta con un panel de expertos independientes, a quienes se consulta para trabajar sobre temas específicos.
La desertificación en el Mediterráneo europeo
La región del Mediterráneo Norte constituye un complejo mosaico de variados paisajes. Una gran parte de la región es semiárida y está sometida a sequías estacionales, gran variabilidad de la pluviosidad o súbitos e intensos aguaceros. Se caracteriza por la explotación continuada de su territorio desde hace más de 8.000 años, por su elevada densidad de población, por la producción agrícola intensiva, por sus grandes concentraciones industriales, por ser un importante destino turístico… A todo ello habría que añadir la terrible escalada de incendios forestales que en el período de 1976 a 1999, y en el caso concreto de la Comunidad Valenciana, arrasó dos tercios de su superficie forestal.
La degradación de las tierras en el Mediterráneo se relaciona con frecuencia con prácticas agrícolas inadecuadas o con la utilización de zonas marginales en principio poco aptas para la agricultura. En estas condiciones el terreno se erosiona, pierde materia orgánica, se saliniza y, paulatinamente, disminuye su capacidad productiva como respuesta a esta combinación de riesgos naturales –sequías, inundaciones, incendios forestales– y de las citadas actividades humanas. Vienen a agravar la situación los cambios socioeconómicos y la situación de crisis y abandono que en estos últimos años ha atravesado la agricultura tradicional, con las consiguientes migraciones de las zonas rurales a las urbanas.
El excesivo uso de plaguicidas, fertilizantes, los regadíos mal planificados y la contaminación industrial y urbana están minando a largo plazo la salud de los suelos de la región. El espectacular y mantenido crecimiento de las actividades económicas a lo largo de la costa mediterránea, como la industria del ocio, el turismo, la agricultura intensiva y otras actividades industriales, están imponiendo inusitadas tensiones a estas zonas, sobre todo en cuanto al régimen hídrico, que está acentuando los riesgos de salinización.
Interacciones entre cambio climático, biodiversidad y desertificación
Los riesgos de desertificación en las zonas más áridas del planeta (incluyendo la cuenca del Mediterráneo) y la comprobada tendencia de calentamiento global de la Tierra son procesos a gran escala, con mec
anismos de retroalimentación y de interacción de importantes e impredecibles consecuencias. La previsión de la evolución de los principales parámetros climáticos, tanto a escala regional como a escala global, todavía no es consistente, a pesar del enorme esfuerzo que se está realizando en los centros más prestigiosos del mundo, y utilizando, además, las tecnologías más sofisticadas actualmente disponibles.
Existen lo que podríamos denominar “hechos”, datos cuantificados y reiteradamente comprobados, que nos muestran que, durante este siglo, la tierra ha aumentado su temperatura media global en 0,6 ºC. Otros hechos comprobados son el aumento en la concentración de dióxido de carbono y de otros gases de efecto invernadero, como el metano y los óxidos de nitrógeno, en la atmósfera.
Apartir de estos hechos se derivan importantes consecuencias. Una de ellas, quizás la más grave, sería que estamos afectando y alterando los sistemas de regulación climática, que son los que básicamente hacen posible la vida en la tierra.
En el terreno de las predicciones, para la cuenca mediterránea existe un cierto consenso que apunta hacia un incremento de la temperatura media anual que se situaría entre 1 y 3º C, una reducción de las precipitaciones, un aumento de los fenómenos climáticos extremos, como las lluvias torrenciales y los fuertes vientos, una mayor incidencia de períodos de sequía y una reducción generalizada de las reservas de humedad del suelo.
El estudio del suelo y su dinámica en el pasado nos indica que el posible cambio climático en los países mediterráneos nos llevaría a una mayor aridificación de nuestro territorio. Algunas de las posibles consecuencias negativas podrían ser: incrementos en los procesos erosivos y en la frecuencia y extensión de los incendios forestales, junto al aumento en la evapotranspiración, con el consiguiente incremento en la salinización del suelo. Lo anterior conlleva un evidente aumento en los riesgos de desertificación, ya de por sí importantes en el área mediterránea.
