Movilidad y sedentarismo
Convergencia de dos conceptos divergentes a partir de la arqueología
Las comunidades humanas se han asentado de forma más o menos permanente en entornos geográficos y climáticos muy diversos. Buena parte de las evidencias arqueológicas que nos han dejado los humanos muestran las estrategias adoptadas en aspectos de movilidad, estructuración de redes de intercambios y en las evidencias de pertenencia a un entorno que rápidamente se convierte en espacio que gestionan y se apropian. En este artículo se hace una valoración global en torno a la realidad arqueológica y al potencial analítico de este registro, a partir de casos de prehistoria reciente y en relación con las evidencias de movilidad y nomadismo desde una perspectiva global y a partir de ejemplos del Próximo Oriente.
Palabras clave: arqueología, movilidad, nomadismo, sedentarismo, redes, propiedad.
Introducción
A lo largo de la humanidad se han identificado dos modos de vida aparentemente opuestos. Uno se asocia a un tipo de vida móvil de carácter nómada e itinerante y el segundo caso corresponde a un tipo de vida más estable y permanente, definido como sedentario. El estudio de sus evidencias se ha abordado desde la arqueología a partir de varias perspectivas, la más próxima de las cuales es la arqueología de la movilidad o del paisaje. Estos trabajos, que se complementan con otros influidos por la biología, la etnoarqueología y la antropología, han permitido documentar y secuenciar fenómenos migratorios e, incluso, abordar qué hace que las comunidades humanas se organicen y viajen a lugares desconocidos no solo por necesidad sino también por la inquietud de explorar.
El registro arqueológico –centrado en la caracterización de los asentamientos, los estudios de demografía y densidad de las ocupaciones– es diverso y con niveles de conservación muy desiguales. Eso ha llevado a una identificación y descripción binaria entre la expansión hacia nuevos territorios, los objetos que circulan a través de las redes de intercambio o la identificación de los grupos de población nómada cazadora-recolectora y población asentada.
Movilidad y proceso de hominización
Las evidencias de vida móvil se identifican desde los inicios de los seres humanos en contextos arqueológicos prehistóricos, y las sociedades nómadas o trashumantes todavía están presentes, en la actualidad en varios puntos de la tierra. La propia necesidad de buscar recursos básicos para la subsistencia ya incluye actividades que conllevan movilidad y estacionalidad en un territorio, partiendo de la definición de movilidad como la capacidad de moverse de un lugar a otro (Barnard y Wendrich, 2008). Movilidad muy documentada en hallazgos singulares como las huellas de Laetoli. En este yacimiento de Tanzania se descubrieron en los años setenta del siglo XX las huellas de tres individuos de la especie Australopithecus afarensis y ya en 2016 huellas de dos nuevos individuos (Site S). Estas han sido datadas en el Plioceno, hace unos 3,7 millones de años, utilizando la técnica del potasio-argón, y la interpretación vigente es la de un grupo en movimiento, con estructura poligínica, formado por un macho dominante y varias hembras con crías.
Estas evidencias de bipedismo (Figura 1) se centran en permitir el desplazamiento en posición erguida, con modificaciones en la morfología de la cintura, pelvis y cadera y se asocian a un ahorro energético por adaptación morfológica y biomecánica1. La movilidad de las diversas especies de homínidos es evidente por el registro osteológico fósil recuperado, que muestra una ocupación prácticamente global del planeta entre 20.000 y 10.000 años antes de nuestra era (ANE). Grupos poco extensos que tienen en común unas estrategias muy adaptadas en recolección y actividad cinegética2. En este sentido, y esto también es aplicable a poblaciones más recientes, las evidencias de patologías, estriaciones dentarias, inserciones musculares y los patrones primitivos de movimiento muestran las diferencias entre grupos y entre individuos en las estrategias de subsistencia básicas y en la diversificación en el consumo de alimentos.
El registro arqueológico del Paleolítico ya pone de manifiesto la complejidad de los asentamientos, tanto en cueva como al aire libre, y las intermitencias de frecuentación de estos a partir del uso estacional, itinerante e incluso compartido a lo largo de los diversos momentos climáticos (Burke et al., 2017). La presencia de estructuras de combustión, estructuras de sostenimiento o algún fondo de cabañas y pocos entierros al final del periodo muestran comunidades con gran capacidad de movilidad y adaptación en contextos de inestabilidad climática a largo y medio plazo.
