Es curioso cómo recordamos algunos detalles irrelevantes de tiempos lejanos. Por ejemplo, recuerdo una viñeta que vi de niño en una revista. Se veía a un científico calvo, con bata y gafas, que le decía a un crío que tenía sentado a la falda: «Te voy a explicar el cuento del átomo que no tenía molécula dónde vivir.» Supongo que me impresionaría lo absurdo de todo esto, porque al cabo de tantos años aún lo recuerdo.
También me debió impactar porque en toda la infancia no recuerdo haber tropezado con ningún cuento donde hubiese átomos ni ningún otro concepto científico. La literatura infantil y la ciencia iban por caminos separados.
La infancia es un invento reciente. Hasta bien entrado el siglo xix los niños eran considerados adultos pequeños, y no había una literatura específicamente dirigida a los pequeños más allá de los manuales escolares. La introducción de la ciencia en la literatura infantil aún ha ido más a remolque. Si no estoy equivocado, el primer escrito científico dirigido a un público infantil (o, más bien, juvenil) fue la Historia química de una vela, de Michael Faraday (1861). En estas lecciones Faraday explicaba conceptos químicos dirigidos a jóvenes. Entre estas lecciones y, pongamos por caso, El libro de los por qué de Gianni Rodari (1950), hay algunos ejemplos de obras formalmente infantiles, pero realmente dirigidas a adultos, como los libros de Mr Tompkins, de George Gamow. Todos juntos solo darían para llenar un estante pequeño y aún sobraría espacio.
Más recientemente autores como Sònia Fernàndez Vidal (La puerta de los tres cerrojos) han intentado enlazar elementos de divulgación y ficción dirigidos a un público infantil o juvenil.
El resultado de estos esfuerzos, hasta allá donde lo he podido comprobar con los niños que tengo más cerca (hijos y sobrinos), es que la historia se aguanta por su mérito independientemente del contenido científico. Igual que pasa con la ficción para adultos (Lablit, en el número 9 de esta sección), los conceptos científicos introducidos como elementos de
la historia tan solo añaden valor si son indispensables para la trama. Si el lector sospecha que le están aleccionando, desconecta rápidamente.
Este es un género muy joven y creo que aún tendremos que ver una eclosión de obras y autores. Algunos elementos contemporáneos pueden influir en su desarrollo: por ejemplo, la abundancia de niños tecnológicamente hábiles pero con poca capacidad para prestar atención o para recordar lo que han leído. También los nuevos hábitos de lectura y los nuevos apoyos pueden delimitar qué temas y qué formatos son los mejores para introducir la ciencia en la literatura infantil. Sin embargo, no tengo ninguna duda de que habrá autores dispuestos a arriesgarse en este género tan endemoniadamente difícil.
Bibliografía
Faraday, M., 1861. The Chemical History of a Candle.
Fernàndez-Vidal, S., 2011. La puerta de los tres cerrojos. La Galera, Barcelona.
Gamow, G., 1965 (1993). Mr Tompkins in Paperback. Cambridge University Press, Cambridge.
Rodari, G., 1985. El libro de los por qué. La Galera. Barcelona.