El principio antrópico

Las coincidencias suelen ser sospechosas para los Carvalho, Poirot o Marlowe. Y todavía más sospechosas son las coincidencias numéricas para quienes creen lo de que “el libro de la naturaleza está escrito en lenguaje matemático”. En los años 1930 algunos cosmólogos encontraron unas coincidencias numéricas que han tenido consecuencias hasta hoy. Consideraremos una de ellas ahora. El primer número es la constante gravitacional αG, que caracteriza la intensidad de la interacción gravitatoria entre dos protones; en ciertas unidades adimensionales su valor es del orden de 10–40. El segundo número es el número de protones Np existentes en el universo visible, que se calcula multiplicando la densidad media del universo por el volumen del universo visible y dividiendo el resultado por la masa del protón. El resultado es del orden de 1080, con lo cual tenemos que Np=1/αɢ2. Utilizando otras constantes universales, pueden encontrarse coincidencias parecidas, que ponen en relación números tan colosales como éstos. Como a priori no hay ninguna razón para pensar que deberían ser del mismo orden de magnitud, podríamos pensar que se trata de una casualidad, bastante rebuscada ciertamente. Pero para Dirac esta coincidencia entre dos números adimensionales tan colosales resultaba sospechosa, y supuso que alguna relación matemática simple debía conectarlos; es decir, que, exceptuando alguna constante simple, tendrían que ser iguales. El propio Dirac extrajo una consecuencia obvia de su hipótesis: como, debido a la expansión del universo, el volumen observable varía con el tiempo, para que la supuesta igualdad sea válida se tiene que admitir que la constante de gravitación universal, la G de Newton, no es tal constante, sino que tiene que variar con el tiempo.

«Ciertos físicos asumen implícitamente que, una vez garantizada la existencia de los átomos pesados en un sistema planetario, se llegará inevitablemente a la vida. Las cosas no se ven así desde el punto de vista de los biólogos evolutivos»

A esta hipótesis se le opusieron argumentos que ahora llamamos antrópicos: cualquier cambio en las constantes universales de la naturaleza, como por ejemplo α y αɢ, tiene consecuencias importantes para la evolución del universo y, en suma, para nosotros mismos. En 1957, Dicke hizo el siguiente razonamiento. Una condición necesaria para la aparición de vida es la existencia de átomos pesados, como por ejemplo el carbono o el oxígeno, que sólo se forman en las explosiones de supernovas. Por lo tanto, no puede haber vida antes de que cometas de la secuencia principal hayan consumido su hidrógeno, por lo cual hace falta un tiempo típico del orden de 1010 años, tiempo que depende de la constante de gravitación universal. La conclusión de Dicke es que la coincidencia observada entre los números colosales es debida a que vivimos en un momento de la evolución del universo en que se han formado cometas, algunos ya han muerto (y han formado y expandido los elementos pesados) mientras que otros (en particular el Sol) todavía están en la fase del hidrógeno. A finales de los años 1960, Carter formuló de manera más sugestiva esta observación, en lo que ahora se conoce como principio antrópico débil. Según Carter tenemos que aceptar que nuestra posición en el universo tiene que ser compatible con nuestra existencia en cuanto que observadores, y, en este sentido, podemos decir que estamos en una posición privilegiada. Esta afirmación es una tautología sólo en apariencia. Con respecto a nuestra posición temporal, el principio es una transposición del argumento de Dicke: hace referencia a la edad que debe tener el universo antes de que la vida pueda aparecer. Para valorar mejor este principio, se tiene que tener en cuenta que en los años 1970 el Big Bang todavía no estaba aceptado completamente, y algunos cosmólogos defendían un universo estacionario, eternamente igual, que implicaría la presencia de vida en cualquier instante. El principio antrópico débil excluye de alguna manera este tipo de modelos de universo.

