Altamira, una cuestión de tiempo

El estreno de la película convierte en actualidad la historia de su descubrimiento

A principios del mes de abril de 2016 Altamira daba el salto a la gran pantalla. La superproducción española nos acerca la historia del descubrimiento de la cueva cántabra por Marcelino Sanz de Sautuola, interpretado por Antonio Banderas. El film intenta recuperar el debate que surgió en torno a la veracidad de las pinturas de su interior, y como tanto desde la comunidad científica como desde las instituciones religiosas se puso en entredicho el hallazgo. La gran mayoría de medios de comunicación nacionales se han hecho eco del estreno de la película de un modo u otro, haciendo de ella un suceso de actualidad. La historia del descubrimiento de Altamira pone de relieve que la ciencia nunca se desarrolla en un entorno aséptico y que por tanto ese contexto social y cultural tiene y seguirá teniendo un papel destacado dentro de la labor que desarrolla la ciencia.

El descubrimiento de la cueva

altamira_Sanz-de-SautuolaEn 1880 Marcelino Sanz de Sautuola daba a conocer al mundo los techos policromados de la cueva de Altamira en sus Breves apuntes sobre algunos objetos prehistóricos de la provincia de Santander. Con un texto muy prudente, pese al entusiasmo por el hallazgo Sanz de Sautuola, redactó las investigaciones realizadas en la cueva durante el año anterior a su publicación. Fue Modesto Cubilllas, un tejero asturiano radicado en Cantabria, quien de forma casual dio con la abertura de la cueva en 1868 al adentrarse en ella su perro mientras cazaba. Éste comunicó su hallazgo a Sanz de Sautuola, propietario de las tierras, cuya afición por la arqueología le era conocida. Sautuola tardaría ocho años en adentrarse en ellas por primera vez. Tres años más tarde, en 1879, sería su hija María la primera en contemplar las pinturas de los techos mientras su padre centraba su atención en encontrar en el suelo piezas como las que poco tiempo atrás pudo contemplar fascinado en la Exposición Universal de París. Tras la publicación del documento detallando sus investigaciones Sanz de Sautuola hizo llegar el mismo a expertos nacionales e internacionales entre los que destacaba el prehistoriador marsellés Émile Cartailhac, quien era considerado la máxima autoridad del momento. La desconfianza fue la respuesta de éste y de prácticamente toda la comunidad científica con escasas excepciones.

Entre las excepciones se encontraba Juan Vilanova y Piera, geólogo y paleontólogo valenciano por entonces catedrático de Paleontología en la Universidad de Madrid, quien defendió arduamente junto a Sautuola la autenticidad del descubrimiento y la necesidad de estudiar debidamente la cueva. En septiembre de 1880 Vilanova valoró in situ el hallazgo convirtiéndose a partir de entonces en su mayor publicista. Poco tiempo después Vilanova y Sautuola presentaron internacionalmente el descubrimiento en el IX Congreso Internacional de Antropología y Arqueología Prehistóricas que se celebró en Lisboa ese mismo año. En él se encontraba Cartailhac. Vilanova mostró al público los dibujos de algunas de las pinturas de las cuevas ante el descrédito de los asistentes. Cartailhac abandonó la sala a la vista de todos mostrando así su oposición y condenando a ambos al ostracismo. Posteriormente incluso llegaron a ser acusados de falsificar personalmente los grabados. En 1902, 22 años después, Cartailhac hacía público en la revista L’Anthropologie un breve texto subtitulado La caverna de Altamira, España, mea culpa de un escéptico con el que quería hacer justicia a Sautuola y Vilanova reconociendo que a la luz de las posteriores evidencias se equivocó en su valoración. Sautuola había muerto catorce años atrás, Vilanova hacía nueve; ambos «en el más absoluto descrédito» como afirma Francisco Pelayo, investigador en historia de la ciencia del CSIC, en un artículo de El País.

