Elogio de la locura

Se cumplen 500 años de la edición del Nuevo Testamento en griego a cargo de Erasmo de Rotterdam (1466-1536). Esta era la primera vez que una parte de la Biblia de los cristianos era traducida por un seglar, y que daba preferencia a los aspectos puramente lingüísticos y gramaticales, y no religiosos. Era la obra de un intelectual laico que pretendía acercar a los lectores cultos a las fuentes originales con el único objetivo de profundizar en el conocimiento. Era la más auténtica representación de una nueva corriente que cambió para siempre la forma de pensar de Occidente: el Renacimiento. Además, representaba un cambio profundo en la interpretación de las sagradas escrituras, oponiéndose de manera definitiva a la aproximación que había dominado el pensamiento teológico cristiano durante más de un milenio (desde la Roma tardoimperial y por toda la Edad Media). Podríamos decir que aunque Erasmo había hecho un trabajo que no pretendía nada más que el «conocimiento puro» y profundo, sin un objetivo aplicado a la teología, las «aplicaciones» superaron con creces este planteamiento y la nueva traducción significó un cambio en el pensamiento occidental, donde la persona humana, desplazando a los dioses, pasaba a ser el objetivo central de todo el esfuerzo intelectual, científico y cultural.

No era el primer trabajo sin objetivo directamente aplicado de Erasmo. Años antes, en 1511, había publicado la que ahora es su obra más conocida, el Elogio de la locura (Morias Enkomion, en griego, y Stultitiae Laus, en latín; literalmente, “Elogio de la majadería”). La obra es un ensayo acabado por Erasmo en 1509 cuando estaba visitando a su amigo Thomas More en Bucklersbury (Inglaterra). Fue publicado por primera vez en 1511, con unos grabados en madera de Hans Holbein que se hicieron, junto con la obra, muy populares. El Elogio de la locura se considera una de las obras más influyentes del Renacimiento y –pese al incólume catolicismo tanto de Erasmo como de More– uno de los catalizadores de la Reforma protestante.

El Elogio de la locura es una sátira de las prácticas habituales de la época, especialmente de la Iglesia en Roma (de donde el autor había vuelto hacía poco, profundamente decepcionado), y de la pedantería de los sabios (entre los que se coloca el autor) y de los poderosos de su época. La obra está repleta de dobles o triples significados, empezando ya por el propio título, que se podría interpretar como «elogio de [Thomas] More», y que locura, o majadería, podría entenderse también como la apreciación de las cosas sin valor o poco importantes (la adoxografía). La obra tuvo, para sorpresa de Erasmo, un enorme éxito popular, incluyendo al propio Papa y a los poderosos de su tiempo, que eran los principales caracteres objeto de su ironía y sarcasmo.

«Lo que realmente hace avanzar el pensamiento científico, y después sus aplicaciones prácticas, es la ciencia básica»

Los científicos están sometidos a enormes presiones para hacer «cosas que sirvan», para hacer «ciencia aplicada». Y son los políticos y administradores quienes determinan los objetivos de la investigación y orientan (o imponen) los mecanismos de promoción profesional de los investigadores. Pero lo que realmente hace avanzar el pensamiento científico, y después sus aplicaciones prácticas, es la ciencia básica (siguiendo la parodia de Erasmo, «la ciencia loca»). Muchos grandes logros de la ciencia surgieron de experimentos y observaciones que, aparentemente, «no servían para nada» y que probablemente no podían ser dignos de financiación, ni mucho menos de publicación. En el campo de las ciencias experimentales tenemos ejemplos muy recientes de estudios que no tenían un objetivo concreto, y que fueron desarrollados al margen de las líneas de investigación establecidas o por puro efecto de serendipity, de la suerte. El descubrimiento del grafeno, los enzimas de restricción, la PCR (siglas de polymerase chain reaction, “reacción en cadena de la polimerasa”) o la secuenciación de genomas han sido desarrollados por personas que buscaban fundamentalmente el conocimiento. Pero la aplicación de estas observaciones y experimentos «nimios» ha originado en pocos años profundas revoluciones tecnológicas.

En 2015, como en años anteriores, los microorganismos estuvieron muy presentes en los diarios y los programas de televisión y radio en todo el mundo. La revista Science eligió el sistema CRISPR como el adelanto científico más importante del año. El desarrollo de esta técnica de procesado y modificación de genomas significa una herramienta fundamental para la ingeniería genética, equiparable a la que representó la PCR en la década de 1980.

Hasta no hace mucho tiempo, pocas personas sabían que el descubrimiento del sistema CRISPR lo hizo en 1993 Francisco Mojica, de la Universidad de Alicante. El profesor Mojica estaba trabajando con el arqueo Haloferax mediterranii, muy abundante en las salinas próximas. Estudiaba las modificaciones genéticas inducidas por las altas concentraciones de sales en regiones específicas del genoma del arqueo. Una de aquellas regiones contenía diferentes secuencias repetitivas espaciadas regularmente. Dado que estas regiones repetitivas eran muy abundantes, Mojica supuso que seguramente tenían una función muy importante en la adaptación del microorganismo al ambiente de extrema salinidad donde vivía.

Francisco Mojica denominó primero estas repeticiones como SRSR (short regularly spaced repeats, “repeticiones cortas espaciadas regularmente”). En 2002, junto al investigador holandés Ruud Jansen, que también estaba trabajando en el sistema, acuñó el nombre con el que se conoce actualmente, CRISPR, que es el acrónimo de clustered regularly interspaced palindromic repeats (“repeticiones palindrómicas espaciadas y agrupadas regularmente”). Tras encontrar un fragmento de bacteriófago en una de las secuencias, Mojica lanzó la hipótesis de que el sistema era un mecanismo de adaptación «inmunitaria» de la célula. En la presente década, el número de trabajos sobre el sistema CRISPR ha ido aumentando exponencialmente, ya que se ha revelado como un sistema genético casi universal de protección e inmunización de las células, tanto procariotas como eucariotas. En 2015 Jennifer Doudna (Universidad de California, Berkeley) y Emmanuelle Charpentier (Universidad de Umeå, Suecia) recibieron el premio español más importante para la ciencia, y el trabajo de Francisco Mojica continuó siendo ignorado. Evidentemente «nadie es profeta en su tierra». Está claro que más tarde o más temprano el premio Nobel será concedido a investigadores del sistema CRISPR. ¿Continuará Mojica sin ser reconocido? O, bien al contrario, ¿pasará como con Alexander Fleming, quien ganó el premio Nobel aunque no había trabajado en el desarrollo de la penicilina como una potente molécula curativa?

Julian Davies, el más famoso investigador actual sobre la estreptomicina, marcó la diferencia entre los estudios «puros» y los «aplicados» diciendo: «No hay ciencia básica y ciencia aplicada; hay ciencia buena y ciencia mala». Y lo vemos claramente con el sistema CRISPR, donde también podríamos aplicar una frase de Louis Pasteur: «Señores, son los microbios los que tienen la última palabra.»

© Mètode 2017 - 91. SheScience - Otoño 2016
Ilustrador, Barcelona.

Catedrático emérito de Microbiología de la Universitat de Barcelona. Miembro del Institut d’Estudis Catalans.

Profesora agregada del Departamento de Biología, Sanidad y Ambiente. Sección de Microbiología, Facultad de Farmacia y Ciencias de la Alimentación de la Universidad de Barcelona.