
Seamos optimistas y supongamos que en 150 años hay colonias habitadas en otros mundos. Como siempre, los colonos llevarán consigo sus religiones y las adaptarán a su nuevo entorno. Pero en algunos casos eso podría ser fuente de tensiones, especialmente cuando algunos ritos tengan un trasfondo astronómico, ya que a menudo este solo tendrá sentido visto desde la superficie de la Tierra.
Por ejemplo, una parte importante de una mezquita la constituye el mihrab, una hornacina situada en una pared que indica la alquibla (la dirección hacia La Meca), pues orientarse hacia La Meca es una de las condiciones para que la oración sea válida. Una de las fuerzas motoras del gran desarrollo de la trigonometría y astronomía islámicas durante la Edad Media fue la necesidad de encontrar con precisión la alquibla. Afortunadamente, si nos situamos en la superficie de la Tierra, el problema está bien definido: siempre hay una dirección que apunta hacia La Meca. La única indeterminación la tenemos en sus antípodas, pero por suerte no hay tierra firme allí.
Una mezquita en la Luna también lo tendría relativamente fácil. La Luna siempre muestra la misma cara a la Tierra, lo que implica que, desde la Luna, la Tierra está fija en la misma posición del cielo. Un sitio cómodo para poner mezquitas en la Luna sería la frontera entre la cara visible y la oculta de esta, ya que la Tierra (y con ello La Meca) está justo en el horizonte. Conforme nos adentremos en la cara visible, la Tierra estará cada vez más alta, y en el centro de la cara visible, nos quedará justo sobre la coronilla. Una hipotética mezquita situada ahí debería tener el mihrab ¡en el techo!
En Marte, la cosa se complica, pues la Tierra no está en un lugar fijo del cielo. En ocasiones estará sobre nuestra cabeza, otras por debajo del horizonte; a veces saldrá por el este, y otras se pondrá por el oeste. Pero la arquitectura del futuro podría ayudar a los futuros colonos mediante un mihrab móvil que cambiara su posición dentro de la mezquita siguiendo el movimiento de la Tierra. Técnicamente no sería difícil.
En órbita hay otros problemas, como supieron Sheikh Muszaphar Shukor y Sultan Al Neyadi en sus estancias en la Estación Espacial Internacional. Al flotar es imposible arrodillarse (en el sentido de hincar las rodillas para postrarse en el suelo) para rezar. También es difícil situar La Meca, pues la estación da un giro a la Tierra cada hora y media: amaneceres y anocheceres consecutivos separados por 45 minutos. Además, en Ramadán el creyente debe ayunar entre la salida y la puesta de sol. Para los judíos, la puesta de sol también marca el inicio del sabbat. En órbita, definir bien estos periodos es inviable. Una solución es referirlos a un lugar, como la plataforma de lanzamiento; o como hacen en los países nórdicos durante el sol de medianoche, definir el periodo diurno como el que va de seis de la mañana a seis de la noche del reloj. Por suerte Shukor y Al Neyadi no debieron ayunar, pues el ayuno de Ramadán no es preceptivo cuando se viaja.
La fecha de la Pascua también la marca la astronomía: el domingo de Pascua es el primer domingo tras la primera luna llena de la primavera… del hemisferio norte. Esto ya supuso un problema para los primeros colonos cristianos en territorios del hemisferio sur: ¿debían usar su primavera local o la de la madre patria? Cuánto más lo será para los colonos marcianos pues en Marte no hay una luna, sino ¡dos! La cosa se complicará aún más en la Luna porque, al ser su eje casi perpendicular a la eclíptica, no hay estaciones. Por supuesto, la solución pasará por referir el inicio de la festividad a un lugar concreto de la Tierra.
O siendo más extremos, cortar por lo sano como propuso el rabino Dovid Heber, quien simplemente dijo que «idealmente, uno no debería ir al espacio».