Las razones del corazón

Garcia Bel. + x + = −, 2019. Esmalte sobre papel timbrado, 32 × 45 cm.

Tengo presente como si fuera ayer la lectura de esta máxima penetrante: «El silencio eterno de estos espacios infinitos me asusta». La sentencia –no puede ser juzgada de otra forma– es de Blaise Pascal, y la leí por primera vez antes de la veintena en una edición en castellano de los Pensées (los Pensamientos) –en la traducción del erudito Juan Domínguez Berrueta. Tiempo después llegó la magnífica traducción al catalán de Miquel Costa. Y, entre ambas ediciones, la lectura en francés de una parte de su obra y la consiguiente repercusión en mi formación intelectual de uno de los espíritus que mejor sintetiza la fusión entre ciencia y humanidades. Ciertamente un espíritu contradictorio que osciló entre el método y la fe, que ilustra bastante bien las dificultades de la época para conciliar la razón objetiva con la razón del corazón en una mente inquieta como la suya.

No en vano –también de los Pensées– aquella otra máxima que afirma: «Le cœur a ses raisons que la raison ne connaît point» (“El corazón tiene razones que la razón no conoce”) expresa como ninguna otra el conflicto existente entre la duda y la certeza. Un conflicto inherente en vida de Pascal, en pleno barroco, donde la mencionada dialéctica culminará –en el siglo posterior– en la Ilustración, el siglo de las luces que el propio Pascal habrá contribuido a construir desde su posición. Al fin y al cabo, hay que tenerlo en cuenta, antes de convertirse en un apologeta de la religión cristiana –y siempre desde posiciones jansenistas–, Pascal es un hombre de ciencia, brillante autodidacta –nunca tuvo una educación formal ni escolástica–, físico experimental, apasionado geómetra, así como un matemático intuitivo de primer orden.

«Pascal sería hoy contrario a la división del conocimiento en especializaciones y un defensor a ultranza del papel de la ética en la ciencia»

Un científico y filósofo –o un filósofo y científico– que a pesar de vivir en una época donde el espíritu del tiempo ya apuntaba en otra dirección, perseveró en su defensa de la unidad del ser. Un ser que busca el saber en la filosofía y la ciencia. Al orden geométrico de Descartes le contrapone el esprit de finesse  –“el espíritu de fineza”– que más allá de la pura abstracción se deja guiar por la sensibilidad y la intuición del saber más general. No hay contradicción ni aporía en su episteme: todo conocimiento es útil, siempre que esté debidamente fundamentado. En términos modernos, Pascal sería hoy un hombre contrario a la división del conocimiento en especializaciones; además de ser un defensor a ultranza del papel de la ética en la ciencia. Una ciencia que, en el caso de Pascal, da forma a una parte de su filosofía. Al fin y al cabo, la solidez de sus argumentos teológicos es un reflejo de su rigurosa práctica científica. 

La grandeza literaria de Pascal emana de esta voluntad de conocimiento sin parcelar. De hecho, su visión del infinito en relación con el hombre deriva de su preocupación por el infinito –de lo que que sabemos que existe a pesar de no saber qué es– como un recurso científico en el campo de la geometría. Y si bien su capital contribución a las letras francesas es la de la mente irónica y brillante del falso epistolario en las Provinciales contra dominicos y jesuitas, sin ningún tipo de duda la obra más popular del filósofo de Clermont-Ferrand de Auvernia son los Pensamientos. Cuando Pascal escribe: «El hombre no es más que una caña, la más débil de la naturaleza, pero una caña pensante», fundamenta toda una antropología del hombre en función del lugar que este ocupa en el universo. Un ideario que se despliega con elocuencia literaria a lo largo de una obra que, en mi opinión, tiene la virtud de haber quedado inacabada. Lo que tendría que haber sido una apologética del cristianismo basada en la razón, obtiene su fuerza de la poética del fragmento.

Pascal, que nos ha legado la noción de vacío –el «espacio nulo» de los antiguos– y obsesionado con el infinito como concepto inabarcable a la razón, emplea las palabras con el propósito de conmovernos –de desplazarnos interiormente– por medio de una poíêsis que nos invita a pensar. Aunque si el universo es insondable, el pensamiento nos dignifica. «Toda nuestra dignidad consiste en el pensamiento» no deja de ser una premonición del sapere aude kantiano. Siempre dando por sentado que la razón es débil y no puede alcanzarlo todo. La autonomía del ser humano –saber pensar– es la lección que preservo de aquella primordial lectura de Pascal. Porque la ciencia también nos enseña a pensar, pero para hacer ciencia hace falta previamente pensar.

© Mètode 2022 - 112. Zonas áridas - Volumen 1 (2022)

Escritor y fotógrafo (Barcelona).