No tomarás el nombre de la biología en vano

En 2017 hubo una campaña promovida por una asociación ultracatólica que recorrió el país con el lema «Los niños tienen pene, las niñas tienen vulva. Lo dice la biología». Desgraciadamente, la biología ha servido y todavía sirve para justificar prácticas discriminatorias, excluyentes, cuando no coercitivas, contra grupos de personas porque no se ajustan a lo que consideramos el estándar de nuestra especie (son más o menos altas o inteligentes, o tienen preferencias sexuales diferentes). Sin embargo, cuando alguien argumenta que la biología nos enseña que lo «natural» (y por tanto lo «correcto») es la división dicotómica en dos sexos, macho y hembra, con comportamientos masculinos y femeninos respectivamente, que mantienen relaciones heterosexuales cuyo fin es la reproducción, está demostrando que sabe muy poco de biología (además de caer en la falacia naturalista).

Aunque en especies sexuales la fusión de los gametos femenino y masculino suele ser imprescindible para la reproducción, y el comportamiento sexual facilita que estos se encuentren, esto no implica que la procreación sea la única función de las relaciones sexuales. Son muchas las especies animales en las que los individuos tienen interacciones heterosexuales y homosexuales con fines no reproductivos. Por otra parte, las diferencias entre sexos en prácticamente cualquier característica son de grado. Machos y hembras producen tanto estrógenos como andrógenos, lo que varía es su concentración relativa (que cambia durante la ontogenia). Muchas diferencias anatómicas (desde la longitud de la cola al tamaño de las áreas cerebrales) son variaciones estadísticas entre medias de distribuciones con un grado de solapamiento enorme. Del mismo modo, las diferencias conductuales suelen ser cuantitativas: los dos sexos varían en la frecuencia en que realizan comportamientos típicamente masculinos o femeninos.

«Desgraciadamente, la biología ha servido y todavía sirve para justificar prácticas discriminatorias contra grupos de personas»

La complejidad de la sexualidad animal es impresionante y encontramos muchos ejemplos que desafían las dicotomías anteriormente expuestas. Las hembras de las hienas tienen características anatómicas y fisiológicas «masculinizadas» (tienen un clítoris muy grande similar a un pene y niveles de testosterona altos, aunque inferiores a los machos) y exhiben comportamientos «típicamente» masculinos (que en esta especie son «típicamente» femeninos): mantienen un rango social en el que las hembras dominan a los machos, tienen erecciones y montan a individuos del grupo. En el pez cara de cotorra (Thalassoma bifasciatum), hay dos tipos de machos que difieren en tamaño y coloración. Los machos grandes y de colores más vistosos (fase terminal) poseen un harem formado por varias hembras a las que defienden de otros machos. Los machos pequeños (fase inicial) son similares a las hembras en tamaño y coloración, y normalmente no se reproducen, pero pueden transformarse en macho de fase terminal si desaparece el macho de un harem. La existencia de machos con fenotipos diferentes es frecuente en muchas especies animales y suele implicar estrategias reproductivas diferentes (por ejemplo, machos que parecen hembras, lo que les permite acercarse a estas y fecundarlas evitando la agresión de otros machos). Lo curioso de esta especie es que, en ausencia de un macho, la hembra más grande del harem se transforma en macho. Esta transformación es sorprendentemente rápida. En unos minutos adoptan roles masculinos, en un día cambian su coloración y en una semana sus ovarios se han transformado en testículos funcionales. El cambio en el ambiente social desencadena cambios en el comportamiento que preceden a los cambios anatómicos: tenemos un macho en un cuerpo de hembra.

Solo he citado dos ejemplos, pero hay miles. Si algo nos enseña la naturaleza es que la realidad siempre es más apasionantemente compleja de lo que la lógica dualista humana está dispuesta a aceptar.

© Mètode 2018 - 97. #Biotec - Primavera 2018

Profesora agregada Serra Húnter del Departamento de Medicina Experimental. Facultad de Educación, Psicología y Trabajo Social. Universidad de Lleida.