No se habían convertido aún en plantas de jardín. Silvestres, venenosas, funerarias, con una savia blancuzca y espesa que, como leche pringosa, se pegaba a los dedos cuando rompías una rama, con el follaje siempre verde, lanceolado y oscuro, al llegar el verano florecían espectacularmente, exuberantemente, repletas de flores perfumadas, claras o embutidas, blancas, rosadas o ligeramente rojas.