Cada dominio del conocimiento tiene su lenguaje, su contenido y su método. Las tres cosas imprimen carácter y cuando un conocimiento avanza es porque lo hace alguna de estas tres cosas. El lenguaje es muy importante en ciencia, pero no es necesariamente prioritario. Se puede hacer ciencia nueva con un lenguaje antiguo. Ningún problema, nadie se ofende por ello. La teoría especial de la relatividad de Einstein fue revolucionaria cuando se publicó en 1905, pero sus ecuaciones eran las mismas que había usado Lorenz para sus famosas transformaciones y su lenguaje el mismo que Maxwell usara para las leyes fundamentales del electromagnetismo. Sin embargo la teoría de supercuerdas se debate por una nueva matemática porque la actual aún no es suficiente. En el arte no ocurre lo mismo. Los contenidos orbitan siempre en torno a temas de la condición humana. Nadie se ofende porque una obra de arte moderna vuelva una y otra vez sobre la belleza de un atardecer, sobre la pasión amorosa, sobre un vacío existencial o sobre la muerte. Sin embargo en la creación artística es el lenguaje quien tira del carro. El arte se clasifica y subclasifica por el lenguaje: pintura, escultura, poesía, música… Y en pintura, por ejemplo, seguimos hablando de lenguajes cuando nombramos el cubismo, el surrealismo, el impresionismo o el dadaísmo. La obra científica enciende un gozo intelectual que no llega a la mente directamente por la vía sensorial. La emoción del arte en cambio alcanza la mente a través de los sentidos: la pintura por la vista, la música por el oído, la escultura por algo que bien podríamos llamar tacto visual… Cada sentido favorece una abstracción diferente. La música por ejemplo es un lenguaje que ya de por sí es abstracto. Quizá por eso la música realista se nos antoja a veces banal o redundante. Pero hay grados: la Sexta Sinfonía de Beethoven o Las cuatro estaciones de Vivaldi evocan la naturaleza, pero aún así la abstracción es grande, mucho mayor que la del susto que sugiere la música de una película de terror (basta pasarla en silencio para comprobarlo). Hay música sublime que evoca directamente la realidad, como Cuadros de una exposición de Modest Musorgsky, pero si la música es arte es más bien por su componente abstracto. Curiosamente, en la pintura ocurre lo contrario. La pintura ya es de por sí un lenguaje realista, por lo que en este caso lo que resulta banal es un exceso de abstracción. ¿Cómo acceder a la verdad de la condición humana en los lienzos de Wassily Kandinsky o de Jackson Pollock? ¿No será una disciplina decorativa?
«El matemático es el único intelectual que maneja lo absoluto, lo eterno y lo infinito con toda normalidad»
En ciencia tenemos una discusión similar cuando hablamos de matemática pura, es decir, de la matemática como una construcción mental que no depende de la realidad. La matemática puede inspirarse en la realidad y puede aplicarse a ella con éxito, pero no le debe nada, porque nada de lo que ocurra en la realidad puede desmentir, corregir o desautorizar una estructura o un teorema matemático. Un científico puede equivocarse, exagerar o mentir cuando da cuenta de un experimento. Por ello, aunque raro, el fraude en ciencia existe. Sin embargo nadie se suicida publicando matemática falsa, incoherente o engañosa. La matemática se confirma o desmiente con papel y lápiz. Por ello algo hay en la matemática que no es ciencia y que tampoco es arte. La verdad absoluta y eterna existe, pero solo en matemáticas. El matemático es el único intelectual que maneja lo absoluto, lo eterno y lo infinito con toda normalidad. La verdad matemática es limpia, perfecta, coherente, autónoma, necesaria, bella, redonda y, sobre todo, es universal. Nadie tiene el privilegio de su autoridad, de su representación o de su beneficio. Por eso la matemática quizá sea el dominio del conocimiento en el que se dan creadores que no negocian con nadie que intente manosear su verdad. Quizá sean los únicos que, irritados, rechazan premios, cargos, honores y privilegios por puro amor a esa verdad bella y absoluta. Es el caso de matemáticos como Srinivasa Ramanujan, Alexander Grothendieck o Grigori Perelmán y es el caso de los primeros pensadores racionalistas como René Descartes o Baruch Spinoza.