Además del aislamiento protector, el aumento de la capacidad sanitaria, una sociabilidad más segura y un estímulo económico orientado a la salud, tendremos que preparar nuestros corazones, nuestras manos y nuestras mentes para un esfuerzo para volver a hilar y reforzar nuestro complejo y vital tejido social.
En el caso de la pandemia de COVID-19, vuelven a estar presentes muchos factores que han marcado el recorrido de las enfermedades emergentes en los últimos cincuenta años. Un tiempo en el que el control y la prevención de todas estas patologías tendría que haber sido uno de los objetivos prioritarios de la acción sanitaria internacional.
La próxima vez podríamos enfrentarnos a un virus todavía más mortal que el SARS-CoV-2. Ahora es el momento perfecto para empezar a hacer trabajo, ahora que estamos concienciados del peligro que representa una pandemia.
Conocer los genomas de los virus y sus filogenias al detalle genómico nos permite entender el origen del brote –¿ha sido una zoonosis desde los murciélagos o hay otros huéspedes implicados? ¿Dónde se localiza geográficamente esta transición fatal?– y medir el ritmo de cambio del virus.
Las noticias falsas se han extendido al mismo ritmo que crece el número de afectados por el coronavirus 2019-nCoV detectado en Wuhan en diciembre.
La tragedia de la epidemia de ébola de 2014 en África occidental empeoró por culpa de la retórica que empleó la OMS, que mostraba al personal médico como los salvadores de una población irracional e impulsiva.
La inquietud que despiertan en la opinión pública las amenazas biológicas emergentes queda patente en la abundancia de series y películas en que la desaparición de la humanidad es el resultado de un nuevo patógeno infeccioso contra el que la ciencia no dispone de vacuna o cura alguna.