Triste fin tiene la salud más robusta; que de continuo está aguijando la enfermedad, que vive vecina, pared por medio de ella.
Esquilo, Agamenón
El interés por la salud ha acompañado a las personas desde los primeros pasos. El saber médico, tradicionalmente en manos de unos pocos eruditos formados en la materia, ha acabado siendo demandado cada vez más por una sociedad que entiende la salud como un derecho básico.
Desde este punto de vista, se puede interpretar la divulgación médica tanto en un sentido terapéutico como democratizador. Terapéutico porque el hecho de conocer mejor una enfermedad aporta al paciente unos recursos más útiles a la hora de afrontarla y también porque permite que este se integre de una forma más adecuada en el equipo médico que lo trata. La divulgación médica también tiene un aspecto democratizador porque contribuye a la circulación del conocimiento científico más allá de los círculos de la profesión médica y una información más rigurosa puede contribuir a facilitar la prevención así como a desterrar mitos e ideas erróneas.
«La divulgación médica tiene un aspecto democratizador. Una información más rigurosa puede contribuir a facilitar la prevención así como a desterrar mitos e ideas erróneas»
La medicina y, sobre todo, determinadas enfermedades han ido acercándose a un público cada vez más variado. Los médicos han ejercido su pedagogía básicamente a través de los libros: unos más eruditos, para colegas y alumnos; otros dirigidos más al público en general, de carácter más divulgativo. En España, la tradición de médicos intelectuales dio grandes figuras como Gregorio Marañón, Pedro Laín Entralgo, o Santiago Ramón y Cajal, que tuvieron siempre en cuenta el aspecto social de la medicina en sus libros.
Los médicos han hablado y escrito sobre las enfermedades sociales más destacadas en cada época. No cabe duda de que el cáncer lo es actualmente. Así encontramos libros con la ambición de abarcar la historia de la enfermedad, como el del oncólogo Siddartha Mukherjee El emperador de todos los males, premio Pulitzer de ensayo en el 2011, citado en su discurso de investidura por nuestro honoris Dr. Baselga; hay otros que presentan la historia de medicamentos que han marcado un antes y un después en el tratamiento de algunos tipos de cáncer, como el del médico Daniel Vasella titulado Magic Cancer Bullet, un concepto procedente del de quimioterapia acuñado por el Nobel Paul Ehrlich. En algunos casos, se deja más de lado la panorámica histórica para centrarse en lo que preocupa directamente al enfermo y a sus familiares. Es el caso de libros como Cáncer. El fin de un mito, del oncólogo José Ramón Germà Lluch, o el de Cáncer. 101 preguntas esenciales, del médico Ricardo Cubedo, fruto de su colaboración en prensa, donde durante un tiempo respondió cuestiones planteadas por los lectores.
Pero no solo los médicos han escrito y escriben sobre el cáncer. También los pacientes, cada vez más, toman la palabra para dar otra visión, indispensable y complementaria. Son aquellos que narran en primera persona lo que supone, ya no la patología ni el tratamiento de la enfermedad, sino aspectos tanto sociales como individuales. Algunos testigos y reflexiones de pacientes se han convertido en clásicos como el de Susan Sontag La enfermedad y sus metáforas. Otros pacientes de cáncer de mama como Rose Kushner, autora de Why Me?, se habían atrevido a exigir a los médicos en los años setenta un papel más activo en el tratamiento de su enfermedad. Kushner se convirtió en una conocida activista contra la cirugía radical sistemática que imperaba en la época.
«Sin duda, el mejor remedio para el ánimo exaltado, o para apaciguar la desazón, es la lectura. Los libros siempre nos han ayudado a entender y a transitar con menos problemas por la enfermedad. En este sentido, seguramente, son la mejor medicina»
Otro tipo de testimonio por parte de los pacientes lo encontramos en la literatura. Novelas como El pabellón del cáncer, de Aleksandr Solzhenitsyn nos narran la enfermedad desde una perspectiva que trasciende el yo para convertirse en un retrato coral. Basada en las propias vivencias como enfermo de cáncer en una clínica en Tashkent (en el actual Uzbekistán), la novela del autor ruso nos describe la rutina del centro y de sus habitantes.
Hoy en día, cuando tanto se habla del empoderamiento del paciente como sujeto que tiene un mayor peso a la hora de tomar decisiones terapéuticas –y este es sin duda el espíritu de la Ley de autonomía del paciente y el de los «consentimientos informados» en los ensayos clínicos– es más necesaria que nunca esta actividad divulgadora. Pero una divulgación rigurosa y amena, que llegue de forma sencilla al lector, cuesta hacerla y no siempre recibe el reconocimiento académico que merece. Por eso mismo hay que saludar con entusiasmo cada nuevo libro que se publica con el afán de diseminar el conocimiento médico entre aquellos que no son especialistas, y también este nuevo número de Mètode, como siempre tan equilibrado entre el fondo y la forma, entre la ética y la estética, entre la ciencia y el arte.
Sin duda, el mejor remedio para el ánimo exaltado, o para apaciguar la desazón, es la lectura. Los libros siempre nos han ayudado a entender y a transitar con menos problemas por la enfermedad. En este sentido, seguramente, son la mejor medicina.