Cómo se mueven los huesos de los grandes dinosaurios? Con mucho cuidado, por supuesto. Por eso cuesta tanto reconstruir sus esqueletos y, aún más, disponer adecuadamente todos los huesos. Muchos de estos esqueletos expuestos en los grandes museos del siglo XIX no acaban de estar bien articulados, sobre todo los largos cuellos de los saurópodos, que presentan posturas seguramente incorrectas. Pero ahora todo esto ha cambiado gracias a la fotogrametría, la cual permite crear fidedignas reproducciones virtuales en 3D. Hoy en día, es una práctica asequible mover y probar posiciones en pantalla de estos gigantescos pesados huesos hasta hacerlos encajar correctamente. La fotogrametría y las tecnologías digitales se han convertido en auxiliares preciosas de la paleontología.
Las herramientas exaltan las capacidades del operador: sin un buen destornillador, apretar un tornillo es dificilísimo. La tecnología moderna, sea material o cibernética, es inconcebible sin las sofisticadas herramientas de las que hoy disponemos. Actualmente, cualquier carpintero sierra con control numérico, con una precisión que ningún artesano antiguo habría osado a imaginar. Los serruchos y las grúas paleontológicas están pasando a la historia.
Durante siglos, las crecientes necesidades estimularon la aparición de nuevas herramientas, pero el bum tecnocientífico actual no deja de poner en el mercado herramientas nuevas, cuyas exactas capacidades nadie acaba de saber. En cierto modo, aparece antes el aparato que la necesidad. La fotogrametría estereoscópica nació con fines cartográficos, pero ahora se utiliza en arquitectura, en exploración subacuática o para reconstruir dinosaurios. Ningún paleontólogo o arqueólogo sabía nada al respecto treinta años atrás, cuando ya era una tecnología bien conocida; actualmente, no pueden prescindir de ella. El paradigma operativo de las invenciones ha quedado trastocado.
Hasta los años cincuenta del siglo pasado, los discos fonográficos giraban a 78 revoluciones por minuto (rpm) y eran de pasta. Luego vinieron los microsurcos a 45 o 33 rpm y de vinilo. Representaron un enorme progreso, pero fueron desplazados por los CD, arrinconados hoy por Spotify: ahora ya no hacen falta fonógrafos, tocadiscos, reproductores específicos ni discoteca, porque basta con el móvil y una aplicación. La obsolescencia y subsiguiente sustitución tecnológica se produce a una velocidad estremecedora. Un mismo humano ha podido vivir los 78 rpm, los vinilos, los CD y Spotify (de momento).
Los 78 rpm o la fotografía analógica son ya anacronismos, cierto. Pero yo los he vivido en sincronía. Nuestras vidas compaginan la sincronía de cada momento existencial y la tecnología del momento con la rápida diacronía de la evolución tecnológica. Por eso las personas mayores son sindiacrónicas y tienen un archivo de diapositivas junto al disco duro de memoria.
Esta sindiacronía no es fácil de gestionar. En el mejor de los casos es una virtud que permite un cierto polifacetismo, una capacidad para comprender y enlazar escenarios diacrónicos. Pero puede convertirse en un defecto que desemboca en actitudes refractarias. De ahí los mitómanos de la foto analógica o de los vinilos, que encuentran infinitamente superiores a la foto digital o a los CD (Spotify ni lo tienen en cuenta). Ningún arquitecto utiliza hoy en día tiralíneas o paralex, pero hay virtuosos del pincel que desprecian el dibujo digital, como si el papel vegetal fuera todavía el soporte de elección para los planos de un edificio. Durante muchos años, los notarios rechazaban los documentos firmados con bolígrafo, solo aceptaban la estilográfica (que anteriormente había sido mal vista por sus predecesores, partidarios del mango, el temple y el tintero).
Pero también hay analfabetos genealógicos (muchísimos) que creen que el mundo ha empezado con Internet. No es así. En estos tiempos sindiacrónicos, la historia de la ciencia y la tecnología, entendida como genealogía de conceptos, es más necesaria que nunca. No es una crónica del pasado, sino la explicación epistemológica del presente. Todo va demasiado deprisa y nosotros demasiado despacio.