Entrevista a Ada Yonath
«A las empresas farmacéuticas no les caigo muy bien»
Premio Nobel de Química de 2009
Para hablar de los ribosomas, Ada Yonath utiliza una metáfora habitual pero muy esclarecedora: los define como fábricas universales que producen proteínas mediante la descodificación del material genético presente en todas las células vivas. Diferentes tipos de aminoácidos llegan a la fábrica transportados en camiones con matrícula ARNt (es decir, el ARN de transferencia), de donde salen conectados a una cadena de proteínas nuevecita cuya estructura viene determinada por el ARNm o ARN mensajero. Los camiones parten de nuevo a por más aminoácidos y la maquinaria (que desarrolla una de las funciones clave para el funcionamiento de un organismo vivo) empieza de nuevo.
Fue en 1980 cuando el equipo liderado por Ada Yonath (Jerusalén, 1939) llevó a cabo el paso definitivo para descifrar la estructura del ribosoma mediante la cristalografía de rayos X. Esta técnica permite determinar la disposición de los átomos dentro de un cristal, sobre el que se irradia un haz de rayos X. A partir de la proyección del haz sobre el cristal, los cristalógrafos son capaces de llevar a cabo un mapeo tridimensional de los electrones que conforman los cristales y de aquí determinar la distribución de los átomos y sus enlaces químicos. Es decir, determinar su estructura. Llevar a cabo esta operación con los ribosomas, sin embargo, parecía casi imposible hace cuatro décadas. Muchos investigadores lo intentaron durante años sin éxito, ya que obtener cristales de ribosoma no era tarea fácil: estos se desintegraban al instante (mucho antes incluso de pasar por los rayos X). También Ada Yonath y su equipo no consiguieron más que «matar cristales» de ribosoma, en sus propias palabras, durante una buena temporada, hasta que al fin una mezcla de ideas atípicas, movimientos atrevidos y conocimiento acumulado dio resultado.
«Los ribosomas llevan a cabo una de las funciones clave de la vida y siempre he querido entender cómo lo hacen»
Hija de una familia humilde llegada en 1933 al todavía Mandato Británico de Palestina, Ada Yonath creció en Jerusalén con pocos recursos para el estudio pero una gran curiosidad por el mundo que la rodeaba. Durante su infancia, algún experimento culminó en incendio e incluso en brazo roto, pero fue en el instituto donde su inteligencia llamó la atención del director, que le ofreció no pagar matrícula a cambio de tutorizar a otros estudiantes. En la Universidad Hebrea de Jerusalén estudió química y biofísica y más tarde llevaría a cabo un doctorado en cristalografía de rayos X en el Instituto de Ciencia Weizmann, al que ha permanecido vinculada hasta la actualidad.
¿Qué la llevó a centrarse en el estudio de los ribosomas?
Los ribosomas llevan a cabo una de las funciones clave de la vida y siempre he querido entender cómo lo hacen. Y para descubrirlo, necesitaba encontrar la estructura, porque eso es la ley de la química y del mundo en general: la estructura determina la función.
Muchos científicos también estaban embarcados en esta misión para encontrar la estructura del ribosoma. ¿Algo le hacía pensar que usted iba bien encaminada?
[Riendo] No, ¡nada! No estaba nada segura. Sabía que muchos científicos más importantes, con más experiencia y más posibilidades que yo, habían fracasado. Si yo fracasaba, pues sería una más. Pero yo tenía una perspectiva nueva que me hizo intentarlo. Yo veía el problema de una forma diferente.
¿Mediante la cristalización de los ribosomas a baja temperatura?
No exactamente. La cristalización del ribosoma tiene que producirse a una temperatura en la que este pueda funcionar. Normalmente, unos 20 grados [centígrados]. Tras obtener los cristales, los tenemos que pasar por los rayos X y es entonces cuando bajamos la temperatura, para que no haya mucho movimiento.
¿Por qué es tan complicado trabajar con los cristales de ribosoma?
