Un futuro inteligente

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Tengo un amigo que dice que el futuro se escribe solo con dos letras: la i y la a. IA. Y quizás no esté equivocado: cada vez más, la inteligencia artificial está presente en nuestras vidas. Ya ha penetrado hasta en anuncios de teléfonos móviles y coches, así como en los carteles que vemos por la calle; es un elemento más del lenguaje comercial. En las aulas, desde secundaria hasta la universidad, es una realidad insoslayable que maestros y profesores están aprendiendo a comprender y dirigir, no sin dificultad. ¿Quién te enseña, humano, a hablar con las máquinas?

Abundan ya los ejercicios en los que se explota la capacidad de predicción de la IA. La gente le pregunta cuál será el número que saldrá en la lotería –sin éxito, por supuesto–; los médicos le inquieren si detecta algún tumor en la radiografía (con resultados prometedores), y los climatólogos y meteorólogos comienzan también a pedirle cómo ve esto del cambio climático, además del tiempo semanal. Sin embargo, tal y como afirma el físico Gustau Camps-Valls, catedrático en el Departamento de Ingeniería Electrónica de la Universitat de València, en una entrevista publicada en la web de Mètode, «La inteligencia artificial es capaz de predecir, pero no de entender y explicar conceptos». Esta es la clave…, de momento. Porque lo que no está tan claro es que esto sea así para siempre.

Es posible que el salto que tenemos delante sea uno de esos que define una ruptura de época. Nos encontramos, de hecho, en un momento de especulación sobre si la inteligencia artificial comportará una evolución gradual de nuestras capacidades cibernéticas, a la manera de lo que proponía Charles Darwin para el cambio de especies de animales y plantas, o, por el contrario, supone una disrupción como las que Stephen Jay Gould veía en la historia evolutiva de la vida. Si he de escoger entre ambas opciones, diría que la ruptura. Espero equivocarme.

Sin embargo, mientras tanto, esta inteligencia, que está al servicio del capital de las empresas que son sus propietarias, se bebe con una sed irrefrenable el agua que cada día es más escasa en nuestro país, y engulle cantidades pantagruélicas de energía. Nos hace perder el tiempo, también, porque, mientras esperamos a que nos solucione todo esto del calentamiento global –¡algo se le ocurrirá a la IA!–, las emisiones de gases de efecto invernadero siguen creciendo, la concentración atmosférica aumentando y los termómetros escalando. No hay nada que tenga que decirnos la inteligencia artificial que no sepamos ya. Absolutamente nada.

Es necesario un cambio cultural, capaz de hacernos recuperar nuestra humanidad y un sentido colectivo de esperanza y propósito. Debemos luchar por volver a creer en el futuro, y el tránsito hacia un porvenir diferente no es otro que el de la justicia social, la planificación y redistribución de los recursos, y el decrecimiento de los más ricos –países y personas– para permitir el bienestar de toda la humanidad, no solo de una parte ínfima y avariciosa, que guarda su riqueza entre muros altísimos y soliloquios rellenos de paranoia y miedo.

En el camino, es cierto, podremos utilizar la muleta de la IA (¡habrá que hacerlo!). Pero la decisión previa y el foco tendrá que ser nuestro. Ninguna IA puede enseñarnos qué es la fraternidad, qué son los valores que nos hacen humanos. Demasiadas veces las fantasías futuristas, desde algunos cuentos de Isaac Asimov hasta Matrix, nos dibujan a Homo sapiens como una especie prescindible, que se reproduce como un virus, que solo sabe hacer daño. Las máquinas aparecen entonces como la salvación de una biosfera que contempla aliviada nuestra desaparición. Este no es tampoco el futuro que deberíamos desear. Otro camino es posible, pero solo podemos recorrerlo cogidos de la mano, entrelazando unos dedos tangibles y reales, envueltos con una piel que conoce la aspereza y el peso del pasado, pero que sueña con un mañana donde las ovejas no son, aún, eléctricas. 

© Mètode 2024 - 120. Ciencia a diestro y siniestro - Volumen 1 (2024)
Doctor en Biodiversidad, escritor y divulgador científico (Valencia).