Fruit of the hive. In recent years there has been an increase in the interest shown in apiary products and their positive effects on human health. Honey, the product of bees par excellence, has traditionally been used medicinally, as well as being a high-energy, natural food. Numerous therapeutic properties have been attributed to propolis, which is a mixture of plant resins and wax. Pollen and royal jelly are two apiary products that have recently bee incorporated into the human diet and are rich in essential ingredients.
La organización de una colmena de abejas resulta realmente asombrosa por su capacidad de armonizar los diversos trabajos de la colonia, comunicarse entre los individuos las fuentes de alimento o situaciones de peligro, construir los panales más perfectos (en los que está optimizado el espacio), decidir la renovación de sus reinas y otros muchos ejemplos más que estos insectos sociales brindan a quienes quieran acercarse a conocerlos.
Pero si hay un aspecto de la vida de una colonia realmente llamativo para nosotros es su capacidad de producir alimentos tan variados como la miel, el polen o la jalea real, cada uno con unas funciones específicas en la nutrición de estos insectos, pero capaces, a su vez, de deleitar (en especial la miel) y ayudar a complementar la alimentación humana. No queremos olvidarnos en esta relación del propóleo, un producto con gran potencial en la dietética, que constituye la auténtica “medicina” de la colmena.
Antes de entrar a profundizar en cada uno de estos productos, nos vamos a asomar a una colonia de abejas para ver qué usos hacen de ellos; tendremos así las primeras pistas de sus propiedades biológicas y de sus beneficios para nosotros.
La miel, el oro dulce, es el alimento energético por excelencia; rica en azúcares, procede del néctar de las plantas, que las abejas recolectan y transforman, y constituye la base alimenticia de estos insectos.
El polen, el oro en polvo, aporta los lípidos, proteínas, minerales y vitaminas y es fundamental para alimentar a la cría de las abejas, proporcionar las reservas grasas a las hembras adultas y para que las abejas nodrizas produzcan una jalea real de calidad.
La jalea real, el oro blanco, es el alimento de la cría en sus primeros días de vida y el alimento de la reina durante toda su vida (la reina es la única hembra fértil de la colonia y su puesta, en momentos de máxima plenitud, alcanza los 2.000 huevos diarios).
El propóleo, el oro negro, se utiliza para mantener la asepsia en el interior de la colmena, tapar rendijas y fortalecer los panales de cera, y evitar la putrefacción de otros insectos o animales intrusos (ratones, serpientes…) que por su tamaño las abejas no pueden sacar de la colmena una vez muertos.
La miel
El brillo y la fuerza de la textura en una miel que fluye recién extraída de los panales, y su dulce sabor cuando no podemos evitar llevar un poco a nuestros labios, la hacen merecedora de lo que a primera vista podría parecer un “pomposo” apelativo, el oro dulce. Pero aún hay más, en la miel se han identificado cerca de 180 sustancias diferentes, aunque su composición básica son los azúcares glucosa y fructosa (y en menor medida la sacarosa). Entre esta numerosa lista, encontramos minerales y vitaminas (con una gran riqueza cualitativa aunque en cantidades no muy elevadas), ácidos orgánicos y enzimas (que representan un papel fundamental en las propiedades biológicas de este producto).
Como decíamos en nuestra introducción, la miel procede del néctar de las plantas (mención aparte merece la mielada o el mielato, cuya procedencia son secreciones de partes vivas de las plantas o de insectos chupadores presentes en ellas), una solución de agua y azúcar (en más o menos porcentaje) que las abejas recogen de los nectarios (generalmente situados en las flores aunque pueden estar también en otras partes de la planta), transportan a la colmena en una zona especial de su aparato digestivo, el “estómago social”, y que transforman gracias a sus aportaciones de enzimas y a un proceso de maduración en la colmena en el producto que todos conocemos.
La proverbial “laboriosidad” de las abejas es fundamental en este proceso; sólo para poder apreciar en su total medida el bote de miel que tenemos en las manos, diremos que 50.000 es una media normal de vuelos necesarios para recoger el néctar suficiente que se transformará después en un kilo de miel, y que eso implica haber visitado millones de flores y cargar en su estómago social un volumen de néctar en cada viaje que puede llegar a representar el 90% de su peso.