Todos los cristales de sistemas biológicos se deterioran [sometidos a rayos X], incluso los tejidos. Cuando vamos al hospital para que nos hagan una radiografía con rayos X, todo tiene que ir rápido para no causar daños, ¿verdad? Y los operadores de la máquina llevan protección en la cara y el cuerpo, porque los rayos X no son buenos para la vida. Yo sabía que a otros proyectos también les pasaba lo mismo, pero no hasta qué punto. Los cristales de ribosomas se deterioraban inmediatamente y, por tanto, eran difíciles de conseguir. Lo intentamos cientos de veces y fuimos a un montón de sincrotones, con cientos de cristales. Cientos de cristales que nos dijeron «¡Adiós!» con tan solo pasarlos por los rayos X.
«Queremos crear antibióticos más específicos, de uso más reducido, para que las bacterias no puedan desarrollar tan rápidamente una resistencia»
¿Cuál es el efecto de los rayos X en los cristales?
Eso me dediqué a pensar. Los rayos X cortan los enlaces entre los átomos. Así que nos quedaba, por un lado, una parte del enlace con un electrón o dos de más y, por el otro, una parte del enlace con uno o dos electrones menos. Y eso les sienta mal. Además, como ya no están conectados, se dedican a moverse aprisa y con este movimiento van provocando más cortes. Y nosotros no podemos parar este proceso, porque es parte de la física del haz de rayos X, pero sí que podemos minimizarlo reduciendo al máximo la energía. ¿Cómo? La única manera que se me ocurrió fue rebajar la temperatura. Cuando lo propuse, algunos me dijeron que ya lo habían intentado y no les había salido bien y que tampoco yo lo conseguiría, porque los cristales de materiales biológicos crecen en las soluciones en que se encuentran. Los ribosomas son un caso extremo porque prácticamente todo el ribosoma es agua: si lo congelas, el agua se convierte en hielo, y el hielo es como un cuchillo para los cristales. Así que el truco era enfriarlo sin crear hielo. En aquel momento, un profesor del Instituto Weizmann desarrolló un procedimiento para mantener localizados, todo el tiempo, los electrones de una molécula. Para conseguirlo estaban trabajando a temperaturas muy, muy bajas, entre 200 y 250 grados bajo cero, y lo lograban. Lo que no sabíamos era cómo llevar esta técnica a nuestra metodología.
¿Y cómo lo consiguieron?
Un día vino de invitado Hakon Hope, un profesor noruego que trabajaba en la Universidad de California en Davis. Solía venir a visitarnos al instituto una vez al año. Y me habló de un material con el que estaba trabajando que, nada más tocar el aire, explotaba. Y él quería saber la estructura, así que cultivó cristales en una solución de aceite y cuando fue a moverlos, quizá unos diez centímetros, volvieron a estallar. Así que lo dejó de lado para dedicarse a otras cosas, hasta que un día, un estudiante suyo que trabajaba en un taller mecánico, le habló del tipo de aceite que utilizaban para engrasar las marchas de los automóviles. Lubricante para la caja de cambios, vaya. El caso es que este material es completamente opaco al aire. Así que Hakon empezó a llamar a Repsol y a Exxon y a todas las empresas de petróleo para pedirles que le enviaran este material. Hizo crecer los cristales dentro y estos no se deshicieron. Y me lo explicó como una anécdota, pero yo supe que aquello era lo que teníamos que hacer.
¿Poner los cristales de ribosomas en aceite para la caja de cambios?
Nos costó un año hacerlo y cuando lo conseguimos, los cristales eran tan, tan finos que no podíamos ni cogerlos, era como tratar de coger una ola. Cuando lo conseguimos, fuimos al sincrotón de la Universidad de Stanford para llevar a cabo el experimento. En aquel momento tenía un acuerdo por el que me podía pasar por allí siempre que lo considerara conveniente, yo y mis cristales, y no hacía falta que diera explicaciones de lo que hacía en la visita. Una vez al año escribía un informe sobre el número de cristales que habíamos «matado» aquel año y bastaba [ríe].
