Hace más de dos décadas, el modelo de compromiso público con la ciencia y la tecnología (PEST, por sus siglas en inglés) alcanzó una posición privilegiada en la comunicación científica, marcada por la publicación del tercer informe del Comité de Ciencia y Tecnología de la Cámara de los Lores en 2000. Su enfoque iba más allá del modelo tradicional de comprensión pública de la ciencia (PUS, por sus siglas en inglés), centrado en compartir el conocimiento científico desde posiciones de autoridad a públicos más amplios. El modelo PEST otorgaba a la ciudadanía un papel más activo y potente: subrayaba la necesidad de discursos más participativos orientados a una comprensión de la ciencia compartida con los públicos y reconocía tanto los derechos democráticos de la ciudadanía con respecto a las decisiones científicas como el valor social de sus potenciales contribuciones.
Mientras que el modelo PUS se basaba en el supuesto bastante lógico de que el conocimiento científico es especializado y se produce en un subsistema social autónomo y autorreferencial, el enfoque PEST se centraba en las prácticas sociales a través de las cuales la ciencia se integra en la sociedad (como parte interesada, innovadora, asesora de políticas, pero también amenaza para el conocimiento popular y los valores tradicionales). Sin duda, PEST suponía un avance, en comparación con la perspectiva restrictiva de PUS.
Los críticos del modelo PUS afirmaban que los científicos partían de un «modelo de déficit» empíricamente erróneo y normativamente inaceptable. Según este, los conflictos con el público se debían a su propio déficit de conocimiento. Es decir, los científicos conceptualizaban la comunicación como un flujo de conocimiento unidireccional desde la ciencia hacia la ciudadanía. Asignaban al público un papel inferior como receptor, en una relación marcadamente paternalista. Un daño colateral de estas críticas es que se ha generalizado a cualquier tipo de divulgación vertical o muestra de conocimiento especializado. El distanciamiento retórico del modelo del déficit se ha convertido en seña de identidad de la comunidad de comunicación científica.
¿Pero en qué medida ha influido el modelo PEST en la investigación y la práctica de la comunicación científica? Aunque algunas publicaciones en revistas científicas se toman en serio el compromiso participativo de la audiencia, la mayoría siguen mostrando preocupación por la aceptación pública de las afirmaciones científicas; esto es especialmente claro en la COVID-19 y en el cambio climático. Tales artículos dan por sentado que la ciencia tiene razón y que el problema es convencer al público de su punto de vista. ¿Es esto realmente diferente del modelo de déficit atribuido al PUS?
Se podría defender que la persuasión es necesaria, pero me pregunto si es compatible con el ampliamente aceptado modelo PEST, sobre todo en lo referente a técnicas de persuasión como las emociones, la simpatía de los comunicadores y el uso de marcos o narrativas interesantes que difícilmente podemos considerar argumentos en un discurso que trate al público de igual a igual.
Desde el punto de vista pragmático, la contradicción parece menos grave gracias a la ambigüedad del término «compromiso público». Aunque se manteniene la retórica original, el ímpetu participativo inicial del modelo se ha suavizado orientándolo hacia objetivos tradicionales relacionados con la educación y la imagen pública. Hoy en día, algunos académicos utilizan «compromiso público» como un paraguas para abarcar tanto antiguas como nuevas formas de interacción entre la ciencia y el público: entrevistas a científicos, sitios web, actividades en redes sociales, festivales científicos y ciencia ciudadana, por poner algunos ejemplos. Si incluimos la «educación pública» como un objetivo legítimo y entendemos la comunicación mediada como una forma aceptable de PEST, la contradicción desaparece. No obstante, en ese caso tendríamos que entender el modelo PEST como una extensión del PUS, más que como un paradigma alternativo; una perspectiva que veo plausible. Así, el PEST perdería su especificidad como paradigma en el área de la comunicación científica.
Diversos autores reconocen que necesitamos nuevos modelos que tengan en cuenta toda una serie de cuestiones, públicos y situaciones. Lo que realmente necesitamos es una visión más realista de los límites de la comunicación participativa y más honestidad y sinceridad a la hora de describir y justificar los modelos que utilizamos.