Estas cifras son posibles porque las abejas son capaces de transmitir a sus compañeras de colonia el lugar exacto donde han encontrado una fuente de néctar mediante el lenguaje de la danza, y éstas acuden masivamente a esas flores para seguir el trabajo de las primeras descubridoras. Esto explica también, a grandes rasgos, la existencia de las denominadas mieles monoflorales, en las que hay una dominancia del néctar de determinados tipos de plantas, que les otorga unas características de aroma, sabor, textura y color que las diferencian. De entre estas monoflorales, quizá algunas de las más conocidas sean las mieles de romero (de un color ámbar muy claro, prácticamente blanco cuando está cristalizada y un sabor marcadamente dulce), de azahar (de color ámbar claro o casi transparente, muy perfumada y suave al gusto), de eucalipto (de color ámbar oscuro u ocre, muy aromática y con un sabor peculiar), de espliego (de color ámbar, con un aroma muy característico, que recuerda totalmente la lavanda, y persistente), de brezo (una miel ámbar con bellas tonalidades rojizas, marcada personalidad, poco dulce y con notas amargas muy características)…
Producto vivo
En cualquiera de estos casos –mieles de milflores, monoflorales, mieles de una zona geográfica determinada, etc.–, estamos hablando siempre de un producto vivo, biológicamente activo, que va sufriendo transformaciones aun después de ser extraído.
Una de ellas, tal vez la más conocida pero al mismo tiempo más desconocida por el consumidor, es la cristalización. La miel es una sobresaturación de azúcar y agua, inestable por tanto en su estado “líquido” y con tendencia a formar agrupaciones de cristales de glucosa que acaban otorgando al producto ese aspecto compacto, malentendido a veces por el consumidor como una adulteración. Una forma de destruir estos cristales y dar a la miel un aspecto líquido es la aplicación de calor a altas temperaturas en un proceso de pasteurización. Sin embargo, este proceso altera el contenido en otros componentes fundamentales en las propiedades biológicas de la miel, como son los enzimas.
Propiedades biológicas
La miel se ha utilizado en muchas civilizaciones y culturas antiguas como cicatrizante, en la curación de llagas y heridas; la Biblia, el papiro de Ebers, el Corán, la señalan como un apreciable remedio. Baste, pues no es el cometido de este artículo, un clarificador ejemplo: Hipócrates, uno de los padres de la medicina, señalaba: “La miel produce calor, limpia las llagas y úlceras, suaviza las úlceras duras de los labios y cura los carbúnculos y las llagas corrientes.”
En la actualidad existen hospitales (concretamente en Limoges, Francia, el más conocido) que utilizan la miel para la curación de heridas (incluidas heridas quirúrgicas) y quemaduras, de forma sistemática y protocolizada.
Diversos investigadores han comprobado el poder antibacteriano de la miel (sobre todo de las mieles frescas que no han sido sometidas a temperaturas elevadas), que se debe básicamente a tres factores: su alta concentración de azúcares, la presencia de peróxido de hidrógeno y una serie de sustancias –ácidos orgánicos, flavonoides, etc.– conocidas como inhibinas. Nueva Zelanda, por ejemplo, ha autorizado como medicamento una forma de presentación de miel conocida como medihoney (prescrita para heridas, quemaduras, llagas…).
Su aporte energético, con azúcares de asimilación directa, la hace muy indicada en la práctica de deportes o de ejercicio físico, aporta resistencia física y favorece la recuperación. Se han descrito también efectos benéficos sobre el sistema circulatorio, el hígado, los intestinos (tiene un suave efecto laxante) o los riñones y las vías urinarias (la miel es diurética).
«Hipòcrates señalaba: «la miel produce calor, limpia las llagas y úlceras duras de los labios y cura los carbúnculos y las llagas corrientes»»
Y ¿quién no se ha tomado alguna vez miel cuando tiene un resfriado? Los componentes volátiles (especialmente terpenos), los azúcares y el poder antiséptico de la miel se alían en este caso para conseguir diversos efectos en nuestro organismo: actúa como expectorante y calma la tos (emoliente), ayuda a combatir las infecciones, promueve la regeneración de las mucosas y vigoriza el estado anímico general. Estas características se potencian aún más mezclándola con propóleos.