El contexto científico y cultural del descubrimiento

El evolucionismo llegó a España durante la revolución de 1868 tras la represión de su enseñanza en los últimos años del reinado de Isabel II, pasando muy pronto a formar parte de las disputas que marcan la polarización ideológica de la época. Como afirma Jesús Catalá, profesor de la Universidad CEU Cardenal Herrera de Valencia, el evolucionismo fue defendido «muchas veces de manera acrítica» por los sectores anticlericales y de ideología progresista en sentido amplio, e «impugnado, casi siempre también desde la visceralidad, por los tradicionalistas que lo interpretaban como una peligrosa amenaza al orden de creencias que hasta entonces había marcado la sociedad española de manera hegemónica». El contexto del último tercio del siglo xix viene marcado también por esa reivindicación de la ciencia en su conjunto como instancia fundamental en la construcción del orden social y político, preconizada por diversas ideologías y sistemas de pensamiento más o menos influidos por el positivismo. Aunque «el debate implica consideraciones religiosas, estas están relacionadas con un contexto político-social que va mucho más allá de lo teológico y lo moral» sostiene Catalá.

En 1871 apareció El origen del hombre y la selección en relación al sexo de Charles Darwin en el que el naturalista inglés trataba la cuestión de la evolución de la especie humana. Darwin comparaba a los nativos de Tierra de Fuego con los antecesores del hombre moderno, a los que definió como unas criaturas salvajes y desconfiadas que «apenas poseían arte alguno». ¿Cómo era posible que esas pinturas fueran auténticas? Para Cartailhac y mayoría de sus colegas franceses Altamira no podía ser más que un ataque a las ideas darwinistas orquestado por la Iglesia desde España. La progresividad de la evolución no daba cabida a un caso en el que se hacía patente un claro sentido estético y una compleja intencionalidad que «interpelaba al proceso de lenta gradualidad que debería gobernar los cambios», afirma Jesús Catalá. Y es que, como añade el profesor Valentín Villaverde, catedrático de Paleontología y Arqueología por la Universitat de València, el arte mueble paleolítico realizado sobre objetos de piedra y hueso, que ya se conocía desde muchos años antes del descubrimiento de Altamira, no suscitó ninguna controversia ya que se consideraba como una artesanía, sin significación social o ideológica, el mero resultado de la capacidad artesana de las poblaciones del Paleolítico y de la disponibilidad de tiempo libre. Sin embargo la decoración de cavernas en zonas apartadas de la luz implicaba una explicación distinta que remitía al mundo de las creencias o de la magia.

Esa idea de que la Humanidad pudiera poseer desde fechas muy tempranas un sentimiento religioso casaba bastante bien con la temprana documentación de rituales funerarios y creencias mágicas. El arte parietal constituía un argumento para los que defendían esta propuesta y en ese sentido el mundo religioso se sintió cómodo en ese contexto. Sin embargo la parte más retrógrada y conservadora de la Iglesia mostró su preocupación ante unos descubrimientos que podrían amenazar los cimientos creacionistas que fundamentaban la doctrina católica. Entre aquellos que defendían una visión literal del relato bíblico incluso existía una fecha concreta para la creación del mundo en la que el hombre prehistórico no tenía encaje. Pero esto no debe llevarnos a un simple relato maniqueo en el que ciencia e Iglesia sean vistos como polos opuestos. Como apunta Jesús Catalá «aunque haya algún caso suelto de impugnación de lo científico como pernicioso, es absolutamente excepcional». El afán por promover la ciencia a través de centros de enseñanza e instituciones científicas era una de las máximas de muchas órdenes religiosas «como ejemplifica claramente la Compañía de Jesús», aunque no debemos olvidar que «la intención de la Iglesia es difundir una ciencia perfectamente acordada o armonizada con las propias doctrinas» prosigue Catalá.

altamira_VilanovaJuan Vilanova es una de las más notables excepciones en el crispado clima que acabamos de dibujar. Alineado entre los antievolucionistas, trató sin embargo de argumentar desde los hechos e hipótesis científicas. Era católico, y nunca escondió sus convicciones religiosas; sin embargo, distingue netamente entre los argumentos científicos y aquellos de otro orden. Vilanova era un personaje científicamente muy relevante, bien conectado con la comunidad internacional de paleontólogos, prehistoriadores y geólogos, y perfectamente al día de las novedades en esos campos del saber. Su compromiso con la ciencia, por tanto, le llevó a defender sus posturas desde ese mismo compromiso. Para Sautuola y Vilanova, escribe Francisco Pelayo para El País, «los humanos primitivos habían sido creados por Dios con la capacidad estética y la habilidad necesaria para confeccionar obras como las que se hallaban en Altamira» pero aun así se oponían al mismo tiempo a los clérigos detractores de la Prehistoria. No debemos olvidar que nos encontramos en un momento histórico en que disciplinas como la paleontología, la prehistoria y la arqueología comienzan a definirse como tales de la mano de la fundación de sociedades y cátedras universitarias, con el establecimiento de redes de comunicación entre sus practicantes, y con una tendencia hacia la profesionalización de la mano de la internacionalización, aunque «sin romper en absoluto una comunión de intereses con el mundo de los aficionados, generalmente marcados por la orientación localista como podemos apreciar en la relación entre Vilanova y Sanz de Sautuola» nos comenta Jesús Catalá. Por otro lado, estamos en una situación de negociación metodológica. Al ser la prehistoria una disciplina en formación y definición, está también inmersa en un proceso de decantación de sus procedimientos. No hay todavía una manera estándar de juzgar la autenticidad de las pinturas rupestres, por lo que los recelos son, hasta cierto punto, lógicos.

