El camino abierto para la igualdad de género en la investigación
Cuando las científicas cuestionan el estado de la ciencia y las instituciones incorporan la crítica
Si la presencia de mujeres en la ciencia en los inicios del siglo xx era solo testimonial, en la actualidad se ha logrado una notable incorporación de las mujeres al sistema de ciencia y educación. Según el informe She Figures 2015 (Comisión Europea [CE], 2016b, p. 5-6), las mujeres son el 47 % de las personas que obtienen un doctorado en la UE, aunque solo ocupan el 33 % de los puestos de investigación y el 21 % de los puestos más altos en la carrera investigadora. El lento pero importante incremento de mujeres en los diferentes ámbitos de la ciencia en este comienzo del siglo xxi, como acabamos de señalar, y el valor que la ciencia va cobrando en las sociedades y economías de nuestros días (CE, 2016a) abren el camino de lo que María Ángeles Durán considera que será la ciencia del futuro:
Si la ciencia no se ha construido por sí misma, sino desde los grupos humanos que le dan su base física y su organización, por esa misma mediación social puede pensarse como un proyecto de libertad, como un nuevo llamamiento sin prohibiciones ni excluidos. Por ello, y como uno de los grupos históricamente excluidos de la ciencia, las mujeres de hoy deben enfrentarse con la ciencia que fue para hacer suya la ciencia que puede ser, la ciencia que debe ser, la ciencia que utópicamente será en el futuro. (Durán, 1981, p. 9)
Efectivamente, la ciencia del futuro puede que esté empezando a construirse hoy en día y en este artículo vamos a plantear dos de los pilares que la mueven en una dirección de progreso. En la primera parte mostraremos cómo poco a poco la crítica feminista y de otros ámbitos a la ciencia positivista y androcéntrica ha ido cambiando tanto la visión del objeto como del sujeto de la ciencia y, por ende, la aproximación epistemológica. En una segunda parte veremos cómo la institucionalización de la igualdad de género en las políticas científicas europeas recoge esas transformaciones y, por último, se dará cuenta de las resistencias a estos cambios que aparecen desde dentro del propio sistema de ciencia y tecnología.
Hacia una nueva práctica científica
Al analizar las interacciones entre ciencia y género «nos damos cuenta de que no es posible indagar en el papel de las mujeres en la ciencia sin revisar las bases y el concepto de la ciencia misma» (Barral, Magallón, Miqueo y Sánchez, 1999, p. 7). Esta ciencia que estamos empezando a construir al aplicar la perspectiva de género o perspectiva emanada de la teoría feminista se apoya en la crítica a la ciencia moderna planteada en los años setenta del siglo pasado desde diversas fuentes, pero especialmente en La estructura de las revoluciones científicas de Thomas Kuhn (1962/2013). Esta obra incorpora la dimensión social e histórica de la ciencia y cambia el sujeto de conocimiento, pasando del investigador individual a las comunidades científicas. Para Kuhn, la formación de los científicos (sic) es un proceso de socialización en el que se aprende a trabajar, a hacer ciencia dentro del paradigma científico dominante, el cual determina qué preguntas y qué métodos son los válidos.
«En términos generales, a las mujeres se las mantuvo fuera del quehacer científico como sujetos productores de conocimiento»
Ni el proceso anterior, el del investigador científico aislado, ni el nuevo proceso de comunidad científica incorporaron de forma espontánea a las mujeres. En términos generales, a las mujeres se las mantuvo fuera del quehacer científico como sujetos productores de conocimiento. Y aunque poco a poco los efectos de la educación universal y mixta han ido favoreciendo el aumento lento pero progresivo de las mujeres científicas, estas se han hecho científicas dentro del mismo paradigma dominante que sus compañeros varones
–por seguir con la terminología de Kuhn. El paradigma dominante sustentado en un modelo científico androcéntrico (hecho por varones y con los varones como modelo de ser humano) seguía siendo el que de forma bastante excluyente les dictaba qué métodos y qué modelos teóricos eran los válidos, por lo que la inclusión real de las mujeres a la ciencia exige más que su incorporación numérica.
En las últimas décadas del siglo xx se dio la confluencia de tres factores que han contribuido a que la ciencia del futuro pueda acercarse a esa que María Ángeles Durán, en la cita con la que iniciamos este texto, califica de «utópica». Nos referimos a la combinación de las teorías críticas del paradigma científico positivista (las obras de autores como Karl Popper, Inre Lakatos, Paul Feyerabend, Edgar Morin o Jürgen Habermas), al notable desarrollo de la teoría feminista (Fausto-Sterling, 2000; Haraway, 1991; Harding, 1991 y 1986/1996; Keller, 2002; Longino, 1993) y al incremento del número de mujeres en el ámbito científico (CE, 2016b).
