Responde Amelia Ortiz-Gil:
Los años bisiestos son años civiles que tienen un día más que los años comunes, es decir, cuentan con 366 días. Esta particularidad en nuestro calendario se debe a que la duración de los años civiles ─los que rigen en nuestra vida cotidiana, formados por un número entero de días─ la define el tiempo que tarda la Tierra en completar su órbita alrededor del Sol. De esta forma, se cumple un año cuando la Tierra ha finalizado su órbita alrededor del Sol y eso tiene lugar cada 365 días, 6 horas y 9 minutos. Este periodo de tiempo llamado año sidéreo implica que por cada 365 días hemos dejado 6 horas y 9 minutos que no hemos incluido al calendario de ese año, de forma que, cada cuatro años, hemos perdido un día completo (4 años x 6 horas = 24 horas).
Con tal de compensar este desfase, el emperador Julio César encargó al filósofo y astrónomo, Sosígenes de Alejandría, una reforma del calendario allá por el 46 a. C. El nuevo calendario juliano exigía un día adicional cada cuatro años, en concreto, el 24 de febrero, ya que por aquellos tiempos febrero era el último mes del año. El Papa Gregorio XIII decidió reemplazar el calendario diseñado por Sosígenes en 1582 a través de una bula papal. Una de las modificaciones del calendario gregoriano fue que el día adicional se situaría el 29 de febrero y no el 24, como en la actualidad. Además, para que el desfase no volviera a producirse se estableció un sistema de excepciones en los años bisiestos. El sistema postulaba que no se considerarían años bisiestos aquellos que fueran múltiples de 100, excepto si también lo eran de 400. Por este motivo, no fueron años bisiestos ni el 1800 ni el 1900, pero sí el año 2000.
Los años bisiestos tienen una razón de ser clara: si no existieran, las estaciones se descompasarían de nuestro horario. El origen de las estaciones va cambiando a medida que la Tierra pasa por diversos puntos de su órbita alrededor del Sol. Si nosotros estipulamos que el 21 de septiembre comienza el otoño porque la Tierra pasa por un punto en particular de su órbita y nuestro calendario está desfasado, lo que ocurriría es que cada año el inicio del otoño comenzaría en un día diferente. Con el paso de los años, en el hemisferio norte, la Navidad caería en mitad del verano y a la inversa en el hemisferio sur. Los astrónomos tendrían que estar pendientes cada año de en qué día la Tierra pasa por los puntos concretos de su órbita que determinan las estaciones y esto haría muy difícil configurar unas horas fijas que pudieran servir de referencia para la sociedad. Tareas como recopilar las fechas en las que tienen lugar acontecimientos históricos o cotidianos como, por ejemplo, un nacimiento, se volverían muy complicadas de registrar y con resultados de dudosa fiabilidad.
Amelia Ortiz-Gil es doctora en Astrofísica y divulgadora del servicio de noticias del Observatorio Astronómico de la Universitat de València.
Pregunta enviada por Bruna Devi.
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