El reciente fracaso de la misión privada Peregrine One, construida por la empresa Astrobotics y lanzada por la compañía United Launch Alliance, que planeaba hacer un descenso robótico en la superficie lunar y que no pudo debido a una avería de la propulsión, ha servido no obstante para hacer patente que, como ocurrió hace cincuenta años, la Luna se ha vuelto a convertir en una importante arena de juego. La gran diferencia es que ahora los jugadores no son solo las grandes potencias espaciales, sino también la empresa privada. Y si la empresa privada está de por medio, es porque hacerse con el control lunar supone muchos beneficios.
Además de Astrobotics, actualmente están seriamente comprometidas con el retorno a la Luna (bien sea para aterrizar en ella, o cuanto menos orbitarla) la empresa SpaceX de Elon Musk, Blue Origin del CEO de Amazon, y Virgin Galactic del grupo Virgin, entre otras. Por la parte del sector estatal, la NASA está ultimando las diferentes fases de su programa Artemisa, que pretende depositar seres humanos en la superficie lunar antes del final de esta década, y que ya hizo volar con éxito la primera etapa del proyecto (sin tripulación) en 2022. Japón también acaba de lograr un aterrizaje suave (aunque algo accidentado) en la Luna con su misión SLIM. Pero no nos sorprendería si esta vez la nueva carrera lunar la ganara otra superpotencia, pues China lleva con muy buen ritmo su programa Chang’e de exploración lunar, encadenando éxito tras éxito, y mantiene su objetivo de depositar seres humanos durante la próxima década.
¿Pero por qué ir a la Luna? ¿Y por qué no haber vuelto antes? La respuesta a esta segunda pregunta es que hacerlo era tremendamente caro e inseguro, y el posible beneficio podía no compensar las pérdidas. Pero el lanzamiento de cohetes se ha ido volviendo más seguro, fiable y, con la llegada de los cohetes reutilizables, más barato. El balance económico de repente se ha invertido, y se han abierto las puertas del gran negocio lunar del que, según el informe de la Northern Sky Research, se esperan unos beneficios de 216.000 millones de dólares durante la próxima década.
Una buena fracción se deberá al retorno del desarrollo tecnológico que implica hacer habitable un entorno tan hostil: diseño de hábitats lunares, reciclado de agua, obtención de oxígeno a partir del sustrato, blindaje contra radiaciones… desarrollos tecnológicos que de seguro tendrán aplicaciones no previstas aquí en la Tierra. Otra parte se deberá a los productos de alto valor añadido que en baja gravedad se pueden crear para la Tierra, en los campos de la agricultura, la biología, la química y los nuevos materiales… sin olvidar el turismo lunar, claro está.
Pero el principal beneficio vendrá de la minería: en comparación con la agotada (y habitada) superficie terrestre, la Luna es un lugar sin explorar donde hay muchos recursos minerales, y donde se podría descubrir nuevos materiales que quizá lleguen a ser valiosos. Y, sobre todo, porque abunda en helio-3. Este isótopo se encuentra profusamente en el viento solar. En la Tierra la atmósfera lo detiene, pero en la Luna este elemento consigue depositarse en la superficie y es relativamente fácil recolectarlo de allí. Y el helio-3 es un combustible ideal para la fusión nuclear. Si esta fuente de energía consigue hacerse viable (y hay muchos indicadores de que quizás ese momento esté cerca), la Luna será como un inmenso pozo de petróleo a cielo abierto (o de especia, si son fans de Dune), y la empresa o nación que domine ese suministro controlará el mundo