Entrevista a Jaime Güemes
«El futuro de la botánica pasa por la colaboración con la ciencia ciudadana»
Conservador del Jardín Botánico de la Universitat de València
La colaboración entre botánicos de la Universitat de València y la Universidad de Almería ha dado lugar a la descripción de un nuevo género de planta vasculares. Este descubrimiento, pero, ha sido posible gracias al hallazgo de una planta en la Sierra de Gádor hasta ahora desconocida, por parte de unos aficionados de la Asociación Naturalista Almeriense. Bautizada con el nombre de Gadoria falukei Güemes & Mota, se trata de una planta colgante pequeña, de entre 25 y 30 centímetros de longitud, que crece en las paredes de conglomerados de una de las zonas más secas de la provincia andaluza. Con flor zigomorfa y cerrada de un intenso color amarillo, la caracterizan también sus hojas relativamente grandes y opuestas, carnosas y ligeramente pegajosas. Así la describe Jaime Güemes, conservador del Jardín Botánico de la Universitat de València y protagonista valenciano del estudio de esta nueva planta. Un descubrimiento que demuestra el valor de la colaboración entre ciencia y ciudadanía.
¿La planta descubierta se corresponde con el resto de especies propias de la zona o es una rara avis?
Habitualmente, las plantas mediterráneas tienen muchas hojas, pequeñas y bastante secas, con poca cantidad de agua, pero este no es el caso. La planta encontrada tiene hojas relativamente grandes, cubiertas de un aceite y con capacidad para retener agua en su interior. De hecho, pertenece a un grupo de planta más propio del norte, está emparentada con especies de los Pirineos.
¿Cómo ha conseguido una planta tan diferente sobrevivir en el ambient de Almería?
Mientras las plantas típicas del Mediterráneo basan su estrategia adaptativa en hojas pequeñas, delgadas y secas con protección para evitar la evaporación del agua, Gadoria falukei apuesta por la acumulación de líquido. Tiene unas hojas grasas cubiertas completamente por unas glándulas que producen una sustancia aceitosa que la protege de la evaporación, sobre todo en los días más calurosos. Es una planta muy rara, muy particular, así que es bastante extraño que haya pasado desapercibida tras tantos años de exploración botánica.
Qué puede haber dificultado su hallazgo durante todo este tiempo?
Por un lado, tan solo hemos encontrado dieciséis ejemplares. Es cierto que la sierra de Gádor se ha explorado bastante desde el siglo XIX, siempre ha suscitado mucho interés botánico, pero quizás ninguna persona con visión botánica haya pasado por la zona. Eso también la vuelve un descubrimiento muy interesante i enigmático.
¿Dónde se ha encontrad0 exactamente?
Ha sido en Peña Bernal, en una pared de conglomerados situada justo encima de una cueva poco profunda. Se trata de uno de los típicos refugios de rebaño. Es por eso que tan solo hemos podido tocar un par de ejemplares, porque todo lo que podíamos haber tenido a nuestro alcance se lo ha comido el rebaño. Pensamos que esta es su principal amenaza ahora mismo, porque realiza una acción inmediata y directa sobre la población de la planta. El cambio climático puede estar disminuyendo la precipitación y subiendo la temperatura de la zona, pero todavía no sabemos cómo afectará eso a su población. Se necesita tiempo para observarlo.
«El Banco de Datos de Biodiversidad es una herramienta común en todas las autonomías a través de la cual los aficionados pueden colaborar»
La planta se ha encontrado gracias a la colaboración de unos aficionados. ¿Son comunes este tipo de descubrimientos?
Cada vez lo son más. Es cierto que cada día no ocurren estas cosas, pero lo que sí que pasa a menudo es que los aficionados vayan al campo, comuniquen sus hallazgos, observaciones, y que estas se incorporen a las bases de datos y puedan servir para conocer de manera más exacta determinados comportamientos de algunas plantas. La Comunidad Valenciana creó el Banco de Datos de Biodiversidad, una herramienta común en todas las autonomías a través de la cual los aficionados pueden colaborar. Esta manera de compartir conocimiento es muy común en la observación de aves, y siempre pasa por la validación de algún profesional. Son prácticas que consiguen fomentar la formación ciudadana, y la comunidad científica cada vez es más receptiva a este tipo de datos.
¿Qué pueden aportar las observaciones aficionadas al campo científico?
Desde el punto de vista de la conservación y evaluación de amenazas, estos datos son muy útiles para tomar medidas que reduzcan el peligro de ciertas poblaciones. Pero plantas hay muchas, y los aficionados optan por especializarse en especias concretas, así que los datos suelen ser también muy específicos.
¿La relación entre botánica i aficionados ha sido entonces enriquecedora?
Sí, pero todavía falta mucho por hacer, sobre todo en España. Aquí, el nivel de implicación de los aficionados no es el que tienen los ingleses o los franceses, donde los ciudadanos están mucho más familiarizados con su flora, que a la vez también es mucho más pobre. Gran parte del trabajo que aquí tienen que realizar los científicos, en Inglaterra y Francia está descargado sobre los aficionados. ¡Tampoco lo digo en sentido peyorativo! Los aficionados son personas que no viven de la investigación científica pero que tienen un buen conocimiento de los temas que tratan. Las personas que descubrieron la planta en Almería, por ejemplo, tenían un ojo muy intuitivo y bien adiestrado para poder identificarla como un hallazgo digno de atención.
¿Qué puede aprender la comunidad de aficionados española de la inglesa y la francesa?
Principalmente se necesitan más aficionados. Esto no lo diría de las aves, porque hay muchos y son quienes proporcionan los principales datos útiles que se consiguen para la conservación de especies. Al fin y al cabo, su trabajo es indispensable para conocer el nivel de amenaza, de reducción de poblaciones, de invasiones biológicas… datos que contribuyen a la evaluación permanente del estado de la biodiversidad. Pero por supuesto, hay cosas que los aficionados no pueden hacer sin los recursos y el conocimiento profesional.
Si el problema es el número de aficionados, ¿cómo se puede fomentar esta práctica?
Creo que el Jardín Botánico ha jugado un papel muy importante en la inspiración de aficionados por la botánica. Hay que conseguir hacer entender que las plantas no son tan complicadas como parecen a través de cursos, jornadas, visitas guiadas… encuentros que el Jardín lleva organizando desde hace mucho tiempo. También es interesante la publicación de guías divulgativas rigurosas que resulten también accesibles para el público no profesional.
«Con una buena ciudadanía formada, la botánica de campo la desarrollarán los aficionados»
¿Cómo ve el futuro de esta relación entre botánica y aficionados?
El futuro de la botánica pasa por la colaboración con la ciencia ciudadana. Con una buena ciudadanía formada, la botánica de campo la desarrollarán los aficionados. Con sus dados se podrán configurar por ejemplo mapas de distribución de plantas para valorar su estado de amenaza, encontrar lugares de interés botánico que puedan ser susceptibles de ser protegidos… El conocimiento de campo es muy importante para la prevención y conservación, pero no hay suficientes científicos para recogerlo. Es aquí donde la ciudadanía puede encontrar su papel.