Vaig voler convertir-me en la millor
sense vent ni torrent que m’aturara
però aleshores s’inundava tot,
els estels transformats en pols.
(«Fènix» – Álbum Fallanca; Aina Palmer)
La cultura meritocrática asocia el éxito profesional con el desarrollo de unos méritos, cualidades y capacidades laborales excelentes. Sin embargo, autores como el filósofo estadounidense Michael J. Sandel o el sociólogo y ensayista gerundense César Rendueles advierten que este sistema meritocrático, más que abrir una vía de movilidad social, en realidad justifica desigualdades y apuntala privilegios económicos y sociales.
Esta advertencia quedaba contenida ya en el mismo momento en que el sociólogo británico Michael Young acuñó el término meritocracia. En su libro El triunfo de la meritocracia, publicado en 1958, Young «predijo la soberbia y el resentimiento a los que la meritocracia da lugar». Esto lo explica Sandel en su famoso libro La tiranía del mérito. ¿Qué ha sido del bien común? (Penguin Random House, 2020) donde también afirma que «Young no creía que la meritocracia fuese un ideal al que aspirar, sino una fórmula de discordia social garantizada».
La cultura meritocrática en el contexto de la producción de ciencia e investigación se alía fuertemente con la versión empresarial de la innovación y el emprendimiento. Una cultura que aboga por un esfuerzo y excelencia creativa que no atiende a límites. La pregonada ausencia de límites como motor creativo descarta sistemáticamente todas las importantes desigualdades sociales y la explotación que configuran nuestros entornos laborales. Dos mecanismos que de facto impiden y bloquean esa movilidad social anunciada por la meritocracia.
El éxito meritocrático y la ausencia de límites físicos y creativos como motor innovativo pueden desencadenar una suerte de crisis personal múltiple, hoy expresada como deterioro de la salud mental pública. Una crisis social que ha sido ampliamente abordada en libros como Malestamos. Cuando estar mal es un problema colectivo (Capitan Swing, 2022), escrito por la psiquiatra Marta Carmona junto al secretario de Estado de Sanidad y médico de familia Javier Padilla Bernáldez.
Para poder ofrecer resistencia a esta ideología y cultura meritocrática, hemos de construir una lectura alternativa de las experiencias del éxito y del fracaso. En el libro Failurist. When things go arwy (Institute of Network Cultures, 2023), Nanna Verhoeff e Iris Van Der Tuin proponen «dejar atrás el binarismo entre vida exitosa y vida fracasada, un binarismo que las sociedades capitalistas heteronormativas quieren que utilicemos como vara de medir a la hora de evaluar nuestras vidas y las de los demás». En la introducción al mismo libro, Sybille Lammes, Kat Jungnickel, Larissa Hjorth y Jen Rae presentan una idea de fracaso que «no es lo contrario del éxito, sino, más bien, una forma de estar en el mundo que reconoce las desigualdades, las contingencias, las subjetividades y la colaboración con y en el contexto».
Más allá de asociar éxito y fracaso con la excelencia o la precariedad –ambas situaciones derivadas o penalizadas por la inestabilidad de las vidas-trabajo–, la propuesta por habitar el fallo y el fracaso fuera de la cultura meritocrática reconoce la incertidumbre que reside en la complejidad del día a día.
Retos tan importantes como la grave crisis ecosocial, la actual transformación tecnológica de los entornos laborales o la respuesta a posibles futuras pandemias, entre otros, necesitan aplicar una aproximación y metodología de investigación interdisciplinar. Esta aproximación holística entre distintas disciplinas científicas, tecnológicas, sociales, artísticas y humanas, y entre los contextos de investigación, de producción y de soberanía democrática, no puede basarse únicamente en la experiencia del éxito y la excelencia. El mismo acto de la interacción interdisciplinar necesita procesos de traducción de métodos y vocabularios, frecuentados por experiencias de frustración y una constante adaptación de los equipos de trabajo. Dejando aparte el conocido privilegio al fracaso-sin-riesgo de la élite meritocrática, la experiencia cotidiana y habitual del fallo en estos contextos interdisciplinares aparece como recurso positivo para abordar la complejidad y la incertidumbre de nuestro futuro común.
Un ejemplo de estas prácticas en el contexto de la investigación científica y académica es la revista neerlandesa Journal of Trial & Error (JOTE). Una revista independiente, de acceso abierto tipo diamante, cuyo objetivo principal es, precisamente, redefinir el fracaso y el fallo en la investigación. La revista pretende analizar en detalle «qué es lo que fue mal» en proyectos, experimentos y análisis abordados desde las ciencias naturales y experimentales, las humanidades y las ciencias sociales. Como explican Nanna Verhoeff e Iris Van Der Tuin, la revista ofrece trabajos con valor por sí mismos como ejemplos de investigaciones preliminares y testeo de hipótesis. Además, este tipo de trabajo ayuda a visibilizar la investigación como una práctica no-lineal en su desarrollo, que, a su vez, permite detectar sesgos y tendencias que afectan a la propia gestión y administración de los proyectos de investigación. Como explica Teresa Samper, investigadora y socióloga de la Universitat de València, esta revista ofrece un ejemplo de actividad que permite recuperar la honestidad metodológica en la ciencia y la investigación.