Los últimos cazadores-recolectores y el caso del Natufiense
Es muy conocido que el número de testimonios de campamentos, de estaciones de caza y de puntos de control de paso se incrementa durante la mejora climática (Allerød)3 y el corto episodio frío y seco (Dryas III o Dryas reciente), entre el 12000 y el 9500 ANE. De todas las regiones, el Levante norte del Mediterráneo presenta la concentración más significativa de yacimientos.
Existe una mayor permanencia de las poblaciones en el territorio que frecuentan y esta se materializa por la ocupación recurrente de lugares de agregación durante milenios junto a lugares con una ocupación mucho más efímera.
En un contexto ambiental árido, yacimientos de inicios del Epipaleolítico como Karaneh IV, en Jordania, o Ohalo II, en Israel, situados junto a lagos y humedales muestran que son perfectamente aptos para ocupaciones durante todo el año. Mientras que el hallazgo de once inhumaciones individuales en ‘Uyun al-Hammam, en Jordania, con objetos de acompañamiento, fauna y manipulaciones posdeposicionales evidencia la voluntad de agregación tanto de los espacios de vida como de muerte.
El hábitat de estos últimos grupos de cazadores y recolectores del Levante mediterráneo (actual Palestina, Israel, Jordania y Líbano), denominados natufienses por el yacimiento epónimo de Wadi al-Natuf (Palestina), se define como campamentos estables, donde se conservan restos de estructuras de habitación o cabañas con unas características esenciales marcadas por las plantas ovaladas o circulares. Estas muestran en su interior buena parte de los acondicionamientos domésticos de grupos en proceso de sedentarización. La presencia de hogares o estructuras de combustión, cubetas y silos de almacenamiento o un extenso instrumental de molienda y trituración permiten proponer unidades de habitación muy estructuradas que parecen funcionar autónomamente. Este es el caso de Ain Mallaha (Israel), Wadi Hammeh 27 (Jordania) o Hayonim (Israel).
Se trata de estructuras de planta de tipo circular, de 2 a 8 metros de diámetro y que están semiexcavadas con la presencia de estructuras de sostenimiento de cubierta de tipo perecedero mediante agujeros de poste, y delimitaciones formadas por alineaciones de piedras que hacen de zócalo o base. En general, lo que encontramos son pequeñas agrupaciones de unidades domésticas, que forman concentraciones que pueden llegar a 500 metros de extensión. Si bien perdura la discusión sobre el verdadero sedentarismo de estas poblaciones, el análisis detallado de las construcciones con más inversión de trabajo, mobiliario pesado y sobre todo el análisis de los recursos naturales explotados por estos grupos natufienses permite hablar de campamentos estables, con evidencias de refacciones y reformas dentro de las casas, si bien, en conjunto, de corta duración. Yacimientos como El-Wad, Nahal Oran, Jericó, El-Khiam (Israel-Palestina), Wadi Tumbaq 3 (Siria) y, ya en el valle medio del Éufrates, Mureybet o Abu Hureyra (Siria) son un ejemplo. Otras evidencias más alejadas se encuentran en los Tauro, en Körtik Tepe (Turquía), y en los Zagros, en Zawi Chemi y Shanidar (Kurdistán iraquí), estos asociados en una lenta marcha hacia la sedentarización en la que se introduce un nuevo agente: la domesticación de las especies vegetales4.
La relación entre las innovaciones constructivas, una nueva organización social identificada tanto en los cambios en las prácticas de entierro (cuidado en los entierros, presencia de ajuar foráneo y primeras agrupaciones funerarias) como en la intensificación de los intercambios locales a través del control de las áreas de captación, la circulación de objetos5 y el saber tecnológico compartido han llevado a algunos investigadores a proponer nuevas formas de relación tanto con el control del espacio como en la estructuración de la unidad doméstica de habitación (Bar-Yosef y Valla, 2013).
El proceso de neolitización y las nuevas movilidades
La aparición de nuevas formas de relación con el entorno tiene lugar en el marco de un proceso de larga duración donde la domesticación vegetal entorno del 11000 ANE y la animal, iniciada en el 8700 ANE convergen con numerosas novedades tecnológicas, como la aparición de la cerámica en el 7000 ANE, todas ellas con fenómenos de difusión y movilidad de ideas, productos y personas desiguales.
