Desierto por la noche

Acabado el confinamiento nocturno que nos ha obligado a vivir durante meses bajo la luz excesiva de las ciudades, volvemos a huir para buscar los cielos oscuros que tanto añoramos entonces. Los estudiantes reales, ahora ya no virtuales, nos acompañan al Observatorio de Aras de los Olmos, en la Serranía, para hacer una práctica que no pueden llevar a cabo bajo un cielo ya casi perdido. Las nubes omnipresentes durante el viaje desde Burjassot se han desvanecido finalmente y contemplamos fascinados como el sol se pone por Castilla en un cielo con todos los matices del rojo.

La soledad del lugar y la grandiosidad del techo celeste te hace sentir pequeño en esta ventana al universo. El termómetro baja rápidamente al oscurecer y ya marca 3 ºC. No apetece estar al raso, pero hay que seguir las indicaciones del profesor e ir de telescopio en telescopio para escuchar las explicaciones de los operadores. Después de hablar un buen rato de filtros y monturas, haciendo cola junto al telescopio para observar de muy cerca el planeta Júpiter, al salir al camino delimitado por luces azuladas, algo nos sorprende. Levantamos la cabeza y descubrimos la franja blanquecina que domina el cielo, nuestra galaxia, la Vía Láctea, la leche de Hera derramada por una succión demasiado fuerte del inexperto bebé Hércules, según cuenta la leyenda. La mayoría de los presentes, almas urbanas, no lo había visto nunca y se siente un amortiguado grito de sorpresa bajo la todavía preceptiva mascarilla. Miles de estrellas, concentradas de punta a punta del horizonte, pasando por el cenit, forman un camino celeste aliñado, aquí y allá, de zonas oscuras. Incluso, fijándote, descubres pequeñas concentraciones estelares, cúmulos de estrellas y nebulosas, cunas de nuevos sistemas planetarios.

Este es el cielo que contemplaban nuestros abuelos. No le daban importancia, puesto que la noche era así y ya está. Era el cielo que se adornó, en la Europa occidental, con las historias mitológicas de los dioses del Olimpo, el cielo que permitió a Galileo Galilei observar los satélites de Júpiter con un precario telescopio, desde el centro de Padua, aquella noche del 7 de enero de 1610. En definitiva, el cielo nocturno que ha permitido durante milenios una conexión cósmica de los humanos con el universo. Ahora, para verlo tal como lo vieron ellos, hay que reunirse aquí, o en el Montsec, o en Menorca o en otros lugares privilegiados.

Pero como no tenemos memoria de la noche, ni esta se ha transmitido de generación en generación, ahora nos parece de lo más natural que la noche bajo la que vivimos sea la única posible, la que nos da la actual sociedad de consumo.

Para preservar el recuerdo de las pocas zonas del sur de Europa que todavía mantienen la noche de los antiguos, el astrónomo Joan Manuel Bullón se ha propuesto el trabajo ciclópeo de fotografiar el cielo completo desde todas las cumbres importantes de la península Ibérica, Canarias y el norte del Marruecos. Sus dos pasiones, la medioambiental y la astronómica, se han combinado para ofrecernos un panorama sobrecogedor de cómo avanza la destrucción de nuestro patrimonio celeste. A pesar de que la Vía Láctea se ve muy bien en el cenit de la mayoría de los sitios, el horizonte nocturno ha desaparecido frente al avance imparable de la contaminación lumínica de las ciudades. La figura adjunta, hecha desde la cumbre del Moncayo, a 2.312 metros de altura, principal atalaya del sistema Ibérico, es una muestra de ello. Aunque gran parte del cielo es muy oscuro, el horizonte muestra la contaminación de las ciudades próximas y lejanas del norte del Estado español. El Parque Natural del Moncayo, a pesar de los valiosos prados de alta montaña, pinares de pino negro y rojo, hayedos y bosques de roble rebollo, está sometido a los excesos lumínicos causados por la cultura del despilfarro. Este proyecto de archivo de la memoria con el nombre de Horizontes perdidos versus cielos oscuros demuestra que la desertificación de la noche también ha llegado a nuestros parajes más estimados.

© Mètode 2022 - 112. Zonas áridas - Volumen 1 (2022)
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Departamento de Astronomía y Astrofísica de la Universitat de València.