El sexo está desaprovechado

El sexo está desaprovechado

Con la afirmación del título, no me refiero a la parte práctica y lujuriosa, que también. Si algo constaté escribiendo S=EX2: La ciencia del sexo –del que acaba de salir una edición reducida y actualizada–, es que solemos conformar nuestra sexualidad a partir de información muy pobre y sesgada (experiencias personales, cotilleos, pornografía…), y que tenemos una visión muy cerrada y miedosa hacia la exploración sexual. Parece que nos dé vergüenza pedir o probar cosas que nos atraen, pero no sabemos si son «normales», como si eso importara. Le damos demasiada trascendencia al sexo: nos cuesta soltarnos y por eso no aprovechamos todo su potencial como fuente de unión entre personas, de placer físico y espiritual, y en general, de bienestar personal.

Pero casi me interesa más lo desaprovechado que está el sexo a nivel intelectual. Suele estar rodeado de tantos tabúes, chistecitos, morbo y casuística, que cuesta analizar el comportamiento sexual humano desde una perspectiva seria y rigurosa. Es lo que yo intento desde una visión científica, pues me parece un tema académicamente apasionante, con claves para entender la naturaleza humana.

Uno de los ejemplos que más me intriga es cómo un cerebro puede pasar en escasos diez segundos de un estado de excitación máxima preorgásmica a la calma absoluta, e incluso somnolencia, del período refractario. Hay situaciones cotidianas que nos hacen pasar de la calma a la sorpresa o al susto, pero a la inversa no es tan común. De hecho, tranquilizarse no es fácil. En cambio, a nivel experimental una simple masturbación puede inducir de manera controlada esa transición, que sin duda sería interesante y original de investigar. Sin embargo, los científicos no se atreven a hacerlo, o ni se les ocurre.

En El cazador de cerebros entrevisté al gran neurocientífico António Damásio, quien habla constantemente de la distinción entre emociones y sentimientos, y del enorme vínculo que hay entre el cuerpo y la mente. Para él, las emociones nacen de estados físicos corporales que el cerebro percibe e interpreta, a partir de los cuales crea un sentimiento y genera cognición. No tiemblas porque tengas miedo, sino que tienes miedo porque tiemblas. En medio de la entrevista le hablé del deseo espontáneo y la excitación sexual como ejemplos clarísimos de su teoría: el deseo reactivo se produce como respuesta a un estímulo externo, pero muchas otras veces nuestro cuerpo experimenta cambios internos inconscientes que nos excitan físicamente, y que nuestro cerebro interpreta como deseo sexual espontáneo. Incluso en prácticas BDSM podemos ver que una sensación corporal dolorosa puede interpretarse como placentera o desagradable en función de nuestra consciencia del momento. Para mi decepción, Damásio me miró con la expresión circunspecta de no haber pensado nunca en ello. Pero, para mí, la cosa se pone aún más interesante: está demostrado que la excitación sexual aumenta el umbral de dolor, pero ¿mediante qué mecanismo? No es una reacción anestésica, porque en realidad estamos hipersensibles; a pesar de ello, el dolor nos duele menos. ¿Por qué? ¿Es un tema del sistema nervioso o de la activación de algún área cerebral? Averiguarlo podría ser interesante para comprender la fisiología del dolor, incluso explorar maneras de atenuarlo. ¿Por qué no se estudia más?

Y, ¿por qué habiendo temas de tanto calado social, como por ejemplo la prostitución, no hay sociólogos investigándola más a fondo, y psicólogos estudiando cuáles son las verdaderas motivaciones de los clientes? (Bueno, sí que hay algún estudio –del 2021– explorando dichas motivaciones, que van mucho más allá de la búsqueda de placer y saciedad. Los cito en la revisión de S=EX2).

No pararía de dar ejemplos, pero es que es realmente difícil encontrar actividades que estén tan condicionadas por el deseo de origen físico y psicológico y tanta inhibición psicológica y cultural. El modelo de control dual creado por la sexología es un marco ideal para analizar el comportamiento, el autocontrol y la naturaleza humana desde un paradigma biopsicosociológico interesantísimo. En el libro hablo también del erobotics o sexo con agentes artificiales, que incluye realidad virtual y robótica con inteligencia artificial. En esta línea, un estudio reciente preguntaba a voluntarios si tendrían sexo con muñecas de silicona hiperrealistas, a lo que un porcentaje muy amplio respondió un no convencidísimo. Después de estimularlos con imágenes eróticas, les volvieron a preguntar y muchos cambiaron su respuesta. Para analizar la toma de decisiones en estados emocionales intensos, todo esto es interesantísimo.

Y qué lástima que un asunto como la identidad de género se haya polarizado tanto que no haya manera de hablarlo de manera sosegada e intelectualmente curiosa. Sexo no es lo mismo que género: en los animales superiores existen machos y hembras con el objetivo fundamental de reproducirse, pero la sofisticación cultural de los humanos ha construido ciertos comportamientos, vestimentas y roles de género masculino y femenino que poco tienen que ver con la biología. Estas marcas culturales de género pueden coincidir más o menos con los cromosomas y genitales con los que alguien nazca. En algunas personas trans, el desajuste aparece desde la infancia de manera marcadísima e inamovible, posiblemente por alteraciones durante la formación del cerebro en el desarrollo embrionario, y otras prefieren identificarse con géneros más fluidos por motivos políticos o sociales. Es una distinción imprescindible en cualquier debate, o aproximación médica, que no suele establecerse.

Cambiando de tema: hay investigadores intentando crear una escala para clasificar la intensidad de los orgasmos –el orgasmómetro, lo llaman–, porque recientemente se ha constatado que no todos sentimos el mismo placer en el momento del clímax. Hay personas en las que el subidón es intensísimo, y otras que sufren anhedonia sexual: notan saciedad, pero no un pico de placer. Esto es muy relevante, porque vemos que hay una escala de grises entre individuos. Hasta hace poco, cuando una mujer le confesaba a la sexóloga que no sabía si había tenido alguna vez un orgasmo, la respuesta solía ser: «No lo has tenido, porque lo hubieras notado», y le recomendaba ejercicios y juguetes para excitarse mental y genitalmente. Pero ahora vemos que podría haber personas con anhedonia sexual que llegan al orgasmo y no lo sienten.

Podría seguir explicando cómo la posición del clítoris condiciona el tipo de orgasmos, citar estudios sobre sexsomnia o reflexionar sobre el potencial del porno para investigar las neuronas espejo en el laboratorio. De verdad, el estudio del sexo es mucho más amplio e interesante de lo que imaginamos, tanto desde la parte endocrina y fisiológica, desde la psicológica y la sociológica y, cómo no, desde la antropológica e histórica, en las que reconozco haber profundizado menos. Todas se mezclan en este paradigma biopsicosociológico multidisciplinario que representa la sexología. Si le sumamos el conocimiento basado en la experiencia de miembros de diferentes subculturas sexuales como el tantra, el BDSM o las relaciones no monógamas consensuadas, la riqueza intelectual es tan abrumadora que en algunos momentos he dudado de si el sexo es más gozoso de estudiar que de practicar.

© Mètode 2023 - 118. Parientes primates - Volumen 3 (2023)

Escritor y divulgador científico, Madrid. Presentador de El cazador de cerebros (La 2).