La concepción de que la domesticación vegetal implica necesariamente un patrón de asentamiento estable, y por tanto sedentario, no siempre tiene evidencia arqueológica. Los yacimientos de este momento se estudian desde el punto de vista de la transformación diacrónica de los procesos pero también en función de las zonas originarias donde se documenta el cereal en estado salvaje6, los yacimientos que presentan evidencias de domesticación morfológica de las semillas o de los que muestran una cultura predoméstica.
Estas actividades, con sus procesos de arritmias, desaceleración y pausas, son poco conocidas en el Próximo Oriente, pero sí que tienen su investigación pionera en la difusión del package neolítico hacia Europa, ya sea por vía marítima o terrestre continental. Desde los trabajos puestos en marcha por Ammerman y Cavalli-Sforza (1984) o Guilaine (2000-2001) con numerosas aportaciones y matices de producción científica más posterior, hay que señalar que los trabajos más recientes se han focalizado en la introducción de modelos matemáticos tanto a partir de las dataciones radiométricas como de las evidencias que permiten identificar intermitencias, fronteras y áreas foco de nuevos cambios tecnológicos y sociales, como por ejemplo el surgimiento del megalitismo (Figura 2).
A lo largo del Neolítico se produjeron importantes ajustes en la economía de subsistencia, que implicaron un aumento de la ganadería y la movilidad. Así mismo, los nuevos datos permiten documentar cada vez más los cambios significativos en el paisaje y en las redes de intercambio y comunicación durante el Neolítico cerámico. Los poblados también se incrementan, si bien son más dispersos y agrupados en yacimientos de dimensiones más pequeñas. Estos se caracterizaban por la regularidad y el orden en el patrón de construcción de las casas, pero con poca planificación y organización cuidada de la ocupación. Los yacimientos relativamente raros y grandes del Neolítico tardío, como por ejemplo Sha’ar Hagolan (Israel) y Sabi Abyad (Siria), pueden ser, de hecho, palimpsestos de ocupaciones más pequeñas a lo largo del tiempo (Akkermans, 2013). No todos los asentamientos se convirtieron en poblados con largas secuencias de uso. En la alta Mesopotamia se han localizado varias ocupaciones efímeras y de corta duración. Los campamentos utilizados esporádicamente y de forma itinerante también se documentan en cuevas y zonas de actividades al aire libre en entornos y zonas áridas.
Asentamientos como este proporcionaron instalaciones de muchos tipos no solo a sus poblaciones sedentarias, sino también a los pastores de los entornos de las estepas circundantes. En el propio yacimiento de Sabi Abyad se propone la existencia de un almacenamiento comunal que implicaba una redistribución destinada en parte en una población nómada. La presencia de sellos y negativos de sellos indica la necesidad de marcar los productos en un claro contexto de redistribución entre grupos poblacionales de origen diverso.
Esta capacidad organizativa asociada a la gestión del excedente biótico o abiótico está claramente relacionada con el concepto de excedente pero también con el de identidad y territorialidad, fenómeno clave en los últimos grupos culturales neolíticos como son el Halaf y el Obeid.
Los poblados se convierten, pues, en centros de producción, almacenamiento, intercambio y distribución, y escenarios de todo tipo de compromisos sociales. Coetáneamente se documentan pequeñas estaciones o campamentos con evidencias de asentamiento episódico, en el Kowm (Cauvin, 1990) y otras zonas marginales en el centro y el este de Siria o Jafr Basen y Bishri Hills, en Jordania (Fujii, 2020), claramente estacionales y asociados a grupos nómadas. Esta última área geográfica ha permitido llevar a cabo uno de los estudios diacrónicos más interesantes, que muestra la existencia de campamentos itinerantes desde inicios del Neolítico hasta la Edad del Bronce avanzado (Figura 3).
Se producen también importantes ajustes en la economía de subsistencia, que implican un aumento de la ganadería, la trashumancia y la movilidad (Porter, 2012). Estos y otros trabajos muestran que la trashumancia pastoral se implementó de forma desigual. Y que, por ejemplo, en el caso del sur de Jordania empezó a inicios de la neolitización, más de un milenio antes del hecho climático conocido como el evento del kiloaño 8,2, que tradicionalmente se había apuntado como el momento de los primeros indicios de este fenómeno.