Las críticas realizadas inicialmente por la filosofía de la ciencia, seguidas de enfoques más recientes como la teoría de sistemas complejos de Morin, no solo transforman al sujeto que conoce, sino a la construcción del objeto científico y a sus interconexiones mutuas. En este contexto, las científicas feministas entienden que las mujeres como sujetos de la producción de conocimiento añaden, potencialmente, una nueva perspectiva al quehacer científico. De esta perspectiva se deriva un cambio metodológico que favorece la emergencia de elementos no visibles desde perspectivas excluyentes.
«Esta nueva perspectiva lleva a una crítica de la visión androcéntrica existente en la mayoría de las disciplinas científicas»
Esta nueva perspectiva lleva a una crítica de la visión androcéntrica existente en la mayoría de las disciplinas científicas. Así, por ejemplo, en primatología, el enfoque de las investigadoras supuso la puesta en cuestión, la refutación incluso, de categorías y teorías dominantes en la disciplina (Sánchez, 1993; Pérez Sedeño y Canales Serrano, 2013). Dejar de observar únicamente a los machos de los primates trajo consigo la demolición de supuestos sin comprobar, como por ejemplo la pasividad sexual de las hembras primates. El nuevo enfoque no solo amplió y refinó el conocimiento sobre los primates, sino que introdujo una nueva forma de conocer, una nueva epistemología. Esta nueva epistemología incluye lo que Donna Haraway (1991) define como «conocimiento situado». Haraway sostiene que no es solo el marco teórico el que educa la mirada, sino la posición social desde la que se enuncia, ya que ningún saber está desligado de su contexto ni es independiente de la subjetividad de quien conoce. Sabemos que la ciencia ha estado fundamentalmente en manos (o intelectos) de varones blancos occidentales y de clases medias o altas. Las experiencias vividas por las mujeres (su falta de poder en el mundo y en el aparataje científico) pueden afectar, y de hecho lo hacen, sus hallazgos científicos. Como indican los biólogos Maturana y Varela en su libro El árbol del conocimiento (2007), «todo lo dicho es dicho por alguien» y ese alguien está en una trama de relaciones sociales que condiciona lo que mira, lo que ve o lo que dice, aunque aplique de manera rigurosa los métodos científicos.
Las innovaciones que las científicas (y los científicos) pueden hacer en un determinado campo, a menudo, se quedan en ampliaciones aisladas del conocimiento, pero a veces se alcanza una masa crítica de mujeres científicas trabajando en una misma área, de tal manera que se produce una sinergia entre sus conocimientos y se generan emergencias epistemológicas que llegan a cambiar el paradigma dominante del campo de que trate. Este fenómeno es estándar en el avance del conocimiento científico (lo hagan mujeres u hombres), pero lo que nos interesa señalar aquí es que en ocasiones, cuando son las mujeres quienes llevan a cabo la investigación, los avances se dan incluyendo experiencias, relaciones y efectos que previamente habían quedado invisibilizados, como en el antemencionado ejemplo de las primatólogas.
El feminismo en las políticas científicas europeas
En un entorno económico cada vez más dependiente del conocimiento científico-tecnológico, la crítica feminista a las limitaciones de la ciencia convencional junto con la mayor presencia de científicas han generado la aparición de propuestas institucionales para la inclusión de las mujeres y la perspectiva de género en la ciencia de forma central y transversal. En Europa, el sexto y séptimo Programas Marco y, especialmente, el octavo, conocido como Horizonte 2020, están siendo los vehículos políticos en la misión de incorporar las mujeres a la ciencia como científicas, gestoras, tomadoras de decisión y objeto de estudio.
Si bien, a día de hoy, el objetivo de la Unión Europea de una mayor igualdad de género en la ciencia sigue siendo una promesa (CE, 2016b), la dirección en este sentido es firme. En 2011, después de varias iniciativas que venían implantándose desde inicios del milenio, la Comisión Europea (Schiebinger, 2013) se unió al proyecto de la Universidad de Stanford liderado por Londa Schiebinger desde 2009, Gendered Innovations.