El polen
Las abejas recolectan el polen de la parte masculina de las flores, lo amasan con un poco de néctar o miel y lo transportan a la colmena en su tercer par de patas, que está especialmente adaptado para dar cabida a esas bolitas multicolores, en las que se presenta habitualmente este producto en el comercio.
Como en la miel, sólo para hacernos una ligera idea del esfuerzo que representa la recolección, diremos que el tiempo necesario para que una abeja, de flor en flor, recoja el polen necesario para formar una carga en su tercer par de patas oscila de los 5 a los 15 minutos, según la planta, y que en general, como término medio, una abeja realiza una media de veinte cargas por día (es decir, cuarenta bolitas de polen).
El polen es el alimento plástico de la colmena, básico en el desarrollo de las larvas de abejas, gracias a su riqueza en proteínas (de un 20-30%), incluyendo todos los aminoácidos, en minerales (se han detectado hasta 27 minerales) y en vitaminas, así como enzimas (se han detectado más de 100), reguladores del crecimiento, ácidos grasos, ácidos orgánicos y flavonoides. La FAO lo ha considerado una fuente sustancial de nutrientes esenciales en la ingesta diaria.
Situar al polen en nuestro “cuadro” de alimentos no es sencillo, pues se trata de un producto bastante desconocido. Para hacernos una idea de relación con alimentos que habitualmente consumimos, pondremos algunos ejemplos:100 g de polen tienen tanto fósforo como la carne de ternera o algunas verduras, y más que la leche entera; tienen más magnesio que las carnes, los pescados y la mayor parte de las verduras (aunque queda lejos del salvado de trigo o las almendras, especialmente ricos en este mineral); algunos pólenes tienen tanto hierro como las espinacas, la carne o la yema de huevo y más que el pescado; y tanto zinc como las avellanas, el queso Emmental o la harina de soja (considerados ricos en este elemento).
Si nos fijamos ahora en algunos ejemplos entre las vitaminas, el polen tiene tanta o más vitamina B12 (riboflavina) que los huevos y la leche, y algunos tipos de polen tienen más contenido que la levadura de cerveza (muy rica en esta vitamina) o la carne de ternera; su contenido en vitamina C es similar a las espinacas, el tomate o los plátanos; y en algunos tipos el contenido en vitamina E (hay más variación en este valor) es similar al del germen de trigo, los cacahuetes o el aceite de oliva.
«Pero no hemos de olvidar la parte «lúdica» de estos productos, cada uno nos descubre un universo distinto de sabores, olores y colores»
Es, pues, evidente que es un complemento de la dieta especialmente indicado en momentos de fatiga y desnutrición, y es también muy adecuado en dietas vegetarianas. Además, de entre otros muchos beneficios en nuestro organismo descritos por el aporte de polen, queremos destacar su elevado poder antioxidante (muchos de los elementos de su composición, como los ácidos grasos, las vitaminas C y E, beta-carotenos, selenio, ácidos nucleicos, etc., representan un papel muy importante en este aspecto) y su consumo en algunos países del norte de Europa como preventivo de problemas relacionados con la próstata.
La jalea real
Este oro blanco lo producen las propias abejas (es la secreción de determinadas glándulas), tiene un aspecto de pasta blanco-amarillenta con un característico sabor ácido y es quizá uno de los productos de la colmena más conocido y publicitado.
Para comprender la “fama” de la jalea real deberemos asomarnos un poco a la colonia; es un hecho probado que la diferenciación entre abejas obreras, que no son hembras fértiles por no tener desarrollado su aparato genital, y la abeja reina, que sí lo desarrolla completamente (de ahí su mayor tamaño) y es por tanto la única hembra fértil, como decíamos en la introducción, se debe a que mientras las primeras reciben jalea sólo durante tres días de su desarrollo y el resto miel y polen, la segunda recibe jalea real durante todo su desarrollo larval; mientras una obrera vive una media de 30 días cuando está en época de pecorea, la reina puede llegar a vivir hasta cuatro años y puede llegar a poner miles de huevos diariamente.
