Octubre suele ser un mes inmerso en la docencia y con poco tiempo para actividades como por ejemplo la divulgación científica. El octubre del año pasado, sin embargo, fue un poco diferente, puesto que coincidió con el anuncio del embarazo de la actriz Meghan Markle, fruto de su matrimonio con el príncipe Harry (hijo de Carlos de Inglaterra y Lady Di, para quien no lo sepa), una cuestión que me parece una chorrada pero que, al parecer, es muy importante para un montón de gente. Periodistas de varios diarios contactaron conmigo, como especialista en genética humana, para que respondiera a varias preguntas sobre el destino genético de la descendencia de esta unión.
De todas las preguntas, la que aparecía persistentemente era si el hijo del príncipe Harry sería «negrito», dado que la madre, Meghan Markle, es hija de una madre afroamericana y un padre de ascendencia irlandesa/holandesa. Me preguntaban si no se «contaminaría» la sangre –en teoría azul– de la familia real británica con la presencia de sangre mestiza afroamericana. ¿Qué puede responder una genetista a una pregunta «con trampa» como esta, con un claro regusto racista? La primera respuesta que me vino a la cabeza era: «¡Pero si todos somos mestizos, y gracias!», pero recordé que la cuestión de la «pureza de sangre» era importante en la Edad Media para distinguir a los creyentes de la religión cristiana de los conversos forzosos de otras religiones; importante para muchas familias reales, que pactaban matrimonios entre familias próximas por intereses económicos o por creencia en una pretendida superioridad genética. De hecho, muchas sociedades han favorecido matrimonios (y, por tanto, descendientes) dentro de la misma familia, lo que ha incrementado la consanguinidad, un fenómeno que implica disminución de la diversidad genética y aparición de dolencias graves debidas a mutaciones recesivas. Ejemplos sonados de consanguinidad extrema, tanta que llevó a la extinción de sus dinastías, son los Habsburgo en España, con el triste final de Carlos II (denominado el Hechizado, pero que, de hecho, sufría dolencias recesivas graves a causa de la gran consanguinidad, superior a la de un hijo de dos hermanos) o a los casos de incesto entre faraones egipcios de la xviii dinastía, que explican por qué Tutankamón (hijo de dos hermanos) y su hermanastra por parte de padre (Ankesenamón) tuvieron dos hijos nonatos que murieron prematuramente. Incluso podemos encontrar menciones a la idea de la «sangre pura» en libros actuales, como Harry Potter, en que la sociedad de los magos trata despectivamente a los que tienen «sangre sucia» o son de «media sangre».
«Nuestro ADN no es nuestro, sino que es un rompecabezas de ADN, legado de nuestros antepasados»
Claramente, la consanguinidad –familias reales o no– no es deseable, pero había que razonar algo más mi respuesta. Recordemos que nuestro ADN, nuestro manual de instrucciones, lo compartimos con nuestra familia: lo hemos heredado al 50 % de cada parental, mitad de madre y mitad de padre, y ellos, a la vez, de cada uno de sus padres. En realidad, nuestro ADN no es nuestro, sino que es un rompecabezas de ADN, legado de nuestros ancestros. Somos portadores y herederos de pequeños fragmentos de ADN de nuestros tatarabuelos y tatarabuelas, cuyo nombre se ha perdido en la niebla de los tiempos. Entonces, me pregunto, ¿por qué parece tan importante si este bebé real tendrá o no un cierto porcentaje de ADN africano, cuando en realidad muchos de nosotros somos portadores de un buen porcentaje de ADN (entre un 2 % y un 8 % en los europeos) de neandertal, y en Asia son portadores de ADN de otros homininos, como por ejemplo denisovanos y otras subespecies de homininos todavía por descubrir?
Decidme, ¿qué creéis? Si no somos una especie de linaje único y «puro», si todos somos mestizos de varios linajes de otras subespecies de homininos (muy mezclados genéticamente y portadores de genes de nuestros ancestros que se han ido seleccionando a favor tras miles de años de evolución), ¿realmente tiene alguna importancia el grado de mestizaje entre humanos?