En 1775, el químico sueco Torbern Bergman publicó De attractionibus electivis, una obra en latín donde definía la afinidad como la tendencia de dos elementos a disociarse en presencia de un tercero por el que uno de los dos se sintiera más atraído. En 1809, Johann W. von Goethe utilizaba el concepto químico y un título muy parecido para escribir Las afinidades electivas, una novela que ha vuelto a ser publicada en catalán, con traducción de Carlota Gurt.
La traductora explica en el epílogo «Triar, triar, triar» (‘Elegir, elegir, elegir’) que el título alemán ya presenta una dificultad de traducción, porque Verwandtschaft significa ‘afinidad’, pero también ‘parentesco’. Como comenta, ha hecho algunos malabarismos para mantener ambos sentidos en algunas frases, pero, cuando ha tenido que elegir, ha mantenido, acertadamente, como se ha hecho usualmente en otras lenguas, ‘afinidad’. Y en la elección de algún otro término también ha intentado mantener la «vinculación temática con la química de las relaciones».
Probablemente, Goethe habría aprobado la elección. Él mismo se consideraba más científico que literato y la química no estaba al margen de sus amplios intereses. En la novela, el concepto químico del título, objeto de debate a principios del siglo xix, pasa de aplicarse a las sustancias a ser una imagen de las relaciones humanas. Un matrimonio culto y acomodado, Eduard y Charlotte, acoge como invitados al capitán Otto (un amigo del marido) y a la joven Ottilie. En una lectura nocturna en voz alta, una práctica usual en esa época, se expone desde el punto de vista de la química lo que la convivencia desencadenará más tarde. Eduard y el capitán explican a Charlotte el concepto de afinidad electiva. Los casos con sustancias se ejemplifican mediante metáforas con personas. Y así el argumento de la novela sería, muy simplificadamente, una reacción de doble desplazamiento: AB + CD → AD + BC. La metáfora química ilustra la ruptura de parejas y la formación de nuevas uniones. Y no siempre, pese al título, por elección, porque, como opina Charlotte, «la oportunidad crea las relaciones» y «la elección está solo en manos del químico que pone en contacto a estos elementos».
Como explica en su interesante prólogo Simona Škrabec, las explicaciones químicas eximen de responsabilidades a los protagonistas, porque sería la tendencia natural lo que desharía parejas y formaría otras nuevas. Tal y como se separan los componentes de una sustancia, se rompe más de un matrimonio. Una institución que, para un personaje, Mittler, «es la base y la cima de toda cultura». Por su parte, el conde califica de fantasía imaginar que «las cosas mundanas, y en especial las uniones matrimoniales, son perdurables».
Aparte del simbolismo, del retrato de los personajes y del exquisito lenguaje, tan bien trasladado al catalán, una de las cosas que más puede atraer de la narración es cómo perfila las convenciones de una sociedad burguesa moralmente decadente en un entorno natural agresivo, a pesar de los esfuerzos de Eduard y de Charlotte por modelarlo. La metáfora botánica tampoco está ausente y menciones breves a las ideas de Goethe en este campo habrían redondeado esta cuidada edición.