La entrada en el nuevo milenio ha marcado un hito para la biología con la publicación de la secuencia del genoma humano. Este proyecto, completado en tiempo récord gracias a la competencia establecida entre dos grupos (uno financiado públicamente por los gobiernos de varios países, el otro derivado de una iniciativa privada), está marcando un antes y un después en la forma de entender la biología y todas las disciplinas relacionadas con ella, en especial la medicina.
Fragmento de la imagen producida en secuenciador automático de ácidos nucleicos con los que se obtiene la secuencia de los genomas. Cada color representa un nucleótido diferente. El orden en que aparecen éstos en el gel corresponde a su disposición en el genoma.
Desde hace unos meses, somos bombardeados casi a diario con noticias sobre las nuevas aplicaciones de la genómica, sobre el descubrimiento de un gen responsable de tal o cual enfermedad, sobre la puesta a punto de un nuevo método de detección precoz de una dolencia que se desarrollará con cierta probabilidad en el futuro, sobre las posibilidades de diseñar fármacos individualizados o los últimos avances en terapia génica. Simultáneamente, también se alzan voces críticas, que nos ponen en alerta sobre los peligros que se derivarán de estas técnicas, sobre los graves conflictos éticos, morales o religiosos a que nos vemos abocados con su aplicación, o sobre la falta de control social sobre los desarrollos científicos que podrían conducir a la creación de “super-razas” o formas más sutiles de discriminación social.
Son muchas, por tanto, las cuestiones que la sociedad se plantea y se planteará en los años próximos como consecuencia de la investigación en genómica y con este número intentamos contribuir a este incipiente debate exponiendo, siquiera brevemente, en qué consiste la genómica, cómo se aplica y qué problemas nos permite resolver y cuáles nos crea a su vez.