Émile Cartailhac en su posterior mea culpa insiste en que en su momento las pinturas levantaban serias objeciones. Objeciones que podemos entender cuando revisamos todas las teorías que se sostuvieron por entonces para explicar el origen de las pinturas. Entre ellas, por ejemplo, encontramos la teoría sostenida por Torres Campos y Quiroga Rodríguez tras realizar una exploración de la cueva por encargo de la Institución Libre de Enseñanza. Tras ella dataron las pinturas entre el siglo i a. C. y mediados del siglo i d. C. bajo la tesis de que después de la segunda guerra cantábrica la cueva de Altamira pudo estar habitada por soldados romanos que entretuvieran sus ocios pintando ciervos, caballos y bisontes. Pero también podemos encontrar otras teorías como la sostenida por el director de la Calcografía Nacional, Eugenio Lemus y Olmo, en la que acusaba de fraude a Vilanova tras visitar la cueva bajo la creencia de que las pinturas respondían a la expresión que daría un mediano discípulo de la escuela moderna, trayendo a colación la visita a la zona de Ratier, un pintor mudo francés. Como nos reitera Valentín Villaverde la comisión técnica que se encargó de emitir el informe sobre la autenticidad de Altamira carecía de criterios técnicos contrastados y actuó de manera subjetiva, argumentando, a partir de la observación de las pinturas, el buen estado de conservación que mostraban y la complejidad de los procesos técnicos empleados en su realización. Se trataba de un juicio condicionado por la creencia de que los grupos humanos de la prehistoria se caracterizaban por una tremenda simplicidad mental y técnica.

Desde su descubrimiento hasta la actualidad

La realidad empezó a imponerse cuando se hallaron nuevas cuevas con pinturas rupestres sobre todo en Francia, entre las que podemos citar las cuevas de Pair-non-Pair (1881), Figuier (1890) y La Mouthe (1895). En la primera y la última los grabados incluso estaban cubiertos por niveles de ocupación paleolíticos, por lo que no pudieron ponerse en duda. La cueva de Les Combarelles en 1901 o de Font-de-Gaume y sus espectaculares bisontes inclinarán completamente la balanza. Un año más tarde un joven sacerdote llamado Henri Breuil, el prehistoriador más importante de la primera mitad del siglo xx, pone fin a la controversia tras un estudio completo del arte parietal presente en todas estas cuevas, incluyendo Altamira. Tras ello llegó el mea culpa de Cartailhac. A partir de esas fechas la interpretación del arte paleolítico dejó de ser la de un fenómeno carente de significación, pasando a desarrollarse teorías que recurrían a la magia para explicar su existencia y a llamar la atención sobre el valor que proporcionaban para conocer las creencias de los grupos que las ejecutaron.

Posteriormente el progreso de la disciplina ha estado muy vinculado al desarrollo de la geología y la paleontología, que son las que proporcionaban el marco cronológico de los cambios antropológicos y culturales, nos cuenta el profesor Villaverde, gran conocedor de estos avances gracias a su labor investigadora en yacimientos arqueológicos desde los años 80. Ya a mediados del siglo xx el progreso en las técnicas de datación y de la arqueometría, en general, han facilitado la construcción de un marco cronológico coherente en relación a la propia visión del proceso evolutivo desde el campo de la Biología. En esas fechas el componente científico e interdisciplinar de la Arqueología Prehistórica se consolida y se establece un continuo diálogo con la biología molecular, la física y diversas disciplinas que favorecen la documentación, estudio y contextualización de los restos arqueológicos. Si bien la información arqueológica es sumamente rica en lo que respecta a la capacidad de precisar el comportamiento humano y su evolución, la información paleontológica ha sido bastante escasa durante buena parte del siglo xx, lo que no ha favorecido un progreso similar en términos de comprensión del proceso evolutivo humano. «En los últimos decenios sin embargo se ha registrado un incremento muy notable de los restos paleontológicos, generando una profunda revisión de algunas ideas formuladas en etapas anteriores» apunta el investigador y profesor de la Universitat de València. A medida que el registro fósil humano fue haciéndose más completo, la idea darwinista de la evolución humana se consolidó y fue ganando peso en las explicaciones. Los descubrimientos de Homo erectus, Australopithecus y otros géneros y especies han confirmado los cambios esperados a partir de la teoría evolutiva.