«Es muy importante que los nuevos antibióticos sean biodegradables»
¿Cuánto tiempo le costó a su grupo obtener la primera imagen del ribosoma?
Empezamos un viernes a las nueve o las diez de la mañana y a medianoche lo habíamos conseguido. Estuvimos todo el día con los procedimientos y los cristales no se deshicieron después de pasar por el rayo. ¡Funcionó! Los cristales aguantaron más de un segundo y más de cinco minutos. ¡Una hora! Era la una de la madrugada de un sábado y estábamos nosotros solos, pero fue muy épico. Aún no teníamos los resultados, pero el método para mantener «vivos» los cristales quedó establecido. Y no se lo dijimos a nadie: no teníamos ni internet, ni wifi, ni llamadas telefónicas de larga distancia, porque en aquella época tenías que pasar por la operadora y ya se había ido a dormir. Pero unas horas después, empezamos a recibir llamadas telefónicas de gente de Francia, Alemania, Inglaterra y nos decían: «¿Funciona? ¡Genial!».
Todo el mundo lo sabía ya.
No sé aún cómo pasó, pensábamos que éramos los únicos allí, pero para mí fue muy emocionante ver que todo el mundo formaba parte del experimento. Y el sábado continuamos recibiendo llamadas telefónicas, también desde Estados Unidos. Un buen amigo mío me telefoneó para decirme: «Ada, encuentra a alguien más fiable que lo verifique». No se lo creía. El domingo por la tarde, saliendo del laboratorio, se me acercó un tipo corriendo y yo pensaba que era un técnico que venía a reclamarme la llave. El sincrotón trabaja con energías muy altas, así que hay mucha seguridad… La llave la tiene que llevar el responsable del grupo en el bolsillo y si la pierdes, no te dejan trabajar allí durante tres años. Así que veo al tipo venir corriendo hacia mí y yo me había dejado la llave debajo de unos libros. Entonces empecé a correr en dirección contraria. Pero no conseguí llegar a la llave, él me dijo antes: «¿Sois el grupo israelí? Vengo a daros la enhorabuena». Era el director del centro. Estaba haciendo footing y alguien le había dicho lo que habíamos conseguido. En un fin de semana, todo el mundo se enteró y todo el mundo estaba emocionado. Así que sí… [ríe] Así es como lo conseguimos.
¡Qué historia! Nos ayuda a entender la forma que tiene la ciencia de funcionar, cómo se gestan los descubrimientos…
Sí, es una buena historia. Las cosas no se suelen desarrollar solo pensando.
«La resistencia a los antibióticos es un proceso natural: a las bacterias no les gusta morir»
Si hablamos de lo que supuso este hito, pensamos en seguida en las repercusiones en los antibióticos, ya que estos luchan contra las bacterias precisamente inhibiendo los ribosomas. Pero actualmente la resistencia de las bacterias a los antibióticos representa una de las amenazas más graves para la salud global. ¿Por qué se han vuelto tan resistentes las bacterias?
La resistencia es un proceso natural: a las bacterias no les gusta morir, así que tratan de resistir. Los antibióticos también son naturales: bacterias contra bacterias, y así ha sido durante millones daños. Pero la resistencia de las bacterias empezó a ser un problema cuando las personas empezamos a utilizar antibióticos y, sobre todo, a utilizarlos excesivamente.
¿Y qué se puede hacer al respecto?
Buscar nuevos antibióticos. Eso es lo que estamos haciendo. La resistencia siempre nos la encontraremos, porque las bacterias son listas, pero nosotros tratamos de serlo un poco más. Esperamos, de alguna manera, llegar a controlarlas, hacerlas menos agresivas y menos rápidas. Queremos identificar posibles objetivos de las bacterias que estas aún no han encontrado y crear antibióticos más específicos [para cada patógeno], de uso más reducido, de manera que las bacterias no puedan desarrollar tan rápidamente esta resistencia. Esta es la manera como entiendo yo que deberían funcionar los nuevos antibióticos. Hay otras formas y quizá funcionen, pero nosotros hacemos lo que sabemos. Las grandes empresas no hacen nada de nada.