En 2012, la promoción de la igualdad y la transversalidad de género en la investigación se establece como una de las cinco prioridades del Espacio Europeo de Investigación (ERA por sus siglas en inglés). Y, en 2014, el Grupo de Helsinki sobre Mujeres y Ciencia (Lipinsky, 2014) en un estudio de 31 países destaca algunos logros en las políticas de género en la investigación pública europea, pero reconoce que el ritmo del cambio es muy lento.
Sobre estas experiencias y aportaciones teóricas y en el marco del lanzamiento del Programa Horizonte 2020, la Comisión Europea desarrolla las líneas de igualdad de género en la ciencia y establece la necesidad de alcanzar: a) la igualdad de género en los equipos de investigación; b) la igualdad de género en la toma de decisiones; c) la integración del análisis del sexo/género en el contenido de la investigación e innovación; y d) la igualdad de género en la monitorización y evaluación.
«No es suficiente la simple incorporación de mujeres al ámbito científico, cuando se hace únicamente para cubrir requisitos formales»
Un cambio real en la posición de las mujeres como sujeto y objeto de la ciencia en Europa precisa de modificaciones en los cuatro objetivos mencionados, aunque sus ritmos sean diferentes. Así, por ejemplo, no es suficiente la simple incorporación de mujeres al ámbito científico, cuando se hace únicamente para cubrir requisitos formales. Ni siquiera su incorporación a los niveles de toma de decisión, ya que puede haber directoras científicas que reproduzcan y perpetúen los roles sexistas. Y también cabe que se introduzca el análisis de sexo/género de una forma meramente cosmética. Esto es, cuando se incorpora la variable sexo a los análisis, pero no se introduce la perspectiva de género. Así y todo, aunque los cambios sean solo cuantitativos o cosméticos, comienzan a producir grietas en la práctica científica.
De los cuatro objetivos mencionados, el más novedoso y probablemente más difícil de implantar es el de la inclusión del análisis de sexo/género en la ciencia. Londa Schiebinger (2013) define el análisis sexo/género explicando que el sexo es una importante variable cuando se establecen prioridades en la investigación, cuando se desarrollan hipótesis y cuando se formulan los diseños de los estudios. Y el género cobra relevancia cuando las actitudes culturales son importantes en un proyecto al menos en tres casos: cuando los prejuicios de las personas investigadoras afectan a la propuesta de investigación, cuando parten de ideas preconcebidas sobre las necesidades o conductas de las personas incluidas en un estudio y por las relaciones de género entre quienes investigan/innovan y las personas que van a usar esas innovaciones.
«La resolución enuncia que si no hay igualdad, además de no asegurar un derecho fundamental, se produce un aprovechamiento insuficiente del capital humano»
A los esfuerzos de la Comisión Europea con H2020 se ha unido el Parlamento Europeo; así, el 9 de septiembre de 2015, aprobó la Resolución sobre las carreras profesionales de las mujeres en los ámbitos científico y académico y los techos de cristal existentes. En sus considerandos, la resolución enuncia que si no hay igualdad, además de no asegurar un derecho fundamental, se produce un aprovechamiento insuficiente del capital humano, se pierden potenciales ventajas para los negocios vinculados a la investigación y la innovación y para el desarrollo económico general. Entre otros muchos considerandos, también sostiene que «los motivos de esta situación son numerosos y complejos, y que comprenden desde estereotipos negativos y prejuicios hasta sesgos conscientes e inconscientes».
Entre las medidas generales, la resolución propone que todas las estadísticas sean desagregadas por sexo en toda la actividad académica y científica; la búsqueda del equilibrio de género en las asociaciones profesionales y la rotación de las posiciones; la supervisión de los procedimientos de selección: entrada, promoción, concesión de períodos sabáticos, financiación de proyectos, becas, etc., así como impulsar el reclutamiento proactivo de mujeres. Otra medida es proporcionar manuales y cursos de formación sobre transversalización de género para las personas integrantes de los tribunales de selección, así como una sistemática rendición de cuentas de los avances en materia de igualdad. La importancia de estas recomendaciones radica en que una vez aprobadas se convierten en argumentos legales para influir en diferentes niveles políticos, desde los gobiernos universitarios hasta los gobiernos estatales.
