Rara vez en la historia de la literatura la ciencia ha jugado un papel tan vertebrador como en el caso de Primo Levi. Y, sin embargo, el azar le convirtió, a él que era químico, en uno de los grandes escritores del siglo XX. No en vano, el propio Levi había declarado que sin haber pasado un año en Auschwitz «probablemente no habría escrito nada». Una afirmación que da escalofríos solo pensar en ello, en tanto que el suyo es uno de los testigos capitales de la barbarie. Y si bien solo en parte –según reconoce en Si esto es un hombre– salvó la vida gracias a su profesión de químico, fue a través de la palabra que erigió un verdadero monumento a la razón humana.
Su posición es opuesta –y, al mismo tiempo, complementaria– a la de Franz Kafka. Frente a una situación extrema, altamente improbable, y asimismo absurda, Primo Levi –traductor de El proceso en los últimos años de su vida– despliega una serie de recursos a fin de analizar el horror concentracionario sin ninguna afectación. El autor turinés intenta enunciar un mundo en teoría inaprensible, el de los campos de exterminio, a través de un lenguaje claro y diáfano y, al mismo tiempo, contundente y sin ambages. El Lager es como un laboratorio en el que Levi –que a menudo utiliza símiles científicos– aborda los hechos desde la distancia fría del observador con el propósito de revelar en toda su profundidad la condición del hombre en un entorno absolutamente hostil a las leyes de la vida: «Muchos fueron los caminos que nos tuvimos que inventar para no morir: tantos como caracteres humanos hay», remacha en Si esto es un hombre.
Afirmaba Primo Levi que la química era un antídoto al fascismo. Por su «claridad distintiva, verificable», que la convierte en una ciencia refractaria a los preceptos del totalitarismo; es decir, a la mentira en su estado superlativo. Hasta el punto de que la defensa que hace del lenguaje objetivo es siempre y cuando la palabra sea más creíble. A la ira vengativa, el escritor contrapone la opción del humanismo como cura del odio más abyecto; también emplea la ironía y la ternura, tal y como descubrimos en La tregua, la obra en la que narra su accidentado regreso a Italia. Porque, sin embargo, Levi nunca abandonó su fe en el alma del hombre. Se aferró hasta el punto de convertir su día a día en un estudio de la conducta antrópica en tiempos de adversidad extrema.
Así pues, la ciencia y la poesía se dan de la mano en Primo Levi. En otras palabras, método y literatura. Y también esa voluntad de «reconocer siempre», en las situaciones más denigrantes, «hombres y no cosas». Levi ensaya, tienta a las ideas, crea un estilo, más que un lenguaje, para decir lo que antes nadie había explicado, sencillamente, porque Auschwitz-Birkenau eran coordenadas imposibles de imaginar hasta entonces. Levi, pues, no nos lega un testimonio cualquiera. Habla en nombre de los sin nombre con una prosa poderosa que te abduce con una precisión quirúrgica, de aire humanísimo, que como un cuchillo se hunde en la noche de las emociones.
En uno de los últimos libros que escribió, El sistema periódico, Levi, que divide los capítulos de este libro de relatos de carácter autobiográfico con el nombre de un elemento de la tabla periódica, aprovecha para reivindicar lo necesarias que son las impurezas que hacen reaccionar al zinc como metal. El autor rememora la manía del fascismo por todo lo que es pureza. Y afirma sentirse orgulloso de saberse impuro: «Yo soy la impureza que hace reaccionar al zinc», escribe el hombre que sobrevivió al horror y que, pese a haber vivido en el infierno sobre la tierra, nunca dejó de creer en el lenguaje como cadena de transmisión de significados. En esto, su espíritu científico lo alejó de Adorno. Y, aun así, en la línea diacrónica que va de Dante a Kafka –otra vez– parte de la obra de Primo Levi connota transgresión. Es la voz de quien no grita y, sin embargo, provoca angustia. Un aviso, en plena época de retroceso de derechos, sobre nuestra frágil condición y la importancia que tiene el sentido crítico, es decir, la ciencia, hacia lo que se considera inevitable.