¿Por qué las grandes compañías farmacéuticas no invierten en antibióticos?
Pues porque quieren sacar beneficio. Los antibióticos cuestan mucho tiempo de hacer y después se venden solo durante tres o cuatro semanas, para infecciones o heridas. Las personas acaban el tratamiento después de estos días, así que aportan pocos beneficios. Es mucho mejor vender cosas para diabéticos o la hipertensión…
«Las bacterias son listas, pero nosotros tratamos de serlo un poco más»
Cosas que la gente toma durante mucho tiempo…
Sí, cócteles de pastillas, que pueden vender durante años y décadas, al precio que quieran. A las empresas, yo les digo que no les quedarán pacientes viejos a quien vender estos cócteles si todo el mundo muere antes a causa de infecciones para las que no tenemos antibióticos. No les caigo muy bien.
¿Y no cree que son las instituciones públicas las que tienen que representar un papel a la hora de financiar esta investigación, al margen de las grandes compañías?
Sí, está claro. Hace unos cinco años, los países de la Unión Europea y otros, como Japón o Estados Unidos, todos decidieron dedicar partidas de presupuesto a investigar antibióticos, ya que no pueden obligar a las empresas a hacerlo. Así que ahora hay más investigación. Pero las empresas privadas… [mueve la cabeza]. Algunas pequeñas hacen algo, pero no es suficiente para lo que realmente se necesita. Ya entenderán algún día que dentro de poco no habrá gente mayor como yo [ríe].
Usted también insiste siempre en la importancia de que los nuevos antibióticos sean respetuosos con el medio ambiente.
Una propiedad que tienen en común todos los antibióticos es que tienen núcleos no digeribles. Y lo que no podemos digerir va a parar al alcantarillado. Como son elementos tan pequeños, la mayoría de los sistemas de purificación no los cogen, así que acaban en el agua, que utilizamos para regar la hierba que se comen las vacas. Nosotros nos comemos el queso de estas vacas y estas piezas no digeribles vuelven a nuestro interior. Crece la contaminación y crece la resistencia de las bacterias a los antibióticos. Eso pasaría aunque se recetaran pocos antibióticos. Por tanto, es muy importante que los nuevos sean biodegradables. Pero eso tampoco les gusta a las empresas.
¿A ninguna?
No conozco ninguna que se preocupe por eso. Bien, hay una en Viena, y creo que otra en Japón y en Boston. Pero son compañías pequeñas. El beneficio es muy reducido y las grandes tienen que obtener rendimiento. Pero ya lo he dicho antes: si continúan pensando solo en términos de veinte o treinta años, más adelante tendrán menos pacientes, o ninguno. Sube la esperanza de vida… y entonces se muere gente por algo pequeño, como una herida. ¿Sabéis cómo murió Mozart? Con solo treinta y cinco años, murió de sífilis. La gente no muere de sífilis hoy en día.
¿Y ninguna empresa privada le ha ofrecido trabajo?
Sí que lo hizo Pfizer, pero con la condición de que trabajáramos «solo» para ellos, no para lo que pensamos nosotros que hay que investigar. No duró mucho la cosa. Sí que he tratado de llevar a cabo algunas colaboraciones, pero en proyectos concretos, no por dinero.
«Siempre que los periodistas me preguntan sobre el Premio Nobel, les digo: es como un castigo»
Su laboratorio también participa en el estudio del origen de la vida, con la exploración de lo que llaman «protorribosoma». ¿Nos podría explicar brevemente cuál es la teoría que proponen?
