La investigación científica es una actividad de frontera, porque su avidez escrutadora convierte en inseguro todo saber adquirido. Siempre hay más realidad que la que está dada a nuestros sentidos, hay más realidades que las que nuestros saberes dan por consagradas y, ante la mirada científica, todo se torna frontera, terra ignota, océanos de no saber.
Para habitar la frontera se requiere mente abierta, tolerancia a la incertidumbre, disposición al asombro y reconocimiento de la propia ignorancia. Pocas certezas en la mochila, puesto que en tierras movedizas se convierten más bien en obstáculos o trampas.
Ese territorio de inseguridades ofrece también una de las experiencias humanas más apasionantes y, por ello, siempre hay gentes dispuestas a atravesar la aduana. Unas exploran sistemas solares y galaxias donde al parecer hay superestrellas que devoran a sus planetas; otras se sumergen en las profundidades de la nanomateria y observan la paradoja de que un objeto pueda hallarse en dos lugares al mismo tiempo; los hay que hurgan en las neuronas buscando atisbos de la conciencia y otros que se remontan en el tiempo cósmico rastreando fósiles inmateriales del origen del universo.
De estas gentes de frontera –de las fronteras de la ciencia– trata De neuronas a galaxias ¿Es el universo un holograma?, editado ahora en castellano por Publicacions de la Universitat de València. De la mano de Adolfo Plasencia, asistimos a 39 conversaciones, algunas inéditas, como la de Frank Wilczek y las del capítulo dedicado a la COVID-19, con personas inmersas en laboratorios, en departamentos universitarios o en talleres de creación.
«La realidad es más extraña de lo que pensábamos», confiesa Ignacio Cirac desde la perspectiva de la física cuántica. Y Sara Seager, astrofísica y científica planetaria, añade que «hay planetas de toda clase de tamaños y masas». Y lo sabemos porque hemos cambiado la forma en que pensamos, trátese de la energía, la masa, el cerebro, la conciencia y la libertad, la capa de ozono y el calentamiento global, la información y la comunicación, la arquitectura, y la vida; sobre todo, la vida humana, a la que, en esta coyuntura histórica, ha puesto en jaque un virus inesperado y desconocido. Como dice Enjuanes, tenemos que ver los virus «como entidades que se están reinventando constantemente a sí mismas mediante un proceso creativo no superado por otro mecanismo en la naturaleza». Innovadores sin conciencia.
Por el libro desfilan Tim O’Reilly o Richard Stallman, Álvaro Pascual-Leone y José M. Carmena, Anne Margulies y Sara Seager, Rosalind W. Picard y Hiroshi Ishii. Y muchos nombres más. A través de las conversaciones, el libro deconstruye y reconstruye nuestra visión del mundo y de la ciencia: nadie espera ya hallar la verdad, porque todo es provisional y transitorio; ya no hay placer solitario, pues todo es trabajo colectivo, esfuerzo compartido, con instrumentos tan difíciles de imaginar como el CERN. Y cerramos esta nota con una frase de José Bernabeu: «El descubrimiento del bosón de Higgs no es el punto final de la comprensión. Al contrario, es el principio». Asombroso y extraño: solo estamos al principio.