Volver a la Luna

Pintalabios en el espacio. Un problema logístico que preocupó a los directivos de la NASA —y que no encontraban el modo de solucionar— ante la perspectiva de incluir a las mujeres en el programa espacial estadounidense en los años sesenta del siglo pasado. En la misma línea, la laca del pelo también supondría un desafío ante la dificultad de subir carga al espacio; uno de los problemas clásicos de la ingeniería aerospacial —el de la carga, no el de la laca—. Sumado a ello, ¿qué efectos adversos podría tener la exposición desnuda del delicado cuerpo femenino a los peligros del universo? Tiempo después de que la cosmonauta soviética Valentina Tereshkova se coronara como la primera mujer en el espacio en 1963, los rumores de que había sufrido mutaciones por aquella intrépida escapada en la Vostok 6e incluso que debido a ello había tenido hijos con los ojos «raros»— se propagaron por todo el mundo como un rugido furioso digno de los propulsores de su nave.

Cabe recordar también que, poco tiempo después, cuando la humanidad —o, visto con perspectiva, el hombre blanco estadounidense— se dispuso a plantar su bandera en aquel páramo lunar de polvo virgen, la comunidad afroamericana levantaba sus pancartas en oposición al gasto de la misión Apolo. El espíritu crítico de la llamada «Campaña de los pobres» quedó plasmado de forma inquietante en un famoso poema cantado titulado Whitey on the moon (‘El blanquito en la Luna’), de Gil Scott-Heron: «A mi hermana se la comen las ratas y el blanquito está en la Luna / No puedo pagar la factura del médico, pero el blanquito está en la Luna». Una canción que todavía hoy el astronauta Victor Glover, primer afroamericano que viajará hasta la Luna, escucha algunas mañanas mientras conduce al trabajo.

Glover formará parte de la tripulación de la misión Artemis II junto a otros tres astronautas, entre ellos la ingeniera Christina Koch, quien se convertirá en la primera mujer que llegue hasta la Luna. O, mejor dicho, hasta sus inmediaciones, porque la nave dará una vuelta fría y silenciosa y sus tripulantes volverán sin tocar pared. En cambio, será la misión Artemis III la que eche amarras en 2025, cuando —ahora sí— la primera mujer y el primer afroamericano hundan sus botas de astronauta en esa superficie blanda de semblante reluciente, en la cara de la Luna que siempre mira hacia la Tierra. Fijándonos en su apariencia inmutable, si repasamos el inventario de cráteres encontraremos que, con el irrefrenable impulso de apropiación que tiene el ser humano, hay unos 1.600 boquetes con nombre adjudicado, naturalmente de grandes personalidades de la historia. Y, al parecer, ha habido espacio para 31 mujeres insignes. 31 de 1.600. No hay que ser muy de números para darse cuenta: la Luna es un lugar masculinizado, un reflejo sombrío de la civilización terrestre.

Artemis —así se conoce el programa en su conjunto— no solo tiene entre sus objetivos mostrar el músculo tecnológico de la nación estadounidense, curiosamente poco después de que la tecnología China haya alunizado para explorar el satélite con excelentes resultados, sino también conseguir que la Luna sea un trampolín hacia Marte para colocar bases habitadas y explotar recursos como tierras raras, metales y agua. Igualmente, se quiere mostrar al mundo el progreso moral de la sociedad que lo auspicia. No nos engañemos, la ciencia tiene una vertiente propagandística que resulta imprescindible para ganarse el favor del público. Un público atento, emocionado y seducido, que aprobará el gasto en ciencia.

Ahora, ¿qué titular tiene más gancho: «Volvemos a la Luna» o «Por primera vez una mujer y un hombre afroamericano viajarán a la Luna»? Si bien hay críticas muy certeras que apuntan que lo ideal es que no sean necesarios tales rótulos, lo cierto es que el mundo se ha agitado ante la presentación de la nueva tripulación. Si me preguntaran qué hacer —ya saben, uno de esos delirios nocturnos en los que una se imagina como directiva de la NASA— lo tendría claro: reclutar para la misión a cuatro mujeres afroamericanas. Puestos a gastar, rentabilicemos el esfuerzo. No solo sería una impactante campaña publicitaria sino un gran paso para la justicia social.

© Mètode 2023
Astrofísica. Posdoctoral Fellow en el Massachusetts Institute of Technology (EE. UU.) y autora del canal de YouTube Early Universe.