La «cooperativa de enseñanza» fue una original experiencia ideada en 1907 por Marie Skłodowska-Curie en la que ella y otros colegas y amigos de la Sorbona impartirían clases extraescolares a sus propios hijos, con un énfasis especial en las materias de ciencias. Un grupo de diez niños de la crème académica francesa y el progresismo republicano: los Perrin, los Langevin y Hadamard, además de Irène Curie y su amiga Isabelle Chavannes. Los extraordinarios apuntes que Isabelle toma en esas clases, preservados por puro azar y publicados (Lezioni di Marie Curie, Ed. Dedalo, 2016), atesoran una de las experiencias más cálidas e innovadoras de la enseñanza, de la física y en general, y de un valor que trasciende lo meramente histórico.
Madame Curie, como se dirigen a ella los alumnos, selecciona una secuencia de experimentos que muestran fenómenos naturales, sorprendentes en algunos casos, y que todos pueden realizar: rompen una membrana haciendo el vacío, construyen un barómetro y un termómetro, consiguen que flote un huevo o rompen una bombilla en agua para verificar que no hay aire en su interior. Juntos pesan, llenan, manipulan, observan, experimentan y juegan bajo la guía de Marie. Con sencillez, rigor y un toque detectivesco, sus preguntas dialogadas vertebran las clases: ¿cómo explicamos que…?, ¿qué sucede si…? Cuando parece que evidencias y razonamientos convergen, se experimenta algo nuevo que desafía lo anterior. La tecnología, también cotidiana, deja de parecer magia: al montar unos vasos comunicantes, explica el agua del grifo impulsada por la presión de los depósitos en las azoteas; para mantener caliente un líquido, recuerda la simplicidad de un gesto milenario: «Yo empezaría por ponerle una tapa». Isabelle, cronista excepcional, anota las risas de los niños, su expectación y curiosidad ante fenómenos sorprendentes. Hay que reivindicar esta dimensión lúdica, celebrar el gozo del descubrimiento.
Las motivaciones de Marie son similares a las que tuve en mis inicios: cómo introducir a mis hijas, a los hijos de cualquiera, en esas experiencias. Pasado más de un siglo, esta pequeña joya contiene ideas, incluso en detalle, que coinciden con las que oriento desde hace tiempo diferentes iniciativas de docencia y divulgación (dos facetas a menudo indistinguibles). Marie no prepara una introducción teórica, ni una divulgación de sus investigaciones punteras que ya le han valido un Premio Nobel. Elige un contacto personal con el mundo sensible, observable, ayudando de forma mayéutica a urdir razonamientos, con la mirada puesta en la comprensión y en la explicación a otros del propio trabajo. Esta forma de vehicular la ciencia se remonta a las primeras academias y salones científicos, a espectáculos ambulantes como los que inspirarían a Faraday sus Christmas Lectures, a las colecciones de instrumentos hasta mediados del siglo XX. Quizá así la instruyó de pequeña su padre, Władysław, a través de experimentos. Pero la cooperativa de enseñanza surge en un periodo en el que bullen nuevas propuestas educativas, también en nuestro país, que fomentan los hábitos científicos en los niños y en la necesaria formación de sus maestros. En ciencias y física, en particular, podemos recordar a José Estalella o a Modesto Bargalló, profesor exiliado en 1939 y homenajeado en tiempos recientes.
Comparto con Marie esta herencia recuperada a la que accedí de forma tardía y autodidacta, en una época que ha descuidado estos planteamientos, cuando son más necesarios que nunca en todos los niveles educativos y para la ciudadanía en general; para orientarse en la complejidad de un mundo tecnificado, frente a bulos y falsedades, promoviendo el sentido crítico. Las nuevas tecnologías tienen mucho que aportar, siempre que retiren cortinas de hermetismo y contribuyan a hacer más diáfana la comprensión, jamás para convertir la ciencia y su divulgación en una caja negra. El reto, ahora como en 1907, implica desarrollar de forma efectiva proyectos arraigados en la realidad y los problemas de la educación, dar valor a ese empeño y poner muchos medios para que cualquiera pueda ser una Curie o un Perrin. Y para que la alegría de la ciencia sea un recuerdo infantil y una práctica cotidiana.