Una disminución en el potencial del suelo como soporte de funciones biológicas llevaría a procesos de readaptación (fisiológicos y de conducta) a las nuevas circunstancias y también de pérdida de biodiversidad, al situarnos en medios con parámetros físicos, químicos y biológicos alterados. La regulación del suministro y reserva de agua, el aporte de nutrientes y la degradación estructural serían algunas de las circunstancias edáficas que incidirían en los niveles de riqueza en biodiversidad.
Un aspecto mucho menos conocido, pero no por ello menos importante y con múltiples consecuencias, todavía no bien evaluadas, es el de la influencia de la degradación de los suelos en el calentamiento global. En las zonas degradadas/desertificadas se produce una cierta distorsión del equilibrio de flujos de energía y compuestos entre los suelos y la atmósfera. Uno de los efectos que pueden originarse es el aumento de la reflexión de las radiaciones solares que conlleva, en algunas situaciones, la reducción de las precipitaciones convectivas. Otro efecto es el aumento del rango de oscilaciones diarias y estacionales de las temperaturas en la superficie del suelo, lo que origina dificultades en la capacidad de regeneración de la cobertura vegetal debido a las mayores tensiones térmicas. La disminución de la vegetación en las zonas degradadas limita el aporte de las llamadas precipitaciones horizontales al reducirse las superficies de condensación (rocío, neblinas, etc.).
«Un aspecto mucho menos conocido, pero no por ello menos importante y con múltiples consecuencias, todavía no bien evaluadas, es el de la influencia de la degradación de los suelos en el calentamiento global»
Existen otras numerosas funciones y procesos que influyen al menos en los parámetros microclimáticos de las zonas con suelo degradado, y que inciden en el cambio climático. Entre ellos es importante destacar el que se refiere al papel del suelo como regulador del ciclo de numerosos gases de efecto invernadero, como el dióxido de carbono.
El suelo es un depósito natural de cantidades ingentes de carbono orgánico. Se estima en unos 55 billones de toneladas el carbono orgánico acumulado en el conjunto de los suelos terrestres. Comparativamente, se estima que las emisiones de carbono a la atmósfera como consecuencia del uso de los combustibles fósiles son de 5-6 billones de toneladas anuales.
Estas cifras hablan por sí solas y destacan el papel del suelo como emisor y como sumidero de uno de los gases más relevantes en el proceso de calentamiento global. Por otra parte, si en condiciones normales el sistema suelo actúa regulando y amortiguando el ciclo del carbono, cuando el suelo se degrada el equilibrio se altera, propiciándose la emisión a la atmósfera de cantidades que, globalmente, se estiman en más de la mitad del carbono emitido por la actividad de los países industrializados.
La degradación del suelo y la pérdida de carbono se produce a través de numerosos procesos de desertificación que incluyen, entre otros: prácticas agrícolas inadecuadas (exceso de quema de rastrojos, laboreo excesivo) forestales (rozas, eliminación del matorral, incendios), erosión del suelo (por ejemplo, en la agricultura de secano abandonada), obras públicas mal planificadas, inadecuada ordenación del territorio, etc.
La disminución en materia orgánica del suelo puede incrementar la vulnerabilidad del suelo a la erosión, a los procesos de encostramientos y compactaciones y a otros procesos degradativos. Por otra parte, los incrementos en las ya de por sí elevadas tasas de evapotranspiración incrementarían los riesgos de salinización.
Lo anterior pone de relieve la estrecha interconexión entre los factores climáticos, los procesos de desertificación y la diversidad biológica, al menos en las zonas áridas, semiáridas y seco-subhúmedas del planeta, lo que hace necesario desarrollar planteamientos globales e integrados para la prevención de las consecuencias negativas del cambio global.
Bibliografía
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José Luis Rubio. Presidente de la Sociedad Europea de Conservación de Suelos (ESSC); Centro de Investigaciones sobre Desertificación – CIDE (CSIC, Universitat de València, Generalitat Valenciana).
© Mètode 34, Verano 2002.