No está aún claro a qué se deben los efectos que causa la jalea real en aquellos que la ingieren: recuperación de las fuerzas y el apetito, aumento del tono vital, mayor resistencia al frío, menor sensación de fatiga tanto física como mental, entre otras muchas que se han descrito tras tomarla durante algún tiempo. Sus detractores apuntan a que si bien su composición puede mostrar una gran riqueza en minerales, vitaminas, ácidos grasos, etc., la cantidad que se toma es muy pequeña (entre 0,5 y 1 g diario). Sin embargo, la mayor parte de las opiniones de quienes han estudiado la jalea real se inclinan a pensar que se trata de un producto complejo (en el que quizá no se han descubierto todavía algunos de sus componentes), con un completo espectro de compuestos y un armonioso equilibrio que lleva a un efecto sinérgico entre ellos, y que produce los efectos antes señalados.
Otras características de la jalea real, entre las muchas que se han descrito y que han despertado más interés, son su papel de refuerzo del sistema inmunitario o como ayuda para regular el colesterol, sin olvidarnos, claro, de que tonifica y fortalece la piel, evita la sequedad y activa la formación y conservación del colágeno, lo que ha hecho que forme parte de numerosos preparados cosméticos.
En cuanto a su forma de presentación en el comercio y su mejor forma de consumo, queremos señalar un dato que nos parece clarificador: investigadores del mundo apícola han realizado ensayos de laboratorio alimentando larvas con jalea real fresca y con jalea real liofilizada (y rehidratada posteriormente), observando que estas últimas no conseguían finalizar su desarrollo y convertirse en abejas adultas.
El propóleo
El propóleo o propolis es el nombre genérico que se da a las sustancias resinosas recolectadas por las abejas de varios árboles (principalmente olmos, abedules, álamos, castaño de Indias, sauces, pinos, abetos, robles, etc).
La palabra propolis se deriva del griego pro –“para” o “en defensa de”– y polis –“ciudad”–, o sea, “defensa de una ciudad” (o “colmena”), lo que nos da una idea de sus principales funciones en la colmena, algunas de las cuales señalamos ya en la introducción (asepsia interior, tapar rendijas y juntas por las que puede entrar el frío o la humedad o reducir las piqueras en invierno para evitar la entrada de algunos predadores).
Su aspecto es, pues, resinoso, así como su olor; el color puede variar ampliamente, dependiendo de la planta de origen, desde el amarillo-rojizo, amarillo-oscuro, verde-castaño, ceniciento, verdoso, pardo, ámbar, hasta casi negro. Su sabor es amargo y ligeramente picante. Su consumo más habitual es en forma de tinturas en alcohol, aunque en la actualidad se puede encontrar en cápsulas, pastillas, caramelos, mezclado con miel, etc.
El propóleo está compuesto básicamente por resinas (40-50%), cera de abejas (25-40%) y aceites esenciales y otras sustancias volátiles (5-10%). Es muy rico en compuestos fenólicos, se han descrito unos 40 compuestos flavonoides, así como el CAPE, un éster del ácido cafeico al que se atribuye un gran papel como antioxidante en nuestro organismo.
Se considera pues como un poderoso antioxidante, como un producto que estimula el sistema inmunológico, y son cada vez más numerosos los artículos que advierten de los beneficios de una dieta rica en flavonoides en las enfermedades del corazón.
Se está generalizando cada vez más su uso en las afecciones del aparato respiratorio (muchos maestros con problemas en sus gargantas consumen propóleo de forma habitual), así como en gripes y resfriados.
Uno de sus usos más antiguos es como cicatrizante y desinfectante (es conocida su utilización en la guerra de los Boers); según Aristóteles, era “para el hombre tratamiento ideal para golpes y magulladuras”.
De la larga lista de efectos y propiedades que se han descrito de este producto, destaca, además de las anteriores, su poder antifúngico y sus efectos en otros problemas dermatológicos como acné, dermatitis seborreica, algunos tipos de verrugas, y como atenuante en problemas de psoriasis.
Conclusión
El interés por los productos de la colmena y por sus efectos sobre la salud humana ha ido creciendo en los últimos años; en la actualidad existen sociedades de apiterapia en América y Europa, de las que forman parte médicos, apicultores y técnicos que están trabajando de forma conjunta; Japón cuenta con una asociación especialmente dedicada al propóleo cuyos principales miembros trabajan en universidades de aquel país.
Pero no hemos de olvidar la parte “lúdica” de estos productos; cada uno nos descubre un universo distinto de sabores, olores y colores, unos placeres quizá más acentuados en la miel, donde con cada cucharada podemos inundar nuestros sentidos de la diversidad de aromas florales de la naturaleza, recogidos y concentrados por las abejas.