Otra de las actividades que en Failurist. When things go arwy aparece como ejemplo para habitar el fracaso en el día a día de la investigación es la organización de talleres sobre escritura de artículos. En algunos centros de investigación y departamentos universitarios se invita al personal de investigación a que comenten y compartan los problemas que están sufriendo en la redacción de sus últimos artículos y textos. No se trata de talleres que ofrecen una instrucción sobre cómo escribir un texto o un artículo de impacto. En este tipo de actividad, el personal de investigación se reúne para abordar bloqueos metodológicos, creativos o narrativos particulares. Supone, por tanto, una experiencia de resolución colectiva que permite, por un lado, hacer frente y visibilizar dichos bloqueos y fracasos como, por otro, construir una comunidad más permeable, cohesionada y participativa.
En otra dirección, algunos gobiernos han empezado a probar alternativas en la asignación de los fondos para dotar de recursos los distintos proyectos de investigación. La Fundación Nacional de la Ciencia de Suiza (SNSF), en el año 2020, inició un proceso de asignación aleatoria como criterio para resolver los desempates de puntuación en la concesión de subvenciones. Este tipo de proceso aleatorio serviría para eliminar los posibles sesgos humanos en el momento de revisar y calificar los proyectos. La selección por azar puede ayudar a combatir cierta idea del mérito como dato puramente objetivo y fiable, ya que permitiría visibilizar la influencia que tiene la suerte en muchos de los procesos de selección. Sin embargo, el uso de esta técnica de desempate solo compromete una cantidad residual de proyectos, aquellos que han sido evaluados con la misma nota, por lo que no presenta una transformación esencial del sistema meritocrático hegemónico, donde la competición credencialista por los recursos sigue siendo el elemento central de selección.
Finalmente, otra de las experiencias que puede estar alineada con habitar el fallo y el fracaso en investigación es la acción de mostrar, lo que se ha llamado, el currículum oculto (CV of Failure/Shadow-CV). Esta actividad consiste en listar públicamente todas las convocatorias de proyectos o concursos competitivos de ayudas a la investigación a las que se ha presentado un investigador/a, pero que, finalmente, no acabó por ser seleccionado/a. La acción, en un principio, suele considerarse como una actividad de honestidad que pretende visibilizar lo difícil y poco frecuente que es que una persona resulte seleccionada en este tipo de convocatorias ultra competitivas. Los procesos de evaluación quedan determinados por una cantidad de factores tan grande y variable, con requisitos que van cambiando año a año, que al necesario valor del mérito se le añade el efecto de la suerte para explicar la concesión final. Compartir el currículum oculto permite visibilizar el efecto de esta aleatoriedad y comportamiento errático de la mayoría de las trayectorias de investigación, repletas de contradicciones y dificultades. Aun así, no todos los perfiles laborales de investigación disfrutan de las mismas condiciones para poder dar a conocer su currículum oculto. El hecho de poder visibilizarlo supone también un acto de privilegio que ejerce más tranquilamente el personal que disfruta de cierta estabilidad laboral, suficientemente distanciados del «peligro» que supone mostrarse bajo un perfil laboral habitado por múltiples fracasos en el seno de la cultura meritocrática dominante.
Construir una nueva cultura que habite el fallo y el fracaso en la ciencia y la investigación de forma honesta y colaborativa puede abrir caminos para combatir la explotación y reducir los privilegios. Sin embargo, existen muchas preguntas que debemos cuestionarnos para hacer del fallo y el fracaso una herramienta de mejora de nuestros derechos y condiciones laborales. En el libro Failurist, de nuevo, se enuncian algunas de ellas: «¿Cómo podemos ser más fieles al fracaso cotidiano de la investigación? ¿Cómo puede considerarse el fracaso en la investigación como una forma de indisciplina? ¿Puede el fracaso sacar a la luz sistemas ocultos de opresión heteronormativos y coloniales? ¿Cómo, cuándo y por qué debe el personal investigador aferrarse al fracaso, valorarlo o defenderlo?»
Es momento de pensar más en habitar nuestros fracasos colectivos, que de imponer narrativas de éxitos individuales y competitivos que todas sabemos en qué profundidades materiales, psicológicas y vitales nos sumergen. También, desde la ciencia y la investigación, y como canta el grupo valenciano Aina Palmer en su canción «Fènix», es momento de impedir que «las estrellas se transformen en polvo».