Cuando Alfred Russel Wallace leía el tratado sobre la domesticación de plantas y animales de Charles Darwin, fue derecho al capítulo titulado «Una hipótesis provisional sobre la pangénesis». Al terminarlo, no reprimió la emoción y enseguida escribió al autor el 24 de febrero de 1868: «No puedo expresar cuánto admiro el capítulo sobre pangénesis. Para mí es un verdadero consuelo tener una explicación factible de una dificultad que siempre me ha atormentado, nunca la podré abandonar hasta encontrar una mejor, y eso será muy difícil». El mismo día, Asa Gray también se dirigía a Darwin contándole que había discutido con colegas de Harvard la pangénesis «y nos pareció a todos una hipótesis que ahora mismo es la mejor posible». A pesar de todo ese entusiasmo, la pangénesis –la enrevesada explicación de Darwin sobre la herencia, aquella «dificultad atormentadora» de Wallace–, no solo fue una «hipótesis provisional», sino también errónea. De hecho, las explicaciones sobre la herencia estuvieron durante siglos enturbiadas por una diversidad de hechos biológicos sorprendentes. Plantas y animales no parecían manifestar siempre el mismo patrón hereditario e, incluso, Gregor Mendel tuvo la suerte de llevar a cabo experimentos con guisantes antes de empeñarse con otras plantas disidentes de las leyes que él mismo había descrito. La pangénesis estaba equivocada, pero tampoco la genética mendeliana calmaría el tormento de Wallace, ni mucho menos.
Este libro de Carl Zimmer es un cántico a la falta de leyes biológicas generales, a las imperfecciones, excepciones o particularidades que hacen de la herencia, en el sentido más amplio del término –¿sería mejor decir las herencias?–, un conjunto de realidades imposible de acomodar en un simple esquema. Es también un paseo por los senderos tortuosos del pensamiento científico, sus intersecciones con la experiencia basada en el ensayo y error de los mejoradores y los avances técnicos que nos han permitido diseccionar las herencias en todas las escalas, desde los genomas hasta la transmisión cultural humana. Además, el autor se atreve con las vertientes más vidriosas de la herencia, sobre todo cuando hemos hecho un uso político –un abuso, a menudo– con extrapolaciones racistas o discriminatorias y crueles atentados a la dignidad humana. También explora las aplicaciones de las tecnologías de la manipulación genética y celular, en el tratamiento de enfermedades o nuevas estrategias de edición genómica. Por todo ello acaba hurgando en unas costuras éticas que ahora interpelan a toda la humanidad.
Zimmer es un periodista reconocido, un buen narrador de temas científicos, colaborador habitual de The New York Times y autor de varios libros, incluido un notable manual sobre evolución. Son memorables sus infografías sobre el coronavirus que nos acompañaron durante el confinamiento. Puede decirse que es un testimonio privilegiado del quehacer científico, dada su agenda de contactos y las múltiples entrevistas a científicos y las visitas a laboratorios que ha ido realizando. Quizás esta es una razón por la que el libro gravita tanto en torno a la ciencia hecha en Estados Unidos, un sesgo algo exagerado. Sin embargo, no se puede negar que el resultado es un auténtico tour de force con el concepto de herencia y todas sus aristas.
Zimmer no escribe para los especialistas: su compromiso es con un público lector que quiera aproximarse a la enmarañada historia cultural de la herencia. El recurso a la anécdota y a las vivencias personales (fruto sobre todo de su trabajo de reportero) o un discurso narrativo repleto de metáforas magistrales arman una buena estrategia –quién sabe si la única– para mantener la atención a lo largo de 776 páginas. El título, tan acertado, es ya una joya sugerente. Dividido en cinco partes y diecinueve capítulos, se narra, por ejemplo, la manía casi enfermiza por correlacionar genes y caracteres muy complejos, como la inteligencia; el barajado de los cromosomas, el mestizaje, los mosaicos y las quimeras celulares; las herencias paralelas con nuestros microorganismos acompañantes; las intervenciones humanas en los procesos reproductivos de plantas y animales, hasta los memes y la herencia cultural acumulativa propia de nuestra especie. El volumen se complementa con un glosario y una bibliografía muy generosa citada en notas a pie de página y que ayuda a localizar fuentes primarias y textos de ampliación –vengo de comprarme tres libros mencionados por Zimmer. La traducción al castellano de Patricia Teixidor es de buen leer, aunque siempre acaban colándose los falsos amigos que traicionan incluso al más competente de los profesionales: algún billón que debería ser mil millones o un ecólogo transmutado en ecologista.
Darwin confiaba en la pericia experimental de George Romanes para transformar la «nada etérea» de la pangénesis en una «teoría sustancial». No solo no fue así, sino que hoy nos enfrentamos a una diversidad de herencias poliédricas, más complejas y entrelazadas de lo que nunca nadie pudo imaginar. Con todas las limitaciones que le quiera encontrar, si le apetece descubrir una realidad biológica muy intrincada y rica, vale la pena la inversión de tiempo y el esfuerzo de leer esta obra, un baño de realismo biológico que desborda todas las visiones simplistas de herencia presentes en los libros de texto o en las revistas del corazón –sí, porque un «vientre de alquiler» es mucho más que un mero receptáculo para el feto. Le sorprenderá tanta complejidad y se sentirá afortunado de haber llegado hasta aquí con tantas cosas que podrían haber ido mal. ¡Disfrute por muchos años de sus herencias!