Resistencias a la perspectiva de género en la ciencia
A pesar de las propuestas de alcanzar la igualdad de género (numérica y en los contenidos de la investigación) existentes en los Programas Marco europeos y la Ley de la Ciencia española (Ley 14/2011, de 1 de junio, de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación) y Ley (modificada) de Universidades (Ley 4/2007, de 12 de abril, de Universidades), buena parte de las y los investigadores siguen viendo natural la escasa presencia de mujeres en los equipos de investigación y en las tareas de liderazgo de los mismos. Efectivamente, eso es lo que comprobamos en las jornadas sobre la inclusión de la igualdad en la investigación científica que realizó el equipo firmante de este artículo en la Universitat de València. Este trabajo realizado a lo largo del curso 2014-2015, en colaboración con la Unidad de Igualdad de dicha universidad, consistió principalmente en la realización de cuatro talleres (uno por campus/áreas de conocimiento) sobre la integración del análisis de género a la investigación (IAGI). El objetivo era doble, informar al personal investigador (investigadores e investigadoras principales y miembros de los equipos de investigación de todas las categorías profesionales) de las demandas del programa europeo Horizonte 2020 y recoger información escrita (mediante cuestionarios autoadministrados) y oral (trabajo en equipo dinamizado por una de las coautoras) sobre la percepción de la igualdad de género o su ausencia en los proyectos y equipos de investigación. Los resultados del análisis del material recogido indican que la presencia de discursos legitimadores y naturalizadores de la falta de mujeres en los equipos de investigación es dominante. Se sustenta en frases como «no existen mujeres formadas en el campo específico de mi investigación» o «en mi experiencia, las científicas no estuvieron disponibles ni dispuestas a incorporarse al equipo de investigación», «no resulta lógico tener que hacer un esfuerzo suplementario para lograr equidad en la composición del equipo», «yo selecciono en función del mérito y la capacidad, el sexo es para mí irrelevante», «yo no discrimino, estaría encantado de que existieran científicas en el equipo, pero no se ha dado así». Aun aceptando que la rutina en la creación de equipos deje fuera, con mucha frecuencia, a mujeres tan o más valiosas que hombres a los que se invita y que esa rutina dificulte que algunas mujeres encuentren apoyos para formar y dirigir sus propios equipos, frases como las mencionadas indican que las personas investigadoras que las emiten están lejos de comprender el valor añadido que pueden suponer las mujeres en los equipos o al mando de los mismos. También encontramos grupos de investigación integrados por mujeres en exclusiva, ya que la autosegregación constituye una estrategia para hacer frente a las dificultades que se producen en los equipos mixtos, sobre todo en las áreas del conocimiento muy masculinizadas.
«Detrás de ciertas covariancias entre los atributos de las personas y el espacio social que ocupan se esconden discriminaciones de género»
En nuestra investigación, además de la presencia y ausencia de mujeres, nos interesamos en conocer cuál era la posición que las científicas ocupaban en los equipos de investigación. Las explicaciones van desde que si las mujeres ocupan posiciones subalternas lo hacen porque son más jóvenes o porque su disciplina de procedencia no es la central en el equipo o por motivos de formación (teórica/ práctica). Al encontrar correlación entre el sexo y estas otras variables, tendemos a pensar, con Londa Schiebinger y Martina Schraudner (2011), que detrás de ciertas covariancias entre los atributos de las personas y el espacio social que ocupan se esconden discriminaciones de género. El concepto de covariancia permite identificar la presencia de justificaciones de la desigualdad de género que se derivan del hecho de que ciertas variables aparentemente explicativas se presenten junto a la de sexo. Puede que entre en juego lo que Michel Foucault llamaría la microfísica del poder, ya que se instauran filtros invisibles, discriminaciones, para que unos ocupen ciertos espacios y no otras.
Estas resistencias en las prácticas académicas frente a políticas públicas más avanzadas nos preocupan, porque las políticas públicas, como sabemos, constituyen sistemas inestables. Ilya Prigogine, con su teoría del caos, nos ha enseñado que sobre los sistemas inestables no cabe el determinismo, por ello no podemos predecir por dónde va a ir la igualdad de género en la ciencia. Pero estos sistemas son sensibles a sus condiciones iniciales, por lo cual pueden explicarse estadísticamente, en términos de probabilidad. Extrapolando este principio de incertidumbre a las políticas de igualdad en Europa, podemos pensar que las condiciones iniciales, situándolas en 2016, ofrecen muchas probabilidades para que el avance hacia la igualdad de género en la ciencia progrese de forma más rápida que hasta ahora. Las instituciones (la Comisión, el Consejo y el Parlamento europeos y las leyes españolas) han allanado el camino para desarrollar la igualdad en la ciencia. ¿Estaremos las científicas y los científicos a la altura de esta empresa?
Referencias
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