Ciencia ciudadana en tiempos de pandemia
El término ciencia ciudadana es sin duda atractivo, especialmente para todos los que abogamos desde hace tiempo por un aumento de la participación pública en la ciencia. La ciencia ciudadana suele referirse a proyectos en los que personas no científicas realizan parte del trabajo necesario para recoger datos científicos, a menudo en contextos de investigación medioambiental. Esta participación proporciona voluntarios para el proyecto y a su vez recompensa su ayuda con oportunidades de participación educativas.
El laboratorio de ornitología de la Universidad Cornell fue uno de los primeros modelos americanos de participación ciudadana. En sus proyectos se sigue reclutando a un ejército disperso de observadores de aves y otros ciudadanos no científicos para ayudar en la investigación sobre la población de aves y otras cuestiones relacionadas.
Pero la expresión ciencia ciudadana en particular también evoca la idea de una especie de democracia participativa al servicio de la ciencia, lo cual permite que surjan ideas novedosas y que se atiendan y discutan las implicaciones políticas desde el primer momento (o, como aprendimos a decir más tarde, upstream, río arriba). También podría hacernos pensar en una ciencia que opera más claramente al servicio de la sociedad, eligiendo los objetivos de investigación a partir de las opiniones de sus ciudadanos (como miembros de la comunidad). Este hilo de pensamiento acerca la ciencia ciudadana a la idea de una investigación participativa basada en la comunidad, en la que los objetivos científicos quedan definidos en parte por las comunidades externas al proceso exclusivamente científico. Las science shops en las universidades, más frecuentes en Europa que en los Estados Unidos, son otros primos cercanos en los que los científicos permiten que la comunidad sugiera problemas de investigación que reflejen sus propias necesidades.
«Es posible motivar a los participantes más jóvenes a considerar trayectorias profesionales alternativas, y así aumentar potencialmente la diversidad en algunas disciplinas»
Este número de Mètode presenta una serie de casos que ilustran tanto el concepto como sus diferentes objetivos, que conforman un ambicioso plan para el futuro. Es posible motivar a los participantes más jóvenes a considerar trayectorias profesionales alternativas, y así aumentar potencialmente la diversidad en algunas disciplinas. El plan implica expandir las fronteras de conocimiento en comunicación, educación y política, así como en la ciencia en sí misma. Y estos casos son solo algunos de los muchos ejemplos.
¿Qué es un «ciudadano» y en qué sentido puede «hacer ciencia»? En las primeras publicaciones científicas, la mayoría de autores eran caballeros con cierto estatus. ¿Deberían serlo también los científicos ciudadanos de nuestra era? Desde luego, esta opción no parece correcta ni justa. Pero al mismo tiempo, la idea de que «cualquiera» pueda hacer ciencia tampoco parece del todo ideal. Tanto la experiencia como la autoridad científica siguen siendo importantes, especialmente en tiempos de cambio climático y COVID, en los que la desinformación parece desatada y potencialmente mortal. Teniendo eso en cuenta, ¿cuál es el papel de los «científicos» y las «científicas ciudadanas»? ¿Cómo podemos equilibrar la necesidad de rigor científico con la necesidad de implicar a la comunidad (en ambas direcciones)? No hay una respuesta clara.
«El concepto de ciencia ciudadana trae consigo tensiones sobre la naturaleza social de la verdad científica»
El concepto de ciencia ciudadana (o amateur, anteriormente) trae consigo tensiones sobre la naturaleza social de la verdad científica, tanto por la parte «ciudadana» como por la parte «científica». Como Bryan Wynne argumentó en su famoso artículo de 1989 sobre la cría de ovejas post-Chernóbil, los científicos tenían un tipo de habilidades, pero otras personas (los granjeros) tenían otras, como su conocimiento de los ciclos vitales de las ovejas, las estaciones, los pastos y los mercados. Las soluciones para controlar la contaminación por radiación en las granjas ovinas requerían los dos tipos de conocimientos.
Y, aun así, la verdad científica se sigue estableciendo por consenso científico, no en base a la opinión pública ni a la participación pública. En estos tiempos de «hechos alternativos» en que pudiera parecer que cada uno puede construirse su propia realidad, ayudados en gran medida por las dinámicas de las redes sociales, se nos obliga a defender continuamente la autoridad de la ciencia. Para ello, necesitamos aliados. Creo que una forma productiva de pensar en los «científicos ciudadanos» es que son, o pueden ser, exactamente los aliados que necesitamos para conectar a la sociedad con el fruto del conocimiento científico. También deberíamos considerar a los científicos ciudadanos no solo como recopiladores de información para uso de los «verdaderos» científicos, sino también como líderes de opinión comunitarios sobre cuestiones científicas.