El protorribosoma es la pieza a partir de la cual se desarrolló el ribosoma. Brevemente explicado [ríe]. Es una pieza que encontramos en todos los ribosomas contemporáneos: en las bacterias, en los leones, en los elefantes… Eso quiere decir que no ha sufrido la evolución y, quizá, existía antes de que la evolución empezara. Así es como lo planteamos nosotros. Hace unos nueve años que empezamos a tratar de reconstruir algo que podría ser el protorribosoma, pero no podíamos «activarlo»… ¡Hasta hace un mes! Es la primera vez que lo digo en público. Hace un mes, nuestro protorribosoma formó un enlace peptídico. La investigadora que lo consiguió ha repetido el experimento seis veces y le ha funcionado cinco de seis. Así que aún no lo tenemos seguro al cien por cien. Pero ahora la investigadora está de baja maternal, así que nos tendremos que esperar unos meses.
La vida avanza.
[Riendo] ¡Desde luego!
La hemos leído diciendo que la única cosa que le ha reportado el Premio Nobel es gente que le pregunta por el Premio Nobel.
Siempre que los periodistas me preguntan sobre el tema, les digo: es como un castigo.
¿No le ha reportado nada positivo este galardón? ¿O negativo, quizá?
En el tema de la financiación: negativo.
¿De verdad?
De verdad. Se ve que todo el mundo piensa: «Ahora ya es famosa, no necesita nuestro dinero». El mes que recibí el premio, los Institutos Nacionales de la Salud de los Estados Unidos dejaron de financiar nuestro proyecto, después de veinticuatro años. El tema de la financiación no es nada fácil.
«A las empresas les digo que no les quedarán pacientes viejos a quien vender cócteles de pastillas si todo el mundo muere antes a causa de infecciones»
Ni tan siquiera para una premio Nobel.
Al contrario. Y por lo que respecta a los estudiantes… Hay muchos que claramente solo quieren trabajar con nosotros para decir que han podido trabajar con una premio Nobel. No se interesan demasiado por saber lo que estamos haciendo y algunos incluso nos dicen: «Haré lo que me digáis». Eso no es un estudiante, ¡eso es una persona del servicio! Eso no lo dice un buen estudiante. Pero también tengo la oportunidad de hablar con periodistas y conocer a gente muy joven… Me encanta encontrarme con la juventud. Hago lo que puedo por cambiar la forma de enseñar ciencia en las escuelas y también cómo se evalúa a los alumnos. Creo que se cometen muchos errores a este respecto. Para mí es muy positivo poder hablar con estudiantes muy, muy jovencitos… Personas que aún no se han echado a perder.
Siendo una de las pocas mujeres que ha recibido el Premio Nobel en su disciplina, es normal que sea una fuente de inspiración para científicas jóvenes. ¿Quién la inspiró a usted?
A mí me inspiró la naturaleza. La curiosidad. Sí que querría comentar que una mujer obtuvo el Premio Nobel de Química cinco años después de que empezasen a repartirlos, así que no es que ignoren a las mujeres por completo. La mujer se llamaba Marie Curie y de hecho se llevó dos. Su hija, Irène Joliot Curie, también se llevó uno. Después fue Dorothy Hodgkin…
Y con usted cuatro.
No creo que el número sea importante.
«Hago lo que puedo para cambiar la forma de enseñar ciencia en las escuelas y la forma de evaluar a los estudiantes»
Pero sí que es señal de algo.
Quizá es señal de la manera en que las mujeres ven la vida. Las científicas hacen muy buena ciencia y quizá no todas ellas quieren estar en posiciones de poder.
¿Es verdad que cuando era pequeña se rompió el brazo tratando de medir la altura del balcón de su casa?
Sí, es verdad, incluso tengo una fotografía con la escayola puesta.
Usted ha dicho muchas veces que la curiosidad es lo que tendría que impulsar la ciencia hacia adelante. ¿Qué diría a los que dicen que nos tendríamos que guiar solo por nuestras necesidades más inmediatas?
Pues que no tienen razón. Lo importante es obtener conocimiento, no tiene por qué necesariamente ser pragmático. Ya lo será, si tenemos suerte, dentro de unos doscientos años, pero no nos tendríamos que guiar por el pragmatismo.