A veces, ciertos físicos asumen implícitamente que, una vez garantizada la existencia de los átomos pesados en un sistema planetario, se llegará inevitablemente a la vida. Las cosas no se ven así desde el punto de vista de los biólogos evolutivos, para los que los dos procesos esenciales son justamente la aparición de la vida y la aparición de nuestra especie. Para algunos autores preevolucionistas, y también para algunos creacionistas actuales, estos dos procesos son definitivamente improbables, desde cualquier punto de vista. Las especies debieron ser creadas por un ser inteligente, o, si queréis, por un relojero que pone en marcha el mecanismo. Pero la ciencia está al margen de este tipo de consideraciones, y la biología evolutiva razona con la metodología propia de la ciencia: como la vida existe, ha tenido que darse un conjunto de circunstancias que han permitido su aparición. En cierto modo, al menos tal y como lo acabamos de escribir, es un razonamiento parecido al principio antrópico. En cualquier caso, la pregunta interesante se puede formular así: ¿las circunstancias que han permitido los dos procesos evolutivos esenciales mencionados son tan especiales que obligan a pensar que estos son únicos e irrepetibles? Justo es decir que los químicos o biólogos que estudian el origen de la vida no parecen estar preocupados por esta pregunta, no buscan un primer principio para explicar el origen de la vida, que lo trasciende, sino que van a la búsqueda de explicaciones ad hoc para intentar entender cómo se pudo originar, recurriendo a leyes que son las propias de la física y la química, e idealmente buscan reproducirla o recrearla en el laboratorio.

«Para la mayoría de l0s biólogos evolucionistas, los fenómenos biológicos son contingentes, fortuitos, aleatorios, impredecibles»

Para la mayoría de los biólogos evolucionistas, los fenómenos biológicos son contingentes, fortuitos, aleatorios, impredecibles. Puede darse una tendencia a elegir la mejor opción entre un conjunto de fenómenos, basada en una serie de mecanismos físicos, químicos y biológicos, de manera que el producto final será aquel que resulte más apto o más eficaz, normalmente. Pero no se dice nada respecto a las causas que han permitido que los elementos de este conjunto hayan llegado a estar presentes en la forma en que están y no en otra. La cuestión es todavía más complicada, porque si los elementos considerados han aparecido fortuitamente, aquél que llegue a imponerse lo hará según ciertas características que hacen que resulto el más idóneo (pero a veces se impone de manera fortuita). El recorrido final de esta historia biológica sería una secuencia irrepetible, una suma de contingencias. Pero en la última década han aparecido visiones alternativas, procedentes en buena medida de teóricos con formación en física y de investigadores del campo de la evolución in silico, o vida artificial. Para estos científicos, la vida y sus manifestaciones fundamentales son fenómenos más repetibles de lo que la tradición investigadora del campo está dispuesta a aceptar. Se puede mantener un cierto nivel de incertidumbre respecto a los productos concretos, como por ejemplo: qué forma particular de vida, o qué forma particular de vida inteligente. Pero lo cierto es que hay una tendencia “inmanente” de la materia a complexificar-se, para actuar sobre ella misma, recursivamente. Esto podría llevarnos a asegurar que la vida en nuestro planeta no es un experimento irrepetible, como tampoco lo es la vida inteligente. No se trata de especulaciones o elucubraciones. El conocimiento de la evolución planetaria, la geología y la composición atmosférica de Marte o de ciertos satélites de Júpiter hacen factible pensar en experimentos vitales con éxito en algún momento de su historia, o incluso en este momento. Desconocemos la manera precisa como estas consideraciones pueden conectar con los valores de las constantes universales de la naturaleza para hacernos presentes en este universo. Desde la biología, la pregunta seria ¿qué percepción tendríamos del principio antrópico si se encontraran evidencias inequívocas de vida en otros lugares fuera de la Tierra?

© Mètode 2003 - 40. Disponible solo en versión digital. Lo que comemos - Invierno 2003/04

Catedrático de Genética, Universitat de València.

Profesor de Investigación del Instituto de Física Corpuscular (CSIC-Universitat de València).
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