En nuestros días la comprensión de la evolución humana ha avanzado enormemente gracias, entre otras muchas cosas, al estudio de lugares como Altamira. El trabajo en este yacimiento y en los otros muchos que han sido hallados desde entonces nos ha permitido dibujar una historia evolutiva cada vez más completa en la que nuevos descubrimientos han ido reformulando la historia de la evolución humana y subsanando los errores que han podido cometerse. El caso del descubrimiento de Altamira y la posterior rectificación de Cartailhac, pese a llegar algo tarde para los protagonistas del descubrimiento, hace patente que la evidencia suele acabar por imponerse dentro del discurso científico, pese a que pueda tardar tiempo en hacerlo. Sin embargo también nos muestra que la ciencia siempre tiene lugar en un entorno social y cultural complejo donde la objetividad y la prevalencia de los hechos demostrables no siempre son imperantes. La ciencia puede que no se equivoque, las personas que la llevan a cabo puede que sí. Y por lo general siempre suelen darse varios pasos en la dirección equivocada antes de dar el paso en la dirección correcta.

El debate continúa

altamira_Cartel-AltamiraCuando Sanz de Sautuola encontró la entrada a la cueva él mismo financió una puerta de madera para restringir el acceso a la misma. A la vista de la prudencia que muestran sus textos seguro que lo hizo para preservar lo que podía ser una gran fuente de conocimiento para la humanidad. No se equivocó. La entrada a la cueva, cerrada al público en 2002 para garantizar su conservación, volvió a abrirse en febrero de 2014 para la realización de visitas experimentales. Tras la valoración de un comité de expertos bajo la tutela de Gaël de Guichen y la decisión tomada por el Patronato de Altamira se decidió continuar con las visitas pese a la oposición de otros expertos que acusan al Ministerio de Educación, Cultura y Deporte de poner en peligro la conservación del legado que contiene. Algunos entienden que el gobierno de Cantabria quiere hacer negocio con unas cuevas patrimonio de la humanidad y recriminan al Programa de Conservación de Altamira el realizar estudios a la carta condicionados por decisiones políticas. A ello ayudan las declaraciones de miembros del ejecutivo que apuntan a la ampliación del número de visitas e incluso a establecer negocios para su explotación. Otros se apoyan en los informes del comité de expertos que establecen que los mayores peligros para la cueva son naturales y no tienen que ver con la presencia humana, por lo que no ven problemas en mantener un régimen de visitas controladas.

Si algo nos enseña la historia sobre la que acabamos de reflexionar es que el pasado y el presente, quién duda que el futuro, muestran siempre muchas similitudes. La actual problemática a la hora de juzgar la influencia de las visitas en la conservación de las pinturas vuelve a implicar elementos que exceden el marco teórico de la evidencia científica. Fue cuestión de tiempo que el trabajo de Vilanova y Sautuola fuese reconocido, que los errores cometidos salieran a la luz y que las evidencias se hicieran manifiestas gracias a los nuevos descubrimientos y avances técnicos. Será cuestión de tiempo que las pinturas desaparezcan por la pérdida de pigmento debido a la acción del agua y de los diversos microorganismos del interior de la cueva, un tiempo indefinido en el que nadie puede asegurar si la presencia humana tendrá una influencia decisiva o anecdótica, al menos hasta que el daño se produzca. Cualquier mirada al pasado debería hacernos comprender que éste es una historia de aciertos en un mar de errores. Es por ello que la prudencia debería estar siempre presente en nuestras decisiones, siempre y cuando queremos aceptar que tomar la decisión correcta suele ser cuestión de tiempo, un tiempo del que a veces no dispondremos, como puede que ocurra en el caso de las bellas pinturas de Altamira.

© Mètode 2016
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Filósofo y estudiante del Máster en Historia de la Ciencia y Comunicación Científica. Universitat de València.