Trabajar sobre el nazismo y sus relaciones con la ciencia y los científicos es sin duda uno de los ejes de investigación más interesantes para los historiadores que estudian Alemania, las élites y los científicos.
En efecto, durante mucho tiempo se consideró evidente que la «ciencia nazi» fue obra de una minoría de sabios en los límites de la locura y de la perversión que se habían comprometido con las atrocidades políticas sin que ello implicara a la totalidad del mundo científico alemán. Pero estas afirmaciones las echaron abajo numerosas constataciones. Por un lado, el rechazo radical a trabajar para el Estado nazi solo implicó a una ínfima parte de científicos: menos del 1 % de los graduados universitarios renunció a su puesto tras el Machtergreifung1, lo que implica que el 99 % del profesorado universitario continuó con su trabajo, en instituciones donde la nazificación es un hecho reconocido. Antropólogos, médicos, historiadores, sociólogos, lingüistas, geógrafos se beneficiaron de programas de investigación que convirtieron estas disciplinas en «ciencias de legitimación»2, és decir, «ciencias combatientes». El compromiso más o menos certificado de muchas grandes figuras científicas, como por ejemplo el psiquiatra Johann Asperger o el físico Wener Heisenberg, no es tan sorprendente si lo contextualizamos dentro de una historia más amplia de las élites.
«El nacionalsocialismo llegó al poder adoptando la estrategia electoral de un partido de masas, pero con el apoyo de élites militantes extremadamente bien formadas»
El ámbito científico no fue una excepción de la Alemania de los años treinta: la historia social de la década de los noventa mostró que la adhesión de las élites al partido nacionalsocialista y al determinismo racial nazi estuvo vinculada con el gran atractivo del sistema de creencias desangustiantes que constituían la ideología nazi, pero también a la existencia de organizaciones elitistas que permitieron a estos círculos específicos encontrar lugar de socialización y conservación entre-soi3. Esta es una de las grandes paradojas de la historiografía de la década de 1990. Después de haber contestado sin piedad pero justamente las grandes debilidades del trabajo de Hannah Arendt sobre el «totalitarismo» nazi4, la historiografía social ha tendido a confirmar silenciosamente que el nacionalsocialismo llegó al poder adoptando la estrategia electoral de un partido de masas, pero con el apoyo de élites militantes extremadamente bien formadas. Se adaptaba así a esta gran característica de los totalitarismos, a ojos de la filosofía alemana, que veía en su estructura una alianza inédita entre las masas y las élites.
Pero, en el fondo, ¿cómo podemos, si no, definir instituciones como las SS, la Ahnenerbe, la SD? ¿O la Volkswissenschaftliche Arbeitskreis (“Círculo de Trabajo de la Etnociencia de las Poblaciones”), que agrupaba a especialistas universitarios y dignatarios de las SS en el estudio de las poblaciones de determinados territorios de Europa oriental, con el objetivo de legitimar su conquista? La ciencia nazi no es solo una colección de cráneos de judíos exterminados, de expertos condenando a muerte a poblaciones enteras como los krymchak –estos «judíos de las montañas» del Cáucaso–, de discursos complacientes en ceremonias universitarias o de experimentos médicos inhumanos como introducir en agua helada a los oficiales soviéticos encarcelados en los campos de concentración. La ciencia nazi es la aceptación cotidiana, la penetración lenta y minuciosa de la renuncia y el compromiso por parte de una ideología capaz de penetrar en todo lo que se presente engalanado con la utopía y la esperanza, esas dos grandes toxinas adictivas a las que las élites culturales son tan sensibles.
1 Término utilizado para denominar la toma del poder gubernamental en Alemania por el partido nacionalsocialista. (Vuelve al texto)
2 Schöttler, P. (1997). Geschichtsschreibung als Legitimationswissenschaft, 1918-1945. Frankfurt: Suhrkamp. (Vuelve al texto)
3 Para la definición del concepto entre-soi (“entre iguales”), véase Héritier, F. (1990). Les matrices de l’intolérance et de la violence. En F. Héritier (Dir.), De la violence II (p. 321–343). París: Odile Jacob. (Vuelve al texto)
4 Arendt, H. (1973). The origins of totalitarianism. Houghton: Mifflin Harcourt. (Vuelve al texto)