El paseo fúnebre más antiguo de la evolución

fósil evolución

Foto: Jorge Wagensberg

En el año 1999 preparaba los contenidos del nuevo museo de la ciencia en Barcelona, que en 2004 abriría con el nombre de CosmoCaixa. Buscaba piezas con las que explicar suculentas historias de ciencia mediante una genuina museología científica; es decir, con objetos reales, con experimentos y con metáforas museológicas o, lo que es lo mismo, con la mínima ayuda de textos impresos y pantallas (hoy conocida como la «museología total»).

En febrero de aquel año visité la gigantesca y célebre feria Gems, Mineral & Fossilshowcase, que se celebra anualmente en Tucson, con un moderado presupuesto para comprar piezas (meteoritos, minerales, fósiles…) con las que ilustrar las ideas que había apuntado en una libreta. El último día, tras cuatro jornadas de hacer kilómetros por los puestos donde mineros, comerciantes, paleontólogos, aventureros e incluso aficionados ofrecían sus hallazgos, agotado ya del todo el dinero disponible, me tropecé con una pieza aparentemente normal y frecuente. Era un amonites, un molusco extinto que vivió desde hace 400 millones hasta hace 65 millones de años. Pero tenía una singularidad: el caparazón de este cefalópodo había dejado una huella como si se hubiera arrastrado o rodado sobre la arena del fondo. La huella medía solo unos veinte centímetros porque la piedra que incluía el fósil había sido cortada al arrancarla del sedimento. Me dirigí al vendedor, mi amigo Glenn Roockers: «Compro la pieza si recuperas la totalidad del rastro.»

Cuatro meses después llegaron varias cajas con una sorpresa dentro: ¡el rastro tenía casi nueve metros de longitud! Empezaba con una suave línea que se desdoblaba en dos paralelas, y así, cada vez más profundamente hasta coincidir con el caparazón del animal en el punto donde este se tumba definitivamente para dormir la posteridad. ¡Qué historia de tafonomía! Enseguida nos dispusimos a reconstruir la historia de lo que había ocurrido hace unos 150 millones de años. Un experimento adjunto a la singular vitrina de nueve metros (diseñada especialmente para la pieza), demuestra que el animal no rodó, sino que fue arrastrado por una suave corriente y, a medida que liberaba los gases de descomposición de su interior, se hundió en la arena del fondo, donde finalmente se fosilizó. Ya no quedan dudas sobre el paseo fúnebre más antiguo de la evolución conservado hasta hoy. Esta explicación figura en el museo barcelonés desde que abrió sus puertas en el año 2004. Poco después publiqué también el descubrimiento en el libro The total museum through conversation between museologists and architects (Actar/Sacyr, 2006). En el año 2000 había visitado de nuevo a Glenn en Tucson y mi sorpresa fue ver que ofrecía la pieza, esta vez completa, acompañada de mi explicación. Glenn había vuelto al yacimiento para recuperar el negativo natural del mismo fósil y lo ponía a la venta (aunque esta vez con otro precio, claro.

«Visitar buenos museos también da para que científicos de vanguardia puedan escribir buenos e interesantes trabajos»

En mayo de 2017, la periodista Elsa Panciroli se hace eco en The Guardian de que el paleontólogo Dean Lomax y colaboradores de la Universidad de Manchester han hecho un descubrimiento extraordinario con un fósil encontrado en un museo español. Pocas semanas antes, en efecto, la prestigiosa revista Plos One of Paleontology había publicado la versión profesional de la investigación en el circuito especializado. No añadía nada esencial a lo que los visitantes de CosmoCaixa podían disfrutar desde 2004. Pero, como se ve, visitar buenos museos también da para que científicos de vanguardia puedan escribir buenos e interesantes trabajos. Es esta una breve historia de investigación, de divulgación, de museografía y también de sociología de ciencia. Con esta nota, la historia está ahora completa.

© Mètode 2018 - 95. El engaño de la pseudociencia - Otoño 2017

Profesor titular del Departamento de Física Fundamental. Universitat de Barcelona.