Nomadismo y trashumancia y su papel en las formaciones estatales
El crecimiento urbano asociado a una distribución del territorio y de los recursos hídricos llevó a un mayor contraste, en el registro arqueológico, entre los grupos sedentarios respecto a los nómadas. Los procesos de aglutinación de población del cuarto y tercer milenio ANE ponen en evidencia dos grandes zonas con un control agroecológico diferenciado: la Mesopotamia del norte, con una fase de aglutinación de población que sigue modelos muy desiguales de formación estatal y expansión territorial (Uruk), y presenta una mayor diversidad de yacimientos más efímeros y emplazados a los pies de los principales pasos naturales, y una zona sur donde la concentración humana permite hablar del surgimiento de las primeras ciudades y donde también tiene lugar la trashumancia como práctica ganadera dadas las condiciones ecológicas de la baja Mesopotamia (Szuchman, 2009). La definición de zonas de incertidumbre en el registro arqueológico muestra claramente la existencia de conflictos porque las poblaciones más estables y las nómadas tienen que compartir el territorio y pactar la gestión, en un momento clave para la definición del acceso a la propiedad privada como la entendemos en la actualidad.
Así, en el Próximo Oriente las sociedades nómadas constituyen, todavía hoy en día, una parte importante de la población. La importancia de estas sociedades es evidente, y se hace patente desde las primeras fuentes escritas. Por ejemplo, y más concretamente, en los textos cuneiformes, donde se hace referencia al nomadismo pastoral y la trashumancia diferenciados principalmente por aspectos de gestión entre grupos nómadas y las élites que gobiernan las ciudades estado (Porter, 2012) (Figura 4).
Con el incremento de los datos epigráficos crece de forma considerable la documentación de los grupos nómadas y de la propia actividad trashumante controlada desde las ciudades. Es a partir de la segunda mitad del III milenio ANE cuando estas poblaciones interactúan con comunidades ya sedentarias y organizadas a manera estatal, por ejemplo, las ciudades mesopotámicas de Mari (Siria), Ur o Eridu (Irak). Aun así, no se especifica la variabilidad en las acciones económicas y sociales adoptadas por estos grupos sin residencia fija ni el impacto en la geoestrategia de expansión de los primeros imperios a causa de la gran fluctuación de grupos étnicos y de citas textuales conservadas.
Nómadas cazadores-recolectores |
Nómadas ganaderos |
Obtención y consumo |
Producción (determinada por el patrón de consumo de los rebaños) |
Acercamiento de los recursos o facilidades de recolección |
Acercamiento a los recursos para los rebaños (independientemente de los recursos humanos) |
Movilidad que permita variación en el acceso a los recursos |
Movilidad para mantener el acceso a un recurso (ganadería) |
Consumo inmediato tras la obtención |
Consumo humano independiente de los rebaños |
Migración que sigue un patrón complejo |
Migración que sigue un patrón simple |
Minimización del riesgo |
Optimización de la producción ganadera, minimización del riesgo para los rebaños |
Evidencias arqueológicas de tipo estacional y disperso |
Dispersión forzada, menos variabilidad funcional |
Patrones migratorios estables y localizados(si bien también incluye la diáspora) |
Rutas de migración inestables y asociadas a hechos dramáticos |
La diversidad de registros hace que se establezcan varios parámetros para identificar los tipos de movilidad, que se resumen en la Tabla 1. Estas intentan acotar entre el nomadismo de los grandes espacios abiertos, que permite que las tribus desarrollen una gran autonomía en relación con las formaciones estatales de su entorno, y un segundo nomadismo circunscrito donde los grupos nómadas están acotados a zonas de desierto, estepa y áreas montañosas, siempre con unos condicionantes geográficos específicos, con vínculos con las formaciones estatales existentes o sin ellos.
Complementariamente a la existencia de grupos nómadas que practican la trashumancia o no, hay que tener presente que existen otras realidades. Este es el caso de uno de los fenómenos menos estudiados, como es el de las comunidades que realizan agricultura itinerante estacional y de carácter nómada. Esta práctica todavía se desarrolla en la actualidad en zonas de gran contraste térmico como son los Zagros en relación con las llanuras del Tigris (Figura 5).
Reflexiones finales
A inicios del Neolítico, las comunidades de cazadores-recolectores en proceso de sedentarización habrían sido los primeros humanos en construir un sistema simbólico de representación y legitimación utilizando el espacio construido7. Esta reflexión hecha por Watkins (2004) incide directamente, a través de la casa y los edificios construidos, en el concepto de movilidad y de semisedentarismo de las sociedades productoras, pero también en el de propiedad. Este concepto evidencia que la unidad doméstica se convierte en el espacio social básico a partir del cual cambian las relaciones con el entorno y con los otros grupos. Estos diseños acotados, consensuados y compartidos necesitan una permanencia (o alta frecuentación) en el espacio y en el tiempo.
La construcción de edificios colectivos de marcado carácter simbólico en Göbekli Tepe (Turquía), Dja’de, Jerf el Ahmar (Siria), por citar los más conocidos, se complementa con la aparición de construcciones comunes en los espacios de los poblados y en la atomización de las estrategias de almacenamiento. Evidencias arquitectónicas construidas que son una forma poderosa de representación de un grupo y de fijación en el espacio, lo que facilita tanto la legitimación del propio grupo como la de pertenencia a él.
Así, cada vez se identifican más elementos de memoria artificial/simbólica y de memoria social que retienen los grupos en un espacio físico (paisaje social). Si bien, de nuevo, los estudios de caso no resuelven la compleja realidad de las comunidades humanas que continúan practicando la movilidad en múltiples formas (hasta la actualidad). Entre los retos de los estudios arqueológicos para resolver esta diversidad y complejidad de registros y de datos destaca el de la modelización y la caracterización de las redes complejas, así como la secuenciación de las diversas fases en que se pueden desglosar estos procesos. Un caso muy conocido es la dificultad de recoger los datos cuantitativos existentes para un cruce óptimo de variables. Así mismo, a estos procesos de modelización (Cribb, 1991; Hauser, 2006) se suma el de la definición y caracterización de fenómenos de globalización que se plantean también para las etapas tempranas (Hodos, 2017).
Como reflexiona Kristiansen (2021), entre otros autores, la incorporación de los estudios de ADN antiguo, los estudios de migraciones y los cambios demográficos son los grandes retos de la arqueología. Estos tienen su reflejo actual en las migraciones económicas y sociopolíticas, que engloban el concepto de refugiado en la amplitud de su significado y en la magnitud de su realidad.
Notas
1. Si bien se considera que los cambios en la movilidad alteran los patrones de flexión del fémur y la tibia central, que dan lugar a cambios en la robustez. Hay que indicar que esta relación entre los niveles de movilidad y la estructura diafisaria de las extremidades inferiores también se ha utilizado para probar la hipotética disminución de la movilidad en cronologías más recientes. (Volver al texto)
2. Así, la movilidad tanto en homínidos como en humanos va asociada al potencial de sus atributos físicos, si bien ya con H. sapiens sapiens surge la capacidad de circulación y transporte utilizando varios medios, pedestres o de tracción, y también sobre todo con la capacidad de modificación del medio para hacerlo transitable. (Volver al texto)
3. La oscilación hacia un clima más templado dentro del Würm III o tercera glaciación del Paleolítico superior presenta un periodo de bonanza definido como Allerød situado entre el 12000 y el 10000 ANE. Este presenta episodios climáticos de retorno a condiciones glaciales, la última de las cuales es el Dryas reciente, que precede al Preboreal (Holoceno inferior) y que se suele asociar con la adopción de la agricultura para adaptarse a un patrón de subsistencia complementario. (Volver al texto)
4. Principalmente cereales y leguminosas a partir de evidencias como son la intensificación en presencia e incremento del tamaño de semillas, la presencia de estructuras de almacenamiento, las malas hierbas asociadas a los cultivos, la modificación de las herramientas de molturación y trituración y de las hoces, u otros como el incremento de caries en los individuos. (Volver al texto)
5. Donde a la circulación de conchas, sílex y ocre se añade la obsidiana, el basalto y las piedras ornamentales. (Volver al texto)
6. Principalmente de las especies silvestres Triticum monococcum boeticum (Zagros, Tauro y Anatolia), Triticum turgidum dicoccoides, Triticum timopheevii araticum y Hordeum vulgar espontaneum (Zagros, Tauro y Levante mediterráneo). (Volver al texto)
7. Es decir, sus edificios, tanto de habitación entendida como unidad doméstica o casa, como los edificios de tipo colectivo u otras construcciones colectivas de finalidades diversas (canalizaciones, murallas, etc.). (Volver